Amigo de intelectuales y artistas de todo signo (Alberti, Marañón, Lorca, Ridruejo, González-Ruano, Dalí, Cela), ex director del Teatro Nacional, legionario, corresponsal en el Vaticano, diplomático, doctor en Derecho que nunca ejerció, periodista, cuasi poeta, hacedor de documentales, trotamundos empedernido, coleccionista por compulsión...
En 2005 donó su valiosa colección de dibujos de Sorolla, Vázquez Díaz, Madrazo y Fortuny, entre otros artistas, a la Fundación Mapfre. La institución le agradeció la dádiva hace unos meses con un volumen elaborado a muchas manos sobre su vida titulado Dicho y hecho: semblanza plural de Manuel Augusto García Viñolas.
Aquejado de una falta de pigmentación capilar desde joven, cada cana que peina es una página en la reciente Historia de España; cada frase que hilvana ilustra años en blanco y negro, como las imágenes sincopadas de un viejo tomavistas; Franco, guerra, posguerra, Transición, democracia… Apenas oye. Tanto da. Quizá ya lo haya escuchado todo.
El pasado se sedimenta en sus librerías; su vida se consume en una semiesquina de la calle Menéndez Pelayo. Un criado y las visitas de su sobrino José Vicente alivian el ocaso. De mente lúcida y conversación estructurada, espera la muerte en paz consigo mismo, sin reproches. Aún hablan los ojos esmeraldinos de don Manuel.
P.Dilatada vida la suya. A sus 97 años, mira hacia atrás y, ¿qué ve?
R.Ahora que mi vida está cancelada, rememoro un gran espectáculo, una riqueza mayor de la que he merecido. Haber vivido tanto ha sido un prodigio, como un ensueño. A mis años y en mi estado, tengo una gran falta de interés por casi todo, pero me molesta mucho que a los que vienen detrás no se les despierte entusiasmo por nada.
P. ¿Cómo evoca su infancia y sus raíces familiares? Pese a la longevidad, ¿sigue conservando aquel espíritu de boy scout?
R. Soy el mayor de cinco hermanos: Vicenta, Francisco, Pío y María del Milagro. Mi padre era sastre y mi madre modista, así que mi casa era el típico hogar animado por las labores de la costura. También tengo recuerdos simpáticos de mi etapa de boy scout, pero no me quedó otra que salir de Murcia para abrazar la vida.
P. Cine, abogacía, periodismo, coleccionismo, diplomacia... Menuda versatilidad la suya. ¿Por dónde empezó a hincar el diente a su destino? y, rebobinando su existencia, ¿qué quedó en el tintero?
R. De no haberme dedicado a todos esos menesteres hubiera hecho Historia. Mi primer trabajo fue en La Verdad, de Murcia. Llegué a Madrid a principio de los años 30 y me enrolé en El Debate, el primer periódico católico del mundo. Me enviaron de corresponsal al Vaticano. Allí conocí realmente la introspección, la vida interior. El cardenal Eugenio Pacelli, que luego fue el santo Padre Pío XII, se dirigía a mí con simpatía y me llamaba con acento italiano y los brazos abiertos: "¡Viñolas!". También conocí a Mussolini, Curcio Malaparte, Gabriel D’Annunzio... Muchos otros.
P. Y fuera de España le pilló la Guerra Civil...
R. El alzamiento de julio de 1936 me sorprendió en un viaje al Monte Athos, en Salónica, Grecia. Mi reacción fue alistarme de legionario, aunque luego nunca estuve en primera línea. Al llegar a España mi confesor en Roma tenía un hermano en Burgos y así pude cruzar todo el país y acabar en la zona nacional.
P. ¿Cómo fueron aquellos días terribles?
R. La guerra cortó la vida del país en seco. Aún me es difícil hablar de aquello. Mis dos hermanos varones estuvieron presos en Murcia mientras yo permanecía en la zona nacional sin poder verlos.
P. Fue nombrado jefe nacional de Cinematografía en plena contienda, 1938, ¿cómo era Francisco Franco en primer plano?
R. Franco no era afectuoso. Se comportaba muy normal, como un padre de pueblo. Tenía un carácter y unos hábitos frugales. Siempre que despachábamos me recibía afectuosamente y preguntaba: "¿Cómo andas?", pero sin exceso de familiaridad. Mantenía una prudente distancia.
P. Usted filmó la entrada victoriosa de los nacionales en Madrid, pero antes se había interesado por los prisioneros del otro bando en el documental Prisioneros de guerra en 1938.
R. Sí, eran italianos, miembros de las Brigadas Internacionales, que estaban presos en un convento de Burgos. Mantuvimos un buen diálogo, y dentro de lo que cabe –debido a aquellas difíciles circunstancias– el clima entre nosotros fue benigno. No hubo rencor ni crispación.
P. Además de ser condecorado como comendador con la primera Orden del Yugo y las Flechas, fue uno de los fundadores del No-Do y visitó los estudios alemanes de la UFA y la Fox en Nueva York. ¿Qué opina del actual cine español?
R. No recuerdo ninguna película memorable. Ni siquiera veo la tele con atención. Para eso tengo mi colección tremenda de reportajes, documentales en esta videoteca [señala una estantería de casa donde se apila su memoria visual favorita]. Como dije, mi idolatría acabó con Charles Chaplin y Greta Garbo.
P. ¿Y de dónde sacó tiempo para dirigir el Teatro Nacional?
R. Tuve que tomar la dirección a la muerte de Felipe Lluc [1940]. Uno de mis méritos fue llevar al teatro a Jacinto Benavente cuando era un proscrito. Hicimos un almuerzo con él en pleno escenario.
P. ¿Cuántos amigos o compañeros le retiraron la palabra o le repudiaron cuando llegó la transición por cuestiones de conciencia política?
R. Casi nadie. Siempre fui amigo de republicanos como Gregorio Marañón o gente contraria al Régimen como Juan de Borbón, padre de nuestro rey. Él me decía: "Hay que ver, Viñolas, a ti sí que no te importa comer con el enemigo". Nadie me dejó de dirigir la palabra cuando cayó el franquismo y se fue instaurando la democracia. He tenido gente del Partido Comunista en mi pandilla de amigos y entre muchos de los profesionales que trabajaron conmigo. Operadores, iluminadores, decoradores, escritores... Eran necesarios. Como respirar. A fin de cuentas no tuve cargo político, sino más bien técnico.
P. Defina la labor de los Carrero Blanco, Solís, Serrano Súñer, Martín Artajo...
R. Mire, todos ellos son ya para mí vagos recuerdos.
P. Aparte de su faceta tras las cámaras, ganó un premio Nacional de Periodismo, fundó la revista de cine Primer Plano (1940-1942), y pasa en los años 50 una gozosa etapa en Río de Janeiro y Lisboa como agregado cultural. ¿Fue el periplo más feliz de su existencia?
R. Todos y cada uno de mis viajes me divertían [visitó las ruinas de Machu Picchu, México, Ecuador, Cuzco, Egipto, el Sinaí, Creta, Bolivia y hasta sufrió un aterrizaje forzoso en el Amazonas], tanto como la vida misma. Brasil es una divina proporción de naturaleza, grandeza, bullicio y silencio. Tengo la insignia de oro y brillantes del Real Madrid que me impuso don Santiago Bernabéu, pero del equipo que yo fui realmente seguidor fue del Vasco de Gama.
P. En Sudamérica fue recopilando su fabulosa colección de exvotos, ¿es uno de sus más preciados tesoros?
R. Desde luego, están en mi dormitorio [señala con cierta devoción a sus aposentos, pero con aire de no querer enseñar la mística de las figuras] y son todos auténticos. Tengo otros muchos objetos por la casa con un gran valor sentimental.
P. Soltero y sin descendencia, ¿qué lugar ocupó el amor en una vida tan azarosa y viajera?
R. En cuestiones de amor he sido transeúnte y viajero. Apenas ocupó lugar porque el tránsito obligaba a la mudanza en todos los aspectos de la vida.
P. ¿Qué piensa de los que atacan con furia a la dictadura?
R. Pues que yo viví esa etapa, y muchos de ellos sólo la oyeron.
P. Don Manuel, como dijo Alfonso Guerra al alba del felipismo: "A España no la va a conocer ni la madre que la parió".
R. Existirá el germen español. Va con el carácter, con nuestra colectividad. No hay ninguna fuerza política capaz de partir esa cohesión llamada España.
P. ¿Qué opina del panorama político, de nuestros gobernantes?
R. Mal. No me gusta la situación de nuestro país. Estamos en trance de mudanza, y ni siquiera sabemos hacia dónde. De todas maneras mis juicios y diagnósticos los hago ya en plano doméstico.
P. ¿Qué consejo daría a la clase dirigente?
R. No eludir a nada ni a nadie. Jamás atacar al opinador contrario de un modo furibundo.
P. Ejerció de crítico de arte durante 19 años en el diario Pueblo y al final acabó metido a coleccionista. ¿Qué le empujó a donar tan vasto y maravilloso patrimonio?
R. No es para tanto, quizá esos adjetivos sean exagerados. Me siento muy afortunado de la donación porque como dijo D’Annunzio "tengo lo que he dado".
P. Su gran amigo Dionisio Ridruejo, escritor y político de la Generación del 36, le definía como "vanidoso y narciso, codicioso de vida".
R. Comparto esa opinión puesto que no he sido ambicioso de títulos ni albergué avaricia por los cargos.
P. Hubo un tiempo sin tensión entre las facciones más enconadas de la nación. Valga como ejemplo ese Nocturno que fue escrito de puño y letra por Federico García Lorca y que le dedicó junto con unos dibujos hechos por el granadino en 1933: La noche quieta siempre/El día va y viene./La noche, muerta y alta/El día, con un ala/La noche sobre espejos./Y el día, bajo el viento. ¿Le duelen las dos Españas? ¿Aún conviven entre nosotros?
R. Entre tantos de mis dolores, físicos e intelectuales, no sé si uno de ellos es España. Para mí hoy cuenta más el pasado que el futuro. Sólo le pido a la vida que no me haga demasiado daño.
La colección que donó García Viñolas a la Fundación Mapfre se compone de dibujos de maestros españoles de la pintura de finales del siglo XIX y del XX como Mariano Fortuny, Joaquín Sorolla, Daniel Vázquez Díaz, Ignacio Pinazo o Luis Gordillo.