La
corrupción ocupa un lugar destacado en las preocupaciones de los
españoles. Superdestacado en las portadas de los periódicos. Y
superdestacadísimo en las tertulias audiovisuales. No es para menos,
porque se trata de algo atosigante, generalizado desde Cataluña a
Andalucía, y en las principales formaciones políticas, aunque no solo en
ellas, PP, PSOE y CiU. Pero la parte del león y de la hiena y del
buitre y demás depredadores se la lleva el partido del gobierno, cuyo
presidente reconoce implícitamente que así es cuando afirma que no volverá a pasar, pero no hace ni amago de dimitir
pues pretende que el asunto no va con él, que él no tiene la menor
responsabilidad personal en la corrupción de un partido en el que lo ha
sido todo. Un partido que, según Aznar en 2010, era incompatible con la corrupción, es hoy su emblema mismo.
Una
corrupción que impregna la vida pública con noticias tan vergonzosas
que los habituales hacedores de opinión a favor del gobierno,
normalmente bien pagados, incluso con dineros procedentes de esa misma
corrupción, no saben qué decir. Andan desconsolados en busca de
orientación. Y no la encuentran en el habitual silencio y las pintorescs
evasivas del presidente en las ruedas de prensa que se ve obligado a
aceptar porque se dan in partibus. Es necesaria doctrina
explicativa, habilidad de comunicación, una línea en la que insistir
para contrarrestar tanto ludibrio pues, de no ser así, Rajoy acabará
teniendo que entrar en los locales públicos no por la puerta de
servicio, como hace ahora, sino por la alcantarilla.
El
PP reunió ayer a sus alcaldes en Murcia para sentar la doctrina. Esta
se bifurca en tres direcciones: a) hablar solo de la recuperación
económica y soslayar la corrupción; b) insistir en la lucha sin cuartel
que libra el PP contra esta lacra; c) asumir las responsabilidades a que
haya lugar. La a) es una vía ciega porque no hay tal recuperación y
mucho menos conciencia de tal. Ni quienes la predican creen en ella. Por
eso gastan más en comprar material antidisturbios que en I + D. La c),
sostenida, además, por el señor Floriano, no solo es ciega sino también
sorda. Tiene algo de Gila: alguien, según parece gentes de la era
de Aznar, si no Aznar mismo, debe asumir la responsabilidad por algo
que ya no se puede ocultar. Lo prometedor, sobre todo para las revistas
de humor, es la c), la cuenta de la lucha del PP en contra de la
corrupción, plasmado en un pacto de regeneración democrática que, según Arenas, es una necesidad de la sociedad y no del PP.
¿Cómo nadie lo ha visto antes? El PP es corrupto pero solo en la medida
en que es parte de la sociedad; es la sociedad la corrupta, caramba.
Usted, yo, el vecino, el parado, el señor de los barquillos somos los
corruptos. No el partido del que es destacado militante el señor Arenas,
presunto receptor de sobresueldos en B.
Ese
recurso comunicativo de negar la evidencia afirmando lo contrario tiene
sus defensores. Pertenece a una visión autoritaria del mundo, con
puntos totalitarios y un aroma de psicopatía. Quien mejor lo domina es
la dueña manchega de férreo talante, Cospedal, capaz de hilar
explicaciones en público que solo puede descifrar un patafísico avezado.
Es Cospedal quien ha tomado sobre sus fornidos hombros la tarea de
explicar a los alcaldes lo que ella ve con claridad meridiana, esto es,
que el PP trabaja "sin descanso" en contra de la corrupción.
Todo el mundo, la gente, los jueces, los medios hasta el presidente de
su partido, reconoce que es al revés, que en el PP la corrupción no
conoce descanso. El citado presidente añade contrito que no volverá a pasar,
lo cual demuestra cómo le gust descansar. Pero eso no es nada: todo el
mundo está equivocado; solo Cospedal ve la realidad. El PP lucha "sin
descanso" en contra de la corrupción. Es una orden. Por eso no quiere
prescindir de elementos tan necesarios en esa lucha como Fabra, Blesa o
Rato metiéndolos en la cárcel.
