Ésta es la dura realidad que debe afrontar Bush cinco años después de iniciar una guerra que, según el economista y premio Nobel Stiglitz, habrá costado 3 billones de dólares (3 millones de millones de dólares).
Una situación bien distinta de los tres objetivos que se pretendía alcanzar. Dos declarados, derrotar el terrorismo y democratizar Oriente Próximo, y uno implícito, garantizar y abaratar el abastecimiento de petróleo. Una mezcla de idealismo y de cinismo que no es una novedad en la historia de la política exterior americana pero que ha alcanzado en Iraq el mayor de sus fracasos.
Y, como si la Historia quisiera poner de relieve ese fracaso, el aniversario del inicio de la guerra ha coincidido con dos acontecimientos que demuestran la falsedad de sus razones y la gravedad de sus consecuencias.
El primero es el informe del Estado Mayor interejércitos de EEUU, que reconoce no haber encontrado ninguna relación entre Sadam Husein y Al Qaeda después de haber analizado mas de 600.000 documentos requisados en Bagdad.
Así pues no había armas de destrucción masiva ni relación con Ben Laden, las dos razones esgrimidas para justificar la guerra. Entonces convencieron a la opinión pública americana; ahora, sin embargo, la mayoría desea una retirada de Iraq que los candidatos demócratas proponen efectuar entre 12 y 16 meses. Pero, aun queriendo, no será nada fácil hacerlo, tanto por razones políticas como logísticas, y una retirada apresurada provocaría una segunda catástrofe.
La coalición que EEUU formó para atacar Iraq al margen de la ONU (esa coalition of the willing, como la bautizaron los neoconservadores americanos) se ha ido reduciendo hasta ser sólo una coalición de dos: EEUU y el Reino Unido, acompañados de un abigarrado grupo de países como Albania, Bulgaria y Mongolia, cuya contribución es tan simbólica como inoperante.
Pero todos pagaremos el coste de esa desgraciada aventura. La estamos pagando ya, porque los costes directos de la guerra de Iraq han contribuido a debilitar la economía americana a través de un petróleo más caro y mayores déficits públicos.
El segundo acontecimiento al que me refería pone de manifiesto esa debilidad: en la noche del 16 al 17 de marzo el dólar se hundió en los mercados de cambio asiáticos hasta el nivel de los 100 yenes, la caída más brutal que se recuerda de la moneda americana. Y una economía americana más débil debilita la economía mundial y también la europea.
Pero los que más directamente han pagado y van a pagar las consecuencias de la guerra, tanto en términos económicos como humanos, son los iraquíes y los americanos.
Unos costes enormes pero difíciles de cuantificar. ¿Cuántos iraquíes han muerto en estos 5 años? Nadie lo sabe. Ciertamente, todos los días se producen sangrientos atentados con decenas de muertos, pero las estimaciones de víctimas mortales varían entre las decenas de miles y un millón.
No sólo hay que contabilizar las muertes violentas producidas por las fuerzas invasoras y ocupantes, que suelen usar sin demasiadas preocupaciones su enorme potencia de fuego, los grupos insurgentes, los enfrentamientos étnicos y los grupos criminales organizados. También las causadas por la degradación del sistema higiénico y sanitario en un país en el que casi todo ha dejado de funcionar, empezando por el suministro de agua, y del que han huido casi todos sus médicos.
La estimación más baja, 85.000 muertos, es la del Gobierno iraquí a partir de datos de mortuorios y hospitales.
La más alta es la de la revista médica británica Lancet, que ha elaborado dos estudios de campo en Iraq. El segundo de ellos, de octubre del 2006, estima el número de muertos causados por la guerra y la ocupación en 650.000, de los cuales 600.000 serían muertes violentas.
Entre los dos, un estudio de la Organización Mundial de la Salud estima 150.000 muertos violentos entre marzo del 2003 y junio del 2006.
Lo más probable es que nunca sepamos el verdadero coste pagado en vidas humanas por los iraquíes. Debería ser más fácil saber el coste en términos económicos pagado por americanos y británicos. Pero tampoco eso parece fácil.
Antes de empezar la guerra, el entonces secretario de Estado de Defensa, Donald Rumsfeld, estimó su coste en 50.000 millones de dólares (md). Pero era una estimación tan fantasiosa como las armas de destrucción masiva. La guerra de Iraq es ya la más cara de las guerras, con excepción de la II Guerra Mundial, de EEUU.
La estimación más baja de su coste es la que hace la Oficina Presupuestaria del Congreso americano, que lo sitúa en 413.000 md hasta septiembre pasado. El coste operativo mensual para este año 2008 se estima en 12.000 md. Si a las proyecciones del coste hasta el 2017 se suman los intereses de la deuda emitida para pagar esos gastos, la factura se situaría entre 1,3 y 2 billones.
Pero en su reciente libro sobre el coste de la guerra, Stiglitz añade toda una serie de costes directos e indirectos hasta alcanzar los 3 billones de dólares. Entre ellos las pensiones a los soldados heridos, que son ya 60.000 directamente repatriados desde el terreno de operaciones. Pero Stiglitz recuerda que el 39% de los soldados que participaron en la primera guerra del Golfo (muy corta) pidieron pensión por alguna clase de minusvalía.
Stiglitz acaba su libro preguntándose qué se hubiese podido hacer con todo ese dinero. Muchas cosas que habrían contribuido a que nuestro mundo fuese diferente de cómo es y que la guerra de Iraq ha contribuido mucho a empeorar. Los que la promocionaron y apoyaron, de buena o mala fe, han contraído una enorme responsabilidad ante la Historia.