"Nunca dejo que me ganen las rabiasni que de necios me atosigue la acerbía,ni que el aplauso me torne menos mío"
León de Greiff
¡Por favor, no atosiguen! ¡Circulen y no atosiguen!
El atosigamiento es la gasolina del que hoy día quiere hostigar. Algo que en absoluto es banal. Como bien ha dicho Byung-Chul Han,
la racionalidad corre pareja a la duración y a la constancia. La
estrategia de la involución cabalga a lomos de la irracionalidad y es
por eso, precisamente por eso, por lo que la ultraderecha atosiga.
Atosiga en el espacio público, atosiga a los adversarios, que son todos,
pero también atosiga a los colindantes. Atosiga porque no tiene nada
que perder, pero también porque le dejamos hacerlo.
La rapidez, la liquidez es una premisa de la inanidad.
Cuando
se estaba gestando la coalición de gobierno tuve ocasión de recordarlo
varias veces cuando los periodistas se quejaban de no tener acceso
minuto a minuto a las negociaciones, de no contar con declaraciones
instantáneas. Sí, como aquellas que sirvieron para torpedear antes de
las últimas elecciones el mismo proceso. La transparencia es debida en
democracia, pero la transparencia instantánea sólo sirve para mantener a
la sociedad en permanente estado de shock. Y el shock, el noqueamiento
racional, "desimpregna y vacía el alma" y, sobre todo, continúa Han,
"desarma a la sociedad hasta el punto de que se someta a una
reprogramación radical".
Esto último, la
reprogramación radical, es el objetivo claro de la ultraderecha. No es
una reprogramación hacia un futuro distópico o soñadamente ideal sino
hacia un pasado que conocemos en demasía. Por eso resulta extraño que no
nos preguntemos, todos pero también los profesionales, cómo es que les
servimos de mediums para instalar ese estado de vaciamiento en la
sociedad. No es esa nuestra función. Si algo nos machacaron cuando nos
prepararon para la independencia es que un periodista no debe nunca
dejarse marcar la agenda y menos por el poder o por los que lo buscan.
La
polarización funciona. La confrontación es el signo de los tiempos
porque la polarización deja el espacio abierto para el consumo de ideas
pero también de productos. El enfrentamiento sin matices nos confirma la
tesis de que una idea falsa pero clara tiene más espacio en el mundo
que una verdadera y compleja, como incidía en este mismo diario
Innerarity citando a Tocqueville. Reconocer esta circunstancia no puede
sino inducirnos a pensar que todos tenemos un papel que jugar en ello.
Si no, esto va a ser un no parar.
Tendremos una inyección de shock cada
día. Quien dice el veto parental. dice la ilegalización de partidos
independentistas, o dice, tiempo al tiempo, la pena de muerte previo
paso por la cadena perpetua real que ya nos sirvió Monasterio en plena
campaña electoral, envuelta en el papel de caramelo "para los
violadores", porque así funciona su burda y nada sutil manipulación.
Por
eso no debemos dejarnos desarmar ni dejar que desarmen a nuestros
hijos. No buscan protegerlos de ninguna corrupción sino desprotegerlos
frente a la reprogramación radical que propugnan, anulando el espíritu
crítico que es el escudo que permite salvaguardar la humanidad frente a
cualquier agresión totalitaria, del signo que sea.
¡No atosiguen, oiga!
El
ritmo de la política no puede ser el ritmo de las redes sociales si es
que pretendemos que los gobernantes intenten hacer algo reflexionado,
consensuado y que perdure algo más que la siguiente andanada. Es
fundamental, no para ellos sino para nosotros, que sepamos valorar los
tiempos y que dejemos que la cosa pública discurra al ritmo que le es
preciso y que no es el de un tuit y tampoco el de un informativo.
No es
trabajo nuestro marcar los tiempos. Ser notario de la realidad no
incluye en el paquete convertirse en acelerador de la misma para
adecuarla a los tiempos de la competencia. Entramos así en una espiral
de caducidad en la que las informaciones, los análisis, las polémicas
han caducado casi antes de empezarlos porque ya la dinámica del shock
nos está impulsando y porque ya la boca feroz de nuestra propia
competencia -elevada a un ritmo casi insostenible- nos está obligando a
mutar, a cambiar, a pasar con la máxima levedad sobre todo.
Atosigar
es pretender a la semana de que un gobierno tome posesión valorar la
imposibilidad de que cumpla sus proyectos. Atosigar es volver una y otra
vez con las declaraciones de campañas y enfrentamientos anteriores como
si no existiera la posibilidad de que se enmienden y mejoren, todos,
como si no existiera reinserción para sus dislates antiguos. Debemos de
procurársela. Sólo así podremos demandarles que se encarrilen, que
vuelvan a la mesura, que no se sigan dejando marcar el ritmo del vals
por los que sólo buscan romper la baraja.
¡Y no se dejen atosigar!
Si
no cesa, si el hostigamiento continúa, sólo podemos exigir que sean
capaces de resistirse, que no perezcan noqueados. Esta es una de las
reflexiones que debería hacerse el jefe de la oposición. Los que le
someten a corrientes de alta tensión cada día sólo buscan el efecto que
logran. Este país necesita una derecha instalada en la racionalidad y en
las ideas complejas porque el mundo no se está simplificando sino todo
lo contrario.
Hay demasiadas cosas que precisan de
constancia y razón en nuestro debe. Una de ellas va a ser desactivar el
tinglado que ha resultado de la reinterpretación de las normas jurídicas
para servir a un fin concreto como era acabar con los independentistas.
El daño que se le ha hecho al Estado de Derecho, ese que yo llevo dos
años