No se pierdan el espectáculo. Estamos asistiendo a la caída del Imperio Romano. Con una variante: los bárbaros son ellos mismos.
Debajo de las alfombras hay monstruos. En los cajones, dagas. Hemos
empezado, tan sólo empezado, a explorar el laberinto de la impostura.
Hay odio en muchas de esas cabezas. El odio es el motor de la sangre.
Todo ha quedado convertido en un circo en que las fieras se devoran
entre sí. No nos perdamos el espectáculo.
Roma no les importa. Les importa seguir manteniendo el velo sobre su
saqueo. Algunos hombres buenos serán escarmentados, y algunos otros
hombres buenos heredarán las ruinas a condición de ser buenos con los
malos.
El oro para ellos; las deudas y los sudores para el pueblo, aún entre
sumiso y perplejo. Pero los pillos están siendo desenmascarados.
Alcance hasta donde alcance la Justicia, da igual; sabemos lo que
hicieron.
Ahítos de poder, ya no saben qué hacer con él, sino repartirse los
despojos mientras intentan ocultar torpemente sus excesos y desvalijos o
cuanto menos, su ineficacia y desidia hasta la demolición de todo lo
pacientemente alzado. Ya han perdido la auctoritas y sólo les queda la potestas.
Ahora, cuando las puertas de Roma empiezan a desplomarse por su
propio empuje, es cuando son más peligrosos. No se pierdan el
espectáculo, pero dejen libres las primeras filas. No sea que la sangre
les salpique.
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