Rajoy es muy aficionado a esta imaginería de "la normalidad" y, en el escaso vocabulario que maneja un hombre tan limitado intelectualmente, términos como "normalidad", "previsibilidad", "hombre corriente", "como Dios manda" y simplezas análogas ocupan un gran espacio.
Es el discurso taimado y desconfiado
del palurdo que cree saber qué ocultas intenciones traen siempre los
demás y presume de que a él no se la dan. ¡Pues no es él avisado ni
nada! ¡No ha jugado miles de partidas de tute en el casino del pueblo!
¡No sabe él de qué pie cojea cada cual! Precisamente el resultado de
tanta perspicacia y retranca consiste en presentarse a sí mismo como un
"hombre normal" siendo así que se tiene por intuitivo agudo, capaz de
ver las auténticas intenciones de los otros, por mucho que quieran
ocultarlas.
¡A
él van a venirle con ocurrencias, conejos en la chistera, adanismos,
demagogias y vanas promesas! ¡Pues no es largo el "normal" pontevedrés ! A
ver: todos esos demagogos populistas que surgen como las setas,
prometen lo imposible y dejan luego tirada a la gente. A diferencia del
hombre "normal" y "previsible", como él, el que habla al "hombre de la
calle", Juan Español, porque lo entiende, porque es como él.
Tiene
razón Rajoy. Es un hombre normal... en España, en donde lo normal es
que la gente grite "¡vivan las caenas!" y los intelectuales mantengan
"lejos de nosotros la funesta manía de pensar". Un país en el que los
gobernantes sacan la pistola cuando oyen la palabra cultura. Un país que
considera patrimonio cultural y arte sublime una fiesta cruel, estúpida
y sanguinaria en la que se asesina a un animal indefenso para regocijo
de algunos "normales". Uno que votaría a Belén Esteban la tercera en una
competición a la presidencia del gobierno. Uno que se deja expoliar por
los curas que, además, ubusa de sus niños. Uno que vota a millones a
los herederos ideológicos de un dictador genocida y que se deja robar
por ellos a manos llenas.
En
ese país "normal", Rajoy es, desde luego, un hombre "normal": miente
siempre; incumple su palabra (de hecho carece de ella); engaña cuanto
puede; cobra dineros presuntamente ilegales en concepto de sobresueldos
inmerecidos; rechaza dar explicaciones de sus actos; se esconde del
público; se niega a dar conferencias de prensa en directo y abierto y se
oculta detrás de pantallas de plasma; no habla ninguna lengua
civilizada (ni siquiera el español) y, en consecuencia, no se entera de
lo que le dicen; gobierna por decreto; es amigo, compadre y sostén
espiritual de los ladrones de su partido; solo lee el Marca y solo se distrae con el fútbol.
Tiene
razón el presidente, convertido en ectoplasma: hay que votar a los
suyos porque son gente "normal": son igual de granujas, mangantes,
embusteros, cínicos, abusones y estúpidos que su gobernante. Forman un
equipo compacto al que llaman Partido Popular pero que, según todas las
apariencias, no es más que una asociación de malhechores.
Y
el razonamientto "normal" del hombre "normal" no puede ser más
"normal": lo mejor que cabe hacer aquí es votar a la banda de
malhechores por si los votantes pueden pillar algo de lo que aquellos
roben.
Los
demás ciudadanos, los que no votan a los mangantes y sinvergüenzas, los
que pretenden que el gobierno no sea cosa de ladrones, los que quieren
defenderse y garantizar las libertades, los derechos y la honradez
pública, somos ... anormales.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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