Aunque por ahora la guerra se desarrolla en un teatro de operaciones limitado al territorio de Ucrania, sus repercusiones son planetarias: ningún país está a salvo de sus efectos. La posición de China, el rearme alemán y el acercamiento entre Estados Unidos y Venezuela así lo demuestran.
La guerra en Ucrania marca el inicio de una nueva edad geopolítica. Sus consecuencias ya se sienten en todo el mundo: ningún país, por lejano que se encuentre, está a salvo de los efectos del conflicto.
En primer lugar, se trata de una confrontación entre dos países –uno grande, el otro mediano– que se desarrolla en un teatro local, preciso (el territorio de Ucrania, sobre todo en el Este), y que se está extendiendo por más tiempo de lo originalmente previsto. En un principio, se podía imaginar, con cierta razonabilidad, que las fuerzas armadas rusas podían conseguir sus objetivos mediante una operación relámpago de pocos días.
Pero esto no se produjo, y el estado mayor ruso se enfrenta hoy a un dilema entre dos necesidades contradictorias: 1) ir rápido, y 2) preservar vidas humanas. Recordemos que la «operación militar especial» de Putin tiene también por objetivo conquistar los corazones de los ucranianos rusoparlantes, pero no se conquistan corazones machacando a la gente con bombardeos, incendios y destrucciones… O sea, las fuerzas rusas no pueden desplegar una guerra relámpago y al mismo tiempo preservar la vida de la población civil, que está sufriendo grandes pérdidas.
La ofensiva se ha vuelto por lo tanto más lenta y más peligrosa, y no debe descartarse una escalada. El presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski, le exigió a la OTAN y a EE.UU. que establezcan una prohibición de sobrevuelo –una zona de exclusión– sobre el territorio ucraniano, cosa que las potencias occidentales no aceptaron, porque en los hechos significaría derribar aviones rusos… Rusia, por su parte, anunció que no la respetaría. Llegar a esta situación implicaría un choque directo entre Rusia y las fuerzas de la OTAN, o sea, una guerra nuclear, que hasta ahora se procura evitar.
En el actual escenario, el objetivo principal de Estados Unidos podría ser inmovilizar por largo tiempo, enlodar, a las fuerzas rusas en los campos de Ucrania. Literalmente. Es decir, lograr que queden empantanadas. Hay que tener en cuenta un elemento estratégico que no siempre se considera: la invasión rusa se inició el 24 de febrero, cuando los campos ucranianos todavía estaban cubiertos de nieve; la tierra congelada, dura, permitía que los tanques y los camiones avanzaran sin problemas campo a través. Porque muchas carreteras y puentes están minados, saboteados o destruidos…
Pero en poco más de un mes, cuando lleguemos a fines de abril, comenzará allí la primavera, la temperatura subirá y la nieve y el hielo transformarán las inmensas estepas ucranianas en barro… Los tanques, los camiones y los vehículos de las largas líneas de aprovisionamiento de Rusia comenzarán a enterrarse, a inmovilizarse, y esto marcará el comienzo de una guerra totalmente diferente… Fue, sin ir más lejos, lo que le ocurrió al ejército alemán cuando Hitler se topó con la resistencia soviética en Ucrania. Por eso Rusia no dispone de mucho tiempo: si quiere ganar la guerra tiene que hacerlo en menos de un mes. Si no, se expone a un conflicto largo en cierta manera al estilo Afganistán.
¿Y qué ocurriría si, entre tanto, sucede algo en otro teatro de operaciones de los rusos, por ejemplo en Siria? Rusia no cuenta con la capacidad para llevar a cabo dos guerras de gran envergadura al mismo tiempo. Ni siquiera la tiene Estados Unidos, que es una potencia económicamente muy superior.
Rusia no dispone de mucho tiempo: si quiere ganar la guerra tiene que hacerlo en menos de un mes.
Más allá de lo que ocurra en el terreno concreto de la batalla, por lo demás se trata de un conflicto mundial: comercial, financiero y mediático, con derivaciones incluso deportivas y culturales. Es un conflicto que no deja a ningún país al margen. Nadie puede decir, se encuentre donde se encuentre, que se trata de un conflicto ajeno. Esto le da a esta guerra un carácter único desde la caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría.
La batería de sanciones o medidas coercitivas impuestas por Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea junto a sus aliados, Japón, Corea del Sur, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, repercuten de manera global. Esto se refleja ya en los precios de la energía y los carburantes, que han pegado un salto: Rusia, como se sabe, es un gran productor de petróleo y gas, Ucrania de carbón. Las dificultades para sostener la producción y las sanciones están limitando al aprovisionamiento, sobre todo en Europa. Por Ucrania, además, pasan los oleoductos y gasoductos que llevan petróleo y el gas ruso a Europa, que depende aproximadamente en un 40 % de esos hidrocarburos.
Todo esto altera de manera muy acelerada la geopolítica de la energía. Y produce nuevos efectos sobre las sociedades. El gas y el petróleo son clave para la producción de electricidad, porque muchas centrales generadoras funcionan con petróleo. Esto ha hecho que la electricidad, por ejemplo en España, alcance precios altísimos, o que otros países, como Alemania, vuelvan a plantearse la necesidad de mantener las centrales nucleares.
Del mismo modo, metales como el aluminio, el cobre y el níquel registraron un aumento de precios exorbitante. El níquel superó los 100 mil dólares la tonelada. Las fábricas de automóviles, en particular las de modelos más modernos y caros, están sufriendo los nuevos precios. BMW está estudiando si detiene su producción. Rusia es además una gran productora de titanio, clave para la fabricación de microprocesadores (chips), que ya venían en crisis por la pandemia.
En otras palabras, sobre una situación de grave recesión económica mundial provocada por el Covid, el estallido de la guerra de Ucrania y las sanciones impulsan un aumento del costo de vida tan elevado que probablemente despierte movimientos de protesta y eleve el descontento con los gobiernos en muchos países, entre ellos los de América Latina. La traducción política de la guerra probablemente sea una ola de manifestaciones y reclamos sociales a través del planeta.
Pero las ramificaciones de la pandemia también se sienten en los posicionamientos de las grandes potencias mundiales. China, la segunda potencia global, mantiene una posición cercana a Rusia, en un momento delicado y difícil, sin romper necesariamente con el mundo occidental. Por Rusia y Ucrania pasan parte de las nuevas rutas de la seda, el gran proyecto de infraestructura china, que ahora están parcialmente interrumpidas por la guerra y las sanciones. Para China, la guerra supone un golpe económico fuerte, en la medida en que afecta un proyecto fundamental, definido por Xi Jinping como uno de los ejes del desarrollo chino y de su despliegue por el mundo.
Por otra parte, como consecuencia de las sanciones, Rusia pasa a depender cada vez más de China. En cierta medida, las medidas coercitivas impuestas por Estados Unidos y Europa empujan a Rusia a una creciente dependencia de China, que podría adquirir una capacidad hegemónica sobre Rusia. Al mismo tiempo estamos viendo una eventual amenaza de sanciones a China en caso de que le ofrezca a Rusia soluciones que le permitan evitar las sanciones o morigerar su efecto. Por eso China ha mantenido una línea de cooperación con Moscú sin alinearse de maneta unívoca con la posición rusa. Por ejemplo, no votó en contra de la resolución de Naciones Unidas de condena a Rusia; se abstuvo.
Otra consideración, en un contexto de río revuelto como el actual, China teme que Estados Unidos aproveche la ocasión para lanzar alguna iniciativa en favor de Taiwán, por ejemplo si Taiwán inicia una maniobra militar preventiva con la excusa de una inminente invasión china al estilo de la de Rusia sobre Ucrania; o si Estados Unidos y sus aliados avanzan en mayores niveles de reconocimiento político y diplomático a Taiwán.
Asimismo, el gobierno estadounidense anunció recientemente que revisará el esquema de subsidios de China a aquellas industrias cuyos productos se colocan en el mercado norteamericano con vistas a un posible aumento de aranceles, retomando la guerra comercial que en su momento había intensificado Donald Trump. En suma, se ve una voluntad de Washington de hostigar a China, reafirmando que el objetivo estratégico principal de Estados Unidos en el siglo XXI es contener a China, debilitarla de modo tal que no logre superar a Estados Unidos y disputarle su hegemonía.
El otro actor importante, junto a Estados Unidos y China, es Europa. Y en este sentido la consecuencia más significativa de la guerra es el rearme alemán. Desde la finalización de la Segunda Guerra, Alemania no contaba con fuerzas armadas importantes ni con un presupuesto militar relevante. Era la OTAN, y en última instancia los EEUU, de acuerdo a los pactos firmados tras el fin del conflicto armado, quienes aseguraban esencialmente la defensa alemana.
Hace pocos días, sin embargo, el canciller Olaf Scholz anunció un programa de rearme colosal, de más de 100 mil millones de euros, que incluye el relanzamiento de la industria militar alemana, la reconstrucción de los astilleros, la fuerza armada, la aviación… Los recursos totales equivalen a casi el 3 % del presupuesto anual, es decir casi tanto como Estados Unidos.
Es una verdadera revolución militar, que tendrá impactos geopolíticos (aunque siga sin disponer de armas nucleares, Alemania se convertirá pronto en la principal potencia militar europea) y económicos (Alemania es el único país realmente industrializado de Europa y el mayor exportador industrial del mundo per cápita; puesto a fabricar armas, barcos, submarinos o drones, podemos apostar que producirá una conmoción en la industria armamentista global).
Por último, la importancia de la guerra de Ucrania se refleja en movimientos geopolíticos que hasta hace poco tiempo parecían impensables en América Latina. Uno de ellos es la entrevista entre el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y una delegación de Estados Unidos, para iniciar, al parecer, negociaciones que permitan retomar las exportaciones de petróleo venezolano a ese país.
En los hechos, esto implica un reconocimiento «de facto» a Maduro que termina de desplazar definitivamente a Juan Guaidó del escenario político y que también afecta al principal aliado militar de Washington en América Latina, Colombia, cuyo presidente, Iván Duque, quedó descolocado… Este tipo de cambios súbitos de posición confirman que estamos ante un conflicto de consecuencias globales. La historia, en efecto, se ha puesto nuevamente en marcha.
(*) Periodista y profesor en la Universidad de La Sorbona