lunes, 29 de diciembre de 2014

La inversión responsable / Ángel Tomás *


A los gestores de la economía pública se les debería exigir, antes de la toma de posesión, un conocimiento profundo de lo que significa "resultados económico-financieros" aplicables previamente al proyecto e iniciación de las grandes inversiones, vulgarmente llamadas faraónicas.

Con independencia de su viabilidad, las inversiones han de ser rentables  y financieramente amortizables, sobre todo si no están incluidas en los Presupuestos Generales del Estado, Comunidades Autónomas o Ayuntamientos.

 Con independencia de las socialmente imprescindibles, acometer obras de gran dimensión sin estudio previo y profundo de su amortización, inciden finalmente sobre las cuentas públicas acentuando la vulnerabilidad y el riesgo de éstas. El endeudamiento que originan las inversiones imprudentes y peligrosas terminan en convenios de largo aplazamiento por morosidad, o en un estado de insolvencia.

 La falta de  proyecto viable y visión de futuro positivos, no se justifican más que por incapacidad o por vanidad personal. Los resultados que originan las grandes obras de muy alto riesgo terminan en un incremento de los impuestos, que soportan las empresas, trabajadores y familias. Las subidas de impuestos para cubrir los déficits presupuestarios, desequilibran la economía, encarecen los costos, producen inflación indebida y perjudican la balanza con el exterior.

Resulta incomprensible que los órganos de control oficiales permitan iniciar, incluso terminar, obras faraónicas deficitarias y casi de imposible amortización, que sólo satisfacen a sus despilfarradores promotores políticos con un sólo objetivo: el populismo. En cualquier empresa u hogar, el alto endeudamiento debilita sus balances; en casi todos los casos el desequilibrio financiero irresponsable se transmite a los sucesores y herederos futuros, que no merecerán castigo semejante.

La política económica sólo será efectiva, ética y respetada por los ciudadanos, si la gestión respeta a su vez los presupuestos aprobados anualmente, si no se proyectan y ejecutan inversiones al margen de estos, si no se emplea el dinero público en obras carentes del estudio detallado de viabilidad, o si se contraen deudas de difícil amortización con los rendimientos esperados reales.

Una buena parte de las grandes obras, presentadas insistentemente como soluciones milagrosas, pero de falsa cimentación y a todas luces fracasadas antes de nacer, deben ser rechazadas de forma tajante. Ejemplo de ello son: 

-Las realizadas, de efectos nocivos y alto coste, destinadas a paliar las necesidades de mantenimiento y generación de nuestra riqueza tradicional, que pueden convertirse en inservibles y en monumentales fracasos por la falta de una cooperación necesaria, con el sólo objetivo de contentar a los  insolidarios oponentes, a sabiendas del perjuicio que soportará la economía regional y sin ninguna duda la nacional. 

-Los complejos urbanísticos destinados al ocio, sin estudios fiables previos de  una rentabilidad estable, sólida y atractiva, olvidando, además, los fracasos generalizados internacionales de otras semejantes apoyadas en marcas de alto prestigio.

Por otro lado, en cuanto a logística portuaria, terrestre y aérea, existen proyectos, incluso inversiones terminadas, cuyos estudios previos de viabilidad económico-financiera y jurídica, costos, objetivos a cumplir, selección de idoneidad entre otras variantes, calendario de ejecución continuada, evaluación de efectos negativos sobre otras logísticas vivas, dictámenes técnicos solventes..., no se han hecho públicos; cuestión necesaria, también, para la adopción de medidas y cambios estructurales a adoptar por los distintos sectores empresariales privados.

La vía necesaria y, tal vez única para conseguir, no sólo la recuperación económica a niveles aceptables, sino un crecimiento continuado que permita la potenciación y creación de empresas, y como consecuencia la de puestos de trabajo y mejora del bienestar social, es la inversión en investigación e innovación que haga posible el desarrollo de la industria y los servicios. 

La tasa de  crecimiento anual de la inversión en investigación y desarrollo en Europa en el pasado ejercicio, fue aproximadamente el 50% de la llevada a cabo en Estados Unidos y Japón; en España, el porcentaje es la mitad respecto a sus socios más avanzados de la Unión Europea. 

España, si ha de defender su propio mercado interior y abordar nuevos, ha de ser mediante ofertas novedosas y diferentes. Esta es responsabilidad del Estado y de las propias empresas. El primero, incluyendo en esta partida presupuestaria incrementos importantes, con disminución de las menos transcendentales o abandono de otras  innecesarias; las segundas, aplicando no menos del cinco por ciento de su facturación a investigar e innovar, haciendo posible su crecimiento sostenido.

En España, los dirigentes de la política económica y el propio tejido empresarial, deben concentrar el esfuerzo inversor dando prioridad a  la riqueza tradicional regional, tan variada como atractiva y segura, en la que la experiencia y el conocimiento han quedado demostrados a través del tiempo: actividades agrícolas y derivados, industriales, de pesca y derivados, así como de turismo y servicios.

 Hay que centrar el impulso de la actividad en el conocimiento de la geografía económica, de la que disponemos de estudios excelentes y profundos. Esa será la inversión con orientación y resultados seguros, abandonando las gigantescas e innecesarias, promovidas por la ignorancia, la vanidad o el partidismo.

(*) Economista y empresario

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