Me sigue resultando sorprendente el masivo apoyo social que se produce en esta región a los posicionamientos del Partido Popular. Sorprende esta generalizada y extraña Confianza en el Futuro, como rezaba el eslogan de este partido en las pasadas autonómicas.
Sorprende especialmente cuando todo el mundo, vote lo que vote, debería saber que ha sido el gobierno regional y el partido que lo sustenta quien con la actual política económica, y de la mano de una política medioambiental supeditada al desarrollismo urbanístico, ha permitido y tolerado que paisaje y recursos hídricos se encuentren tan mal parados, se desarticule el equilibrio entre las poblaciones, el territorio y sus recursos, y se instale una sospecha de corrupción generalizada en nuestras instituciones locales y autonómicas (Totana, Torre Pacheco, Puerto Lumbreras, Águilas, Lorca, etc.) que nos acerca cada día más a la Marbella de GIL.
¿De dónde nace, entonces, esa fascinación popular que alcanza a seis de cada diez murcianos? ¿Cómo puede crecer su apoyo allí donde hay muestras evidentes de corrupción? Puedo asegurar que no deja de asombrarme esta situación, no deja de asombrarme el que frente a la pasmosa realidad de los hechos siga siendo respetado el orden popular y no surjan en pueblos y ciudades resistencias y subversiones a la lógica imperante. Sigue sorprendiéndome que el régimen popular, con su dominación y su soberbia, con sus mitos arcaicos, sus atropellos y su red de privilegios e injusticias no sólo se perpetúe sino que además se refuerce con tanta facilidad.
Pasada la resaca electoral, deberíamos exigirnos una mirada que transcendiera la lineal perspectiva política y profundizara en dimensiones más sociológicas, incluso antropológicas, que pudieran explicar la lógica de la dominación popular que nos invade, que pudiera explicar la violencia simbólica y atenuada que se ejerce sobre nosotros: sobre quienes son seducidos y sobre quienes creemos resistirnos, para comprender el principio hipnótico de la dominación que todos, dominadores, dominados y resistentes, padecemos.
En esta región se posee una manera particular de modular nuestro idioma, se posee un estilo de vida, y a casi todos nos une un estigma, la falta de agua, que ha decidido caracterizarnos, de una u otra forma, y en torno al cual es imposible no posicionarse. ¿Es este estigma arcano el que ha permitido, como en la génesis de los nacionalismos más románticos, construir una idea de afrenta y dolor sobre la que ha cristalizado la difusa identidad murciana? Pero no es tan simple.
Cuando hablamos de agua no hablamos de otra cosa sino de dinero. Éste, y no otro, es el motivo de la pulsión acuosa imperante… Quizá por ello sean rechazadas las actitudes éticas y responsables ante esta cuestión: como decía Raoul Vaneigem, frente al fetichismo del dinero, la ética, por necesaria que se la considere, resulta insuficiente. Debemos decirlo con rotundidad: "Confianza en el futuro" no es sino "Confianza en el dinero", una versión del cinematográfico "todo por la pasta", que hace que la dominación popular haya situado el nivel de la existencia humana en esta región en el vacío materialismo del valor de cambio, en la inmanencia banal de un "mall consumismo" de telefilm.
Todas las demás transcendencias son pura retórica estética: desde el populismo catól(d)ico y cultural de la Semana Santa y las fiestas populares, hasta el PAC, el SOS y sus diferentes versiones locales.
Debemos ser claros: ética o dinero. Ésta, y no otra, ha sido la elección en los comicios del último año: llegar a comprobar si como votantes éramos capaces de superar el fetichismo del euro y retomar un camino de ética política y social que devolviera a la comunidad de ciudadanos una definición de futuro más justa, más equilibrada, más común y humana. Pero no ha sido posible, los resultados nos han devuelto a la realidad en la que vivimos: una realidad configurada en torno al afán de ganar más, afán que mueve los cuerpos todos los días haciéndonos olvidar el valor de una educación equitativa y que ofrezca las mismas oportunidades a todos los niños y niñas de la región, olvidando también el valor de un paisaje natural cuidado y no esquilmado, o el de una economía productiva centrada en la investigación y el desarrollo industrial y tecnológico, de crecimiento lento pero seguro. Por no hablar del desarrollo de unos servicios públicos que son coartada para la apertura de dudosas vías de negocio particular.
Ya sabemos que pretender moralizar los negocios es tan vano como incitar a cuidar más la higiene a quien vive en un estercolero, pero a pesar de ello es realmente preocupante que no sea creíble o no interese una opción de vida ciudadana en la que la libertad no sólo presente el rostro de propiedad privada y oportunismo sino, y fundamentalmente, el rostro del interés común. Y es más preocupante, si cabe, el que la inmensa mayoría de la ciudadanía en esta región muestre semejante desconfianza hacia las posibilidades de regeneración democrática que prometen los partidos de la oposición: o no interesa o no se lo creen, o las dos cosas a la vez.
Sin embargo, los resultados no deben desanimarnos. Nuestra particular visión es crucial porque, aunque no lo parezca, esta confianza en un futuro acuoso no es sino "confianza en el pasado". Una confianza que tiene quien considera que si hasta ahora nos ha ido bien para qué cambiar, de quien no es consciente que el cambio no sólo es necesario si queremos tener futuro, sino que es imprescindible para poder tenerlo. Un cambio que no es de siglas o de políticos, sino por el contrario un cambio de mentalidad y de conductas, un cambio de políticas y de actitud, un cambio necesario para poder sobrevivir.
Va siendo hora de decir bien claro que la Región de Murcia, como comunidad social y política, como territorio, tiene que mirar a los ojos a una realidad que está por encima de los precarios divertimentos del presente. No importa quien ostente el gobierno regional, ni los gobiernos locales, no importa quien posea el apoyo masivo de la sociedad murciana, si no encaramos de un modo sincero los retos del futuro.
Para ello no nos sirve la confianza en el pasado, es necesario un giro ético y no sólo de la experiencia política sino también de nuestra vida cívica. Este giro ético ha de impregnar nuestra acción cotidiana, desde los círculos más cercanos a los más alejados, desde la relación con nuestra pareja o hijos a la relación con nuestro vecindario, entendiendo el espacio público como un bien propio que a todos pertenece, Ejercitando en todos los ámbitos, incluido el del trabajo, prácticas éticas ajenas al oportunismo, a la trampa y al engaño. Sólo así podremos afirmar, sin temor, que la Región de Murcia puede mirar su futuro con confianza y en libertad.