jueves, 20 de agosto de 2015

La banda de ladrones / Ramón Cotarelo *

Es incomprensible que la señora que presidió la Comunidad de Madrid mientras actuaba la Púnica siga compareciendo en público y dando lecciones de honradez y preocupación por la gobernanza de las instituciones. La Púnica es una estafa montada, al parecer, por su mano derecha durante muchos años; una estafa de grandes dimensiones e infinitas ramificaciones en la administración pública, de carácter sistemático, empresarial, sin grandes preocupaciones o escrúpulos en cuanto al juicio moral de sus acciones. Un robo a lo grande, prolongado en el tiempo, que se convirtió en el modus operandi de los corruptos del gobierno bajo presidencia de Esperanza Aguirre y del que ella es políticamente responsable. Mientras no se demuestre lo contrario, habrá que aceptar que durante sus años de presidenta no supo nada del saqueo a que su gente sometía a los caudales públicos, no sospechó nada, no se enteró de las mordidas, los cientos de millones de comisiones estafando con los colegios privados, no vio nada. Igual que Ana Mato no veía un Jaguar en su garaje.

Aparte del aspecto directamente delictivo de esta aventura de malhechores y hampones, la Púnica tiene también una interesante faceta de carácter doctrinal. El neoliberalismo, ideológicamente hegemónico hoy, habla del mercado, de la libre competencia, la autorregulación, la iniciativa privada, el valor de las privatizaciones, el riesgo y el juego limpio en igualdad de condiciones, al tiempo que se reduce cuanto se puede el Estado, hasta hacerlo mínimo. Eso era la teoría. La práctica, a la vista está: capitalismo de mafiosos y amiguetes, colusión permanente entre algunas empresas y los cargos políticos de un partido, concursos amañados, sobornos, falta de competencia, captura del Estado para enriquecimiento privado. Su doctrina habla de la libertad de elección tanto de médico como de centro educativo; su práctica revela que esa libertad de elección está basada en la corrupción más absoluta dado que el gobierno, en el fondo, vendía las concesiones porque, en realidad, estas eran un negocio. El negocio de la educación. 

Es incomprensible que el presidente del gobierno y del partido de este y, por tanto, superior jerárquico a Esperanza Aguirre, no la haya destituido fulminantemente, desde el destape de la Púnica. A su vez, es también incomprensible que él mismo siga siendo presidente del gobierno cuando hubiera debido marcharse a su casa por espíritu democrático, al saberse que había cobrado sobresueldos de procedencia dudosa, cuando estalló la Gürtel y, por supuesto, cuando se conocieron los presuntos delitos de Bárcenas a quien él mismo envió un SMS para animarlo, asuntos sobre los que no se privó de mentir en sede parlamentaria.

La corrupción viene a ser como la traca final de una legislatura esperpéntica, con un presidente ausente y silente que solo ha comparecido en plasma. Su gestión consiste en haber disminuido los salarios, precarizado el mercado laboral, empujado a la gente a la migración, abusado de los pensionistas, dejado sin amparo a los dependientes, etc. Y de ahí se supone que procede una recuperación que nadie experimenta en su vida cotidiana, pero que el gobierno, su partido y sus medios de comunicación tienen orden de repetir sin descanso.

El debate sobre si España es o no un país normal, está ya zanjado. Solo queda por determinar cuál es su grado de anormalidad dentro de la más acrisolada tradición de la oligarquía y el caciquismo, con el añadido del clero. Es el gobierno de quienes, según lapsus linguae de Cospedal, han "trabajado mucho para saquear el país". O quizá no sea un lapsus sino un "acto fallido". O no tan fallido.

Es incomprensible que la oposición se tome en serio esta banda de ladrones y juegue a la política parlamentaria con una gente que carece de todo respeto por el Parlamento y los usos democráticos más elementales. Lo dijo al comienzo de la transición uno del PP, que estaba en política para forrarse y hace poco, otro pájaro de esta misma nidada confesaba estar en política del PP para tocarse los cojones y sacarse una pasta. Es imposible entenderse con gente así. Pero es absurdo hacer como si no fuera así, como si cupiera esperar de ella un comportamiento civilizado. Completamente absurdo. De hecho, lo que hace la oposición mayoritaria no merece tal nombre. No se atreve a presentar una moción de censura a un gobierno desprestigiado y sin recursos, concentrado casi exclusivamente en sus cuitas procesales o las de los suyos y se presta a legitimar lo que ya no es sino una farsa.
 

Es imposible tomarse en serio una oposición que se toma en serio este gobierno.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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