De sorpresa en sorpresa, el Gobierno pone todo su empeño en recuperar a
sus votantes. Los guiños electorales y electoralistas se suceden. De
entrada, se rejuvenece la imagen del partido: un logo actualizado,
nuevos portavoces, las figuras emergentes de Pablo Casado y de Andrea
Levy. En Cataluña –donde las posibilidades del PP son mínimas–, Rajoy ha
optado por endurecer el discurso con la correosa figura de Xavier
García Albiol.
El candidato catalán sabe que sus expectativas dependen
de movilizar un voto del extrarradio, que ahora coquetea con la
abstención, con Podemos e incluso con la estética juvenil de Ciudadanos.
Tomen nota del problema estético de C's –demasiados rostros bonitos en
su primera línea: Rivera, Arrimadas, Villacís–, que podría derivar en un
problema de voto si siguen presentándose casi en exclusiva como el
partido de los profesionales de éxito, de los JASP urbanitas.
Ciudadanos, que es una formación moderna en su discurso y en sus
planteamientos ideológicos, puede morir paradójicamente de éxito.
Pero
volvamos al Gobierno y a sus iniciativas, que van más allá de la
incorporación de unas cuantas figuras: está también la maquinaria
presupuestaria, con la economía –ahora sí– emitiendo señales positivas.
Se adelanta la rebaja del IRPF, prevista para 2016, y se insinúa la
devolución de la paga extra a los funcionarios, además de restituir la
totalidad de los días por asuntos propios. Habrá más dinero para las
autonomías y una subida de los salarios públicos que girará en torno al
1%. El viento de cola de la recuperación económica –gracias al bajo
precio del petróleo y al Quantitative Easing lanzado por BCE– favorece
la generosidad presupuestaria. Cualquier ingreso extra se incorpora a la
caldera de combustión del gasto: «¡más madera!», exigía Groucho en Los
hermanos Marx en el Oeste. «Más madera» es el lema del Gobierno para no
perder el poder.
Las generales no son unas europeas ni unas
municipales, ni siquiera unas autonómicas. Ese sesgo de importancia
nacional cuenta a favor de los dos partidos centrales, PP y PSOE.
También lo hace la ley D'Hondt, sobre todo en aquellas demarcaciones
electorales donde el peso de las ciudades es menor. La complejidad de
los pactos preelectorales que plantea Podemos introduce un factor de
desestabilización interna que le afectará de un modo notable. Llegar a
la Carrera de San Jerónimo con un mix de independentistas, quincenitas,
asamblearios y excomunistas no garantiza precisamente la cohesión. El
desastre griego y su pseudocorralito bancario también suman votos para
el PP y el PSOE. Rajoy sabe que los dos factores que juegan en su contra
–la corrupción del partido y la mala política de comunicación– pueden
enmascarar el éxito de la estabilización económica y su idea de orden,
de ortodoxia aburrida aunque sensata, frente a la peligrosa
incertidumbre del aventurerismo.
Pedro Sánchez, por su parte,
sabe que la transversalidad española se sitúa en la izquierda moderada,
que el país necesita reformismo institucional –a lo que hasta ahora se
ha negado Rajoy– y que al PSOE le resulta más sencillo, si la aritmética
lo permite, pactar con el resto de fuerzas parlamentarias.
Por
ahora, el PP intenta recuperar la delantera con una batería de medidas.
El PSOE también se sube a la ola de la movilización nacional. En
Cataluña el lío es monumental, con candidaturas que ya no se sabe muy
bien a qué ideología responden. Decisiones excepcionales para
circunstancias excepcionales, cabe pensar, pero que dejarán un panorama
irreconocible y de difícil gestión diaria, la que cuenta de verdad. Es
probable que Podemos se desinfle algo a partir de su caótica gestión del
poder. España no es Grecia, desde luego, ni quiere repetir sus
experimentos.
(*) Periodista y escritor
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