Las
explicaciones cospedalianas suelen llevar un estrambote y así añade la
razón por la que el PP lucha "sin descanso" en contra de la corrupción:
que está tan escandalizado con ella como muchos ciudadanos. Es una verdad cospedaliana o verdadmentira.
Los ciudadanos estamos escandalizados, verdad. Los del PP son
ciudadanos, luego están escandalizados; mentira. Exactamente ¿de qué se
escndalizan si son ellos el origen del escándalo? La propia Cospedal
debe de creer que cobrar sobresueldos, cosa que ya ninguno niega, no es
corrupción. Y sí, lo es. Pero si añadimos que podría ser imputada por
haber recibido 200.000 euros en negro de los que nunca más se supo, ese
estar escandalizado del PP, se refiere ¿a quién?
Confundiendo
su peripecia personal con la de su partido, Cospedal invoca para este
el principio de presunción de inocencia. Pero se refiere a ella
subconscientemente. En política, la presunción de inocencia se estrecha
mucho. Un político acusado de comportamientos ilícitos con tanta
contundencia como Cospedal debe irse a su casa. Claro que tampoco se va
su jefe. Tan acusado como ella, ahí está, dispuesto a luchar
denodadamente para que no se repita la corrupción de la que él es
políticamente responsable.
Ayer,
sábado, asistí a un interesante seminario en Toledo organizado por una
asociación de la sociedad civil, compuesta por gentes del lugar y
profesionales de la UNED, llamada La peña pobre. Con ese título
ya está dicho todo en el terreno económico. Pero no en el intelectual y
espiritual, que es el que cuenta. El tema que se trataba –y sigue
tratándose hoy- desde muy distintas perspectivas era el de la muerte.
Nada menos. La muerte en Toledo. Y en el marco del Castillo de San
Servando, antigua fortificación árabe desde la que se disfrutan unas
vistas incomparables de la ciudad del Tajo. La asociación, compuesta por
gentes encantadoras y motivadas, capaces de aguantar a silla firme
cavilaciones dispares sobre tan acongojante tema en unas horas en las
que se jugaba el partido Madrid-Barça, está alentada e impulsada por Paz
Rincón, colega mía de la UNED y Paco Carvajal, que sabe más de Toledo
que Tirso de Molina y Marañón juntos. A ambos mi agradecimiento por
permitirme participar en la reunión.
Mi
exposición habría de haber sido brevísima puesto que consistió en
intentar demostrar que la muerte, cuyo tratamiento es una constante en
la historia de la filosofía occidental, fuertemente influida por la
obsesión cristiana con el fenómeno, es un indecible, algo incomprensible
y sobre lo cual, en relidad, no cabe decir nada que no sean vaguedades,
topicazos o puras tonterías. En mi apoyo llamé a Epicuro, señalé cómo
su indiferencia ante la muerte es la causa del odio cristiano al
epicureísmo que, a pesar de todo, ha subsistido como venero oculto en
la historia del pensamiento, según demuestran casos como el de los
libertinos (Gassendi, etc) y llega al día de hoy, bravamente defendido
por Michel Onfray. No obstante, esa indiferencia no ha conseguido evitar
que la muerte haya seguido siendo motivo central de la reflexión
filosofica y por eso corona Heidegger su sistema considerando que el
hombre es un ser para la muerte, una forma profunda y obvia de
decir que no hay nada que decir al respecto. Por eso, la fórmula enlaza
con el famoso final del Tractatus de Wittgenstein: De lo que no se puede hablar, hay que callarse.
Y
ahí hubiera terminado mi charla. Un viaje a Toledo para decir que sobre
la muerte no hay nada que decir. Afortunadamente y a modo de
explicación, se me ocurrió hacer una pequeña presentación en pwp,
comentando los puntos más interesantes y a vuelapluma de la iconografía
de la muerte en la pintura occidental. Desde la Edad Media al tiempo de
hoy. La he convertido en un vídeo y es la que espero se despliegue si se
pincha en la ilustración de este post, coronado con una reflexión
artística sobre la impenetrabilidad de la muerte.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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