Es cada día más evidente que han quebrado las expectativas de enriquecimiento rápido que prometía el alicatado sistemático de playas, ciudades y parajes naturales de la Región de Murcia.
Podemos estar a punto de ver como los alcaldes, concejales, diputados y otros ilustres componentes de la trama de corrupción que ha prosperado aquí a la sombra del urbanismo salvaje, son tratados como los policías locales de Coslada, algunos de ellos imputados por los mismos delitos que lo están ese conjunto de murcianos de pro -ejemplo de las buenas costumbres murcianas-, que hace unas semanas eran recibidos por una parte de sus convecinos con gran alegría a la salida de la cárcel, a cuyas puertas también se decían misas. Probablemente reclamando el perdón divino para jueces, fiscales y zapateros, que con tanta saña estaban tratando a ciudadanos tan ejemplares.
En Coslada, según puede leerse, a los policías que no han sido imputados, les llaman por la calle ladrones, corruptos y sinvergüenzas, entre otros cariños, y los vecinos no han salido en manifestación para que saquen de la cárcel a los imputados. Cabe imaginarse lo que llamarían a éstos, por los mismos delitos que aquí te aplauden o te dedican un novenario o una calle o una urbanización. No deja de ser chocante que por la misma cosa algunos ciudadanos te traten de manera tan diferente en dos lugares tan próximos.
La razón puede que esté en el rasgo que diferencia a los dos modelos de generar riqueza, ambos basados en la corrupción. En el de Coslada el grupo implicado se enriquece, pero al parecer no reparte algo de lo que obtiene entre otras gentes, es decir no amplia el círculo de beneficiarios. Tampoco parece que hayan utilizado su condición de empleados públicos para que un buen número de vecinos saque ventaja del incumplimiento de la legalidad vigente.
La próxima vez que delincan, pues casi seguro que habrá próxima vez dada la trayectoria de los implicados, deben pedir asesoramiento a quienes han urdido la trama de corrupción murciana, que respeta dos principios fundamentales, como no podía ser de otra manera en gente de principios.
El primero dice: puedes enriquecerte sin medida pero debes repartir algunas migajas en tu entorno, las suficientes para ganar el diferencial de apoyo social que te permita seguir gobernando. El segundo postula: la legalidad no está para cumplirla sino para generar expectativas de enriquecimiento basadas precisamente en su incumplimiento. Esto es lo que te garantiza que te vuelvan a elegir votación tras votación, ya que una buena parte de quienes lo hacen saben que si gana otro sus expectativas de enriquecimiento se arruinan.
Pero por culpa de las malditas hipotecas locas, la subida de los precios del petróleo y de los alimentos básicos (detrás de todas las cuales se encuentra Zapatero, por supuesto), así como por otras descerebradas estrategias de la derecha global y local, se ha llegado a una situación en la que las expectativas de enriquecimiento se han venido abajo, aunque sigan mandando en la Región y la mayor parte de sus municipios los de siempre, incluso con el 90% de los votos.
Por lo que se ve, se lee y se escucha, los estrategas locales de la derecha empiezan a ser conscientes de lo delicado de su situación: puede que una parte de sus votantes comience a verlos como una rémora, e incluso como algo innecesario para la mejora de sus vidas y haciendas o las de sus hijos. Esto es lo que suele suceder un poco antes de que dejen de votarte. En estas circunstancias lo que conviene es volver a las viejas certezas para mantener unida a la clientela.
Destaca entre ellas una sobre todas las demás: los “derechos históricos” sobre el trasvase del Ebro, que sigue vigente en las Comunidades Autónomas de Valencia y Murcia - ésta como comparsa -, a pesar de haber salido de tapadillo del programa electoral del partido de la derecha, por la necesidad que tenía de recaudar votos en Aragón uno de los fichajes estrella del Sr. Rajoy en las últimas elecciones.
El agua, lamentablemente, seguirá siendo tratada como reclamo y elemento central de intoxicación ideológica, tanto más cuando otros posibles argumentos electorales están de capa caída. Así nunca mejorará en esta tierra la dotación del recurso, ni su gestión, ni su asignación. Pasará el tiempo entre rogativas, manifiestos de alcaldes, manifestaciones de presidentes de Comunidad, todos queriendo lavar sus impresentables caras. A lo mejor para eso quieren el trasvase del Ebro, aunque ni siquiera tal caudal daría para una higiene casi imposible.
Lo que si puede ocurrir es que, colectivamente, vayamos perdiendo posibilidades de mantener el trasvase del Tajo, aquejado como está de serios problemas estructurales, que nadie cuenta, pero que acabarán imponiéndose. Podemos pasarnos la vida lamentándonos de que no nos permitan trasvasar aquí desde el Volga al Amazonas, que desperdician tanta agua dulce, pero llorando menos y desalando más seríamos más felices, y no digamos si además ahorramos algo, gestionamos mejor y asignamos correctamente el agua disponible en cada momento.
Podemos estar a punto de ver como los alcaldes, concejales, diputados y otros ilustres componentes de la trama de corrupción que ha prosperado aquí a la sombra del urbanismo salvaje, son tratados como los policías locales de Coslada, algunos de ellos imputados por los mismos delitos que lo están ese conjunto de murcianos de pro -ejemplo de las buenas costumbres murcianas-, que hace unas semanas eran recibidos por una parte de sus convecinos con gran alegría a la salida de la cárcel, a cuyas puertas también se decían misas. Probablemente reclamando el perdón divino para jueces, fiscales y zapateros, que con tanta saña estaban tratando a ciudadanos tan ejemplares.
En Coslada, según puede leerse, a los policías que no han sido imputados, les llaman por la calle ladrones, corruptos y sinvergüenzas, entre otros cariños, y los vecinos no han salido en manifestación para que saquen de la cárcel a los imputados. Cabe imaginarse lo que llamarían a éstos, por los mismos delitos que aquí te aplauden o te dedican un novenario o una calle o una urbanización. No deja de ser chocante que por la misma cosa algunos ciudadanos te traten de manera tan diferente en dos lugares tan próximos.
La razón puede que esté en el rasgo que diferencia a los dos modelos de generar riqueza, ambos basados en la corrupción. En el de Coslada el grupo implicado se enriquece, pero al parecer no reparte algo de lo que obtiene entre otras gentes, es decir no amplia el círculo de beneficiarios. Tampoco parece que hayan utilizado su condición de empleados públicos para que un buen número de vecinos saque ventaja del incumplimiento de la legalidad vigente.
La próxima vez que delincan, pues casi seguro que habrá próxima vez dada la trayectoria de los implicados, deben pedir asesoramiento a quienes han urdido la trama de corrupción murciana, que respeta dos principios fundamentales, como no podía ser de otra manera en gente de principios.
El primero dice: puedes enriquecerte sin medida pero debes repartir algunas migajas en tu entorno, las suficientes para ganar el diferencial de apoyo social que te permita seguir gobernando. El segundo postula: la legalidad no está para cumplirla sino para generar expectativas de enriquecimiento basadas precisamente en su incumplimiento. Esto es lo que te garantiza que te vuelvan a elegir votación tras votación, ya que una buena parte de quienes lo hacen saben que si gana otro sus expectativas de enriquecimiento se arruinan.
Pero por culpa de las malditas hipotecas locas, la subida de los precios del petróleo y de los alimentos básicos (detrás de todas las cuales se encuentra Zapatero, por supuesto), así como por otras descerebradas estrategias de la derecha global y local, se ha llegado a una situación en la que las expectativas de enriquecimiento se han venido abajo, aunque sigan mandando en la Región y la mayor parte de sus municipios los de siempre, incluso con el 90% de los votos.
Por lo que se ve, se lee y se escucha, los estrategas locales de la derecha empiezan a ser conscientes de lo delicado de su situación: puede que una parte de sus votantes comience a verlos como una rémora, e incluso como algo innecesario para la mejora de sus vidas y haciendas o las de sus hijos. Esto es lo que suele suceder un poco antes de que dejen de votarte. En estas circunstancias lo que conviene es volver a las viejas certezas para mantener unida a la clientela.
Destaca entre ellas una sobre todas las demás: los “derechos históricos” sobre el trasvase del Ebro, que sigue vigente en las Comunidades Autónomas de Valencia y Murcia - ésta como comparsa -, a pesar de haber salido de tapadillo del programa electoral del partido de la derecha, por la necesidad que tenía de recaudar votos en Aragón uno de los fichajes estrella del Sr. Rajoy en las últimas elecciones.
El agua, lamentablemente, seguirá siendo tratada como reclamo y elemento central de intoxicación ideológica, tanto más cuando otros posibles argumentos electorales están de capa caída. Así nunca mejorará en esta tierra la dotación del recurso, ni su gestión, ni su asignación. Pasará el tiempo entre rogativas, manifiestos de alcaldes, manifestaciones de presidentes de Comunidad, todos queriendo lavar sus impresentables caras. A lo mejor para eso quieren el trasvase del Ebro, aunque ni siquiera tal caudal daría para una higiene casi imposible.
Lo que si puede ocurrir es que, colectivamente, vayamos perdiendo posibilidades de mantener el trasvase del Tajo, aquejado como está de serios problemas estructurales, que nadie cuenta, pero que acabarán imponiéndose. Podemos pasarnos la vida lamentándonos de que no nos permitan trasvasar aquí desde el Volga al Amazonas, que desperdician tanta agua dulce, pero llorando menos y desalando más seríamos más felices, y no digamos si además ahorramos algo, gestionamos mejor y asignamos correctamente el agua disponible en cada momento.