Es incomprensible que la señora que presidió la Comunidad de Madrid mientras actuaba la Púnica siga compareciendo en público y dando lecciones de honradez y preocupación por la gobernanza de las instituciones. La Púnica
es una estafa montada, al parecer, por su mano derecha durante muchos
años; una estafa de grandes dimensiones e infinitas ramificaciones en la
administración pública, de carácter sistemático, empresarial, sin
grandes preocupaciones o escrúpulos en cuanto al juicio moral de sus
acciones. Un robo a lo grande, prolongado en el tiempo, que se convirtió
en el modus operandi de los corruptos del gobierno bajo
presidencia de Esperanza Aguirre y del que ella es políticamente
responsable. Mientras no se demuestre lo contrario, habrá que aceptar
que durante sus años de presidenta no supo nada del saqueo a que su
gente sometía a los caudales públicos, no sospechó nada, no se enteró de
las mordidas, los cientos de millones de comisiones estafando con los
colegios privados, no vio nada. Igual que Ana Mato no veía un Jaguar en su garaje.
Aparte
del aspecto directamente delictivo de esta aventura de malhechores y
hampones, la Púnica tiene también una interesante faceta de carácter
doctrinal. El neoliberalismo, ideológicamente hegemónico hoy, habla del
mercado, de la libre competencia, la autorregulación, la iniciativa
privada, el valor de las privatizaciones, el riesgo y el juego limpio en
igualdad de condiciones, al tiempo que se reduce cuanto se puede el
Estado, hasta hacerlo mínimo. Eso era la teoría. La práctica, a la vista
está: capitalismo de mafiosos y amiguetes, colusión permanente entre
algunas empresas y los cargos políticos de un partido, concursos
amañados, sobornos, falta de competencia, captura del Estado para
enriquecimiento privado. Su doctrina habla de la libertad de elección
tanto de médico como de centro educativo; su práctica revela que esa
libertad de elección está basada en la corrupción más absoluta dado que
el gobierno, en el fondo, vendía las concesiones porque, en realidad,
estas eran un negocio. El negocio de la educación.
Es incomprensible
que el presidente del gobierno y del partido de este y, por tanto,
superior jerárquico a Esperanza Aguirre, no la haya destituido
fulminantemente, desde el destape de la Púnica. A su vez, es
también incomprensible que él mismo siga siendo presidente del gobierno
cuando hubiera debido marcharse a su casa por espíritu democrático, al
saberse que había cobrado sobresueldos de procedencia dudosa, cuando
estalló la Gürtel y, por supuesto, cuando se conocieron los presuntos
delitos de Bárcenas a quien él mismo envió un SMS para animarlo, asuntos
sobre los que no se privó de mentir en sede parlamentaria.
La
corrupción viene a ser como la traca final de una legislatura
esperpéntica, con un presidente ausente y silente que solo ha
comparecido en plasma. Su gestión consiste en haber disminuido los
salarios, precarizado el mercado laboral, empujado a la gente a la
migración, abusado de los pensionistas, dejado sin amparo a los
dependientes, etc. Y de ahí se supone que procede una recuperación que
nadie experimenta en su vida cotidiana, pero que el gobierno, su partido
y sus medios de comunicación tienen orden de repetir sin descanso.
El debate sobre si España es o no un país normal, está ya zanjado. Solo queda por determinar cuál es su grado de anormalidad
dentro de la más acrisolada tradición de la oligarquía y el caciquismo,
con el añadido del clero. Es el gobierno de quienes, según lapsus linguae de Cospedal, han "trabajado mucho para saquear el país". O quizá no sea un lapsus sino un "acto fallido". O no tan fallido.
Es incomprensible
que la oposición se tome en serio esta banda de ladrones y juegue a la
política parlamentaria con una gente que carece de todo respeto por el
Parlamento y los usos democráticos más elementales. Lo dijo al comienzo
de la transición uno del PP, que estaba en política para forrarse y hace poco, otro pájaro de esta misma nidada confesaba estar en política del PP para tocarse los cojones y
sacarse una pasta. Es imposible entenderse con gente así. Pero es
absurdo hacer como si no fuera así, como si cupiera esperar de ella un
comportamiento civilizado. Completamente absurdo. De hecho, lo que hace
la oposición mayoritaria no merece tal nombre. No se atreve a presentar
una moción de censura a un gobierno desprestigiado y sin recursos,
concentrado casi exclusivamente en sus cuitas procesales o las de los
suyos y se presta a legitimar lo que ya no es sino una farsa.
Es imposible tomarse en serio una oposición que se toma en serio este gobierno.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
No hay comentarios:
Publicar un comentario