Con la satisfacción que proporciona el
dimitir, la paz de espíritu que trae el finiquitar y las emociones de 'cambiar el chip', parece mentira que esta sea una práctica tan
fugitiva, rácana y frustrante. Menos mal que, de cara al comentario y la
reflexión, las distintas "¡infinitas!" actitudes frente a este trance
resultan utilísimas, y más cuando se trata de políticos murcianos,
reacios hasta el numantinismo a quitarse de en medio.
Diré, para entonarme, que Jaime García Legaz, secretario de Estado de Comercio está tardando en dimitir y lo pagará caro si no lo hace cuanto antes, reordenando su vida y aspiraciones; y que Manuel Campos, hasta hace pocos días consejero de Fomento, tardó lo suyo en escaparse de un cuadro del que la historia renegará; pero lo ha hecho y, en mi opinión, aprovechó un buen momento.
Como García Legaz es el exponente
oficial del libre comercio en un momento de importantísimas
negociaciones entre países y áreas económicas, y especialmente entre
Estados Unidos y la Unión Europea, esperaba yo dirigirme a él con motivo
de algún acontecimiento relacionado con esos procesos, o contestando a
cualquier previsible pronunciamiento suyo sobre esa doctrina, tan
sustancial en el capitalismo de sumisión y saqueo desde que las
potencias modernas asumieron la sumisión de los otros y el saqueo de sus
recursos como señas de identidad.
Meditaba, ya digo, y deseaba el
momento teniendo muy en cuenta el aprecio que me inspiró que en plena
campaña electoral de 2011, y sin conocernos, me saludara un día muy
cordialmente en la Glorieta de Águilas; gestos así me gustan, me
estimulan y me hacen apreciar a la persona sin dar demasiado peso a las
diferencias ideológicas.
Ese aprecio, pues, estaba intacto cuando
hubo de comparecer en un espectáculo lamentable tras aquellos dos
ministros "García Margallo y Soria" de dedo amenazante (y, al tiempo,
ridículo), advirtiendo a la República Argentina de represalias sin
cuento por nacionalizar a la filial local de nuestra querida, meritoria y
patriótica Repsol.
Y también cuando ha sobrevenido el affaire del
Pequeño Nicolás, otra desgracia para el PP y una pésima distracción en
tiempos de prueba, que castiga a nuestro exdiputado murciano en su
neófita imprudencia por no prever que se las había con una criatura
diabólica que, como otros peligrosos adolescentes de la política y la
literatura, exhiben una equívoca y devastadora precocidad, quedando muy
lejos de la anécdota de la frivolidad política o de los gajes del
oficio.
Y como importantes personalidades e instituciones del PP,
del Gobierno y del Estado (¡el mismísimo CNI!) han quedado con el culo
al aire, a él, maillon faible en este espectáculo, le toca pagar. Yo ya
me habría ido, aprovechando el trauma personal, para reordenar mi vida y
aspiraciones, descansando del ajetreo en un Gobierno indescriptible.
Por agradecer su cordialidad de un día, yo le sugeriría que, al
reiniciarse, abandone el círculo de Aznar el innombrable (que incluye
destacadamente, como él sabe muy bien, a Ana Botella, la pavorosa, que
ha resultado ser causa destacada de su actual desgracia), así como el
halo ultra de su itinerario. Lo del doctrinarismo librecambista se lo
disculpo: no descartemos que en otro momento sean estos temas,
económico-político-éticos, los que nos reúnan en un dialéctico pro y
contra.
Por su parte, embarrancado en Gobiernos murcianos
excesivos en yerros y excedentarios de la historia, el fiscal en
excedencia Manuel Campos ha ido acumulando gafes (¿creyó en algún
momento que el Gobierno del que formaba parte era capaz de una política
mínimamente ambiental, liberada de la influencia y la presión de un
empresariado tan corto de vuelo?) hasta dejarse hundir en el matadero de
Fomento, Obras Públicas y Urbanismo, destacado en corrupciones y
manantial de insensateces: ¿en qué estaría pensando cuando se dejó
querer, cambiando de carrera?
Guardo la esperanza de que,
advertido por su instinto, al que se le ha de suponer agudo y a tantas
pruebas sometido, aguardase la ocasión fetén para hacer mutis por el
foro, probablemente convencido de que la ya insostenible saga de Corvera
facilitaba su estampida, dejando en la estacada lo que tan difícil
arreglo tiene. Ha hecho bien en no mantener su nombre unido a ese
dispendio: seguro que ha olvidado que, a más de varios aeropuertos
concluidos pero inútiles, hay tres centrales nucleares hechas pero
oxidándose, y cada una de ellas costó, al cambio, más que ese aeropuerto
sonrojante; en el origen de esos dispendios está "no entremos en
detalle" la estupidez humana, que en política bate récords.
El
momento es el adecuado para trabajar por la justicia y no por desatinos,
y los fiscales tienen más trabajo "y responsabilidades" que nunca. Que
Campos regrese a ser fiscal, que trabaje contra la corrupción y por su
gente (aunque sea lejos de Murcia), y vaya olvidando, tras hacer examen
de experiencia, su deslucido papel como comparsa en despolíticas y
figurón entre imputados (¡ay, ay, ay!).
Y como deberá reflexionar sobre
la aviesa ocurrencia de desafiar al mundo "Estado, mercado,
trabajadores, sentido común" que tuvo su jefe anterior, de nombre
Valcárcel, promotor de disparates e inmerecedor de adhesiones, quien
sabe si, de paso y aunque fuera indirectamente, pudiera paliar su
participación en la hecatombe de Corvera colaborando en la confección de
una buena demanda, fina y personalizada, contra el prócer manirroto por
el asalto a las finanzas regionales y los inocultables perjuicios
ocasionados a diestro y siniestro.
No sería traición, no, sino lo
opuesto: lealtad a los murcianos y contribuyentes todos, a la vez que
lección a políticos desmadrados, sátrapas incorregibles e irresponsables
en general.
(*) Ingeniero, profesor universitario y Premio Nacional de Medio Ambiente
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