MADRID.- Son pocas las personas que estos días se saltan la orden de
confinamiento decretada por el Gobierno para evitar la propagación del coronavirus, pero haberlas haylas y la policía ya ha comenzado a poner las primeras multas.
Pero ¿qué lleva a una persona a saltarse las prohibiciones de las autoridades en un escenario tan grave como el actual?
El psicólogo social y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Guillermo Fouce, cree que estas personas responden a dos perfiles: los egoístas, que piensan que como a ellos no les afecta el virus tampoco les va a afectar a otros y sólo piensan en su bienestar, y otro grupo de personas que asumen los mensajes negacionistas y no se creen la gravedad de lo que está ocurriendo.
“Las posturas egoístas quizás tienen más peso, centrarse en uno mismo y olvidarse de los demás para posteriormente justificar ese comportamiento en que nos están engañando. El negacionismo para justificar el egoísmo“, señala.
Fouce indica que en los primeros días del confinamiento pudo haber una fase en la que la gente todavía no había tomado conciencia de la gravedad de la situación, o que no se había transmitido lo suficiente la importancia de las prohibiciones y había quien no se lo acababa de creer o negaba la situación.
“En la fase en la que estamos ahora todo el mundo ya sabe lo que hay. Las medidas son suficientemente graves” y la forma de corregir este comportamiento -sostiene- será a través de las multas, “que sus actos tengan unas consecuencias”.
Advierte de que habrá más intentos de vulnerar la norma según pasen los días y aumente la desesperación y la no adaptación a las circunstancias y la gente buscará excusas para salir dentro de las excepciones contempladas, como ir al supermercado en grupo o pasear a la mascota entre varios.
Por su parte, la profesora de Psicología de la Universidad de Comillas, Nereida Bueno, ha identificado tres perfiles distintos en las personas que incumplen el confinamiento: por una parte, las personas mayores que son población de riesgo y “asumen la fatalidad”, quienes no tienen percepción del riesgo y actúan con egoísmo, y un tercer grupo que sólo reacciona ante el castigo y no ante la prohibición.
Todos estos casos -explica- responden a una serie de características.
“Encontrarse en la población de riesgo por la edad y tener asumido el fin de la vida como algo que puede ser próximo. Son estos abuelos a los que la policía llama la atención por estar en la calle y dicen: qué mas da, si de algo hay que morir…“.
Otra característica que explica este comportamiento sería la baja percepción del riesgo. “Si tengo una percepción del riesgo bajo, puedo salir a la calle porque no considero que pueda haber un riesgo tan grave como el que dicen en la televisión”.
Hay, además, un determinado grupo de personas que piensa que a ellas no les va a ocurrir. “Sería la misma actitud que tienen aquellos jóvenes que no usan preservativo y están convencidos de que no se contagiarán una enfermedad de transmisión sexual, o quienes conducen después de beber alcohol.
“La gente se sitúa en una excepcionalidad falsa, ya que sentirse vulnerable es algo difícil de asumir porque genera mucha ansiedad y por eso piensan que no pertenecen al grupo de quienes lo pueden pasar mal”, explica.
Entre los que estos días se pueden ver en las calles están las personas que no forman parte de un grupo de riesgo y cuya falta de valores sociales y predominio del interés personal les hace comportarse de manera egoísta, sin pensar en el peligro que pueden causar. “Son personas egoístas“, afirma.
En cuanto a los efectos de esta forma de actuar en quienes sí cumplen las normas, ambos expertos coinciden en que en el enfado y la rabia serán los sentimientos mayoritarios.
“Uno asume que está haciendo unos sacrificios muy grandes, cada uno en las circunstancias en la que esté, y ver que un sacrificio personal muy grande no coincide con el de los demás, tiene que generar muchísima rabia“, afirma Bueno.
A esa sensación de enfado, Fouce añade el deseo de reclamar medidas contra quienes se saltan la ley.
“Una petición a las instituciones para que garanticen que todo el mundo está obligado a cumplir”.
El psicólogo social y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Guillermo Fouce, cree que estas personas responden a dos perfiles: los egoístas, que piensan que como a ellos no les afecta el virus tampoco les va a afectar a otros y sólo piensan en su bienestar, y otro grupo de personas que asumen los mensajes negacionistas y no se creen la gravedad de lo que está ocurriendo.
“Las posturas egoístas quizás tienen más peso, centrarse en uno mismo y olvidarse de los demás para posteriormente justificar ese comportamiento en que nos están engañando. El negacionismo para justificar el egoísmo“, señala.
Fouce indica que en los primeros días del confinamiento pudo haber una fase en la que la gente todavía no había tomado conciencia de la gravedad de la situación, o que no se había transmitido lo suficiente la importancia de las prohibiciones y había quien no se lo acababa de creer o negaba la situación.
“En la fase en la que estamos ahora todo el mundo ya sabe lo que hay. Las medidas son suficientemente graves” y la forma de corregir este comportamiento -sostiene- será a través de las multas, “que sus actos tengan unas consecuencias”.
Advierte de que habrá más intentos de vulnerar la norma según pasen los días y aumente la desesperación y la no adaptación a las circunstancias y la gente buscará excusas para salir dentro de las excepciones contempladas, como ir al supermercado en grupo o pasear a la mascota entre varios.
Por su parte, la profesora de Psicología de la Universidad de Comillas, Nereida Bueno, ha identificado tres perfiles distintos en las personas que incumplen el confinamiento: por una parte, las personas mayores que son población de riesgo y “asumen la fatalidad”, quienes no tienen percepción del riesgo y actúan con egoísmo, y un tercer grupo que sólo reacciona ante el castigo y no ante la prohibición.
Todos estos casos -explica- responden a una serie de características.
“Encontrarse en la población de riesgo por la edad y tener asumido el fin de la vida como algo que puede ser próximo. Son estos abuelos a los que la policía llama la atención por estar en la calle y dicen: qué mas da, si de algo hay que morir…“.
Otra característica que explica este comportamiento sería la baja percepción del riesgo. “Si tengo una percepción del riesgo bajo, puedo salir a la calle porque no considero que pueda haber un riesgo tan grave como el que dicen en la televisión”.
Hay, además, un determinado grupo de personas que piensa que a ellas no les va a ocurrir. “Sería la misma actitud que tienen aquellos jóvenes que no usan preservativo y están convencidos de que no se contagiarán una enfermedad de transmisión sexual, o quienes conducen después de beber alcohol.
“La gente se sitúa en una excepcionalidad falsa, ya que sentirse vulnerable es algo difícil de asumir porque genera mucha ansiedad y por eso piensan que no pertenecen al grupo de quienes lo pueden pasar mal”, explica.
Entre los que estos días se pueden ver en las calles están las personas que no forman parte de un grupo de riesgo y cuya falta de valores sociales y predominio del interés personal les hace comportarse de manera egoísta, sin pensar en el peligro que pueden causar. “Son personas egoístas“, afirma.
En cuanto a los efectos de esta forma de actuar en quienes sí cumplen las normas, ambos expertos coinciden en que en el enfado y la rabia serán los sentimientos mayoritarios.
“Uno asume que está haciendo unos sacrificios muy grandes, cada uno en las circunstancias en la que esté, y ver que un sacrificio personal muy grande no coincide con el de los demás, tiene que generar muchísima rabia“, afirma Bueno.
A esa sensación de enfado, Fouce añade el deseo de reclamar medidas contra quienes se saltan la ley.
“Una petición a las instituciones para que garanticen que todo el mundo está obligado a cumplir”.
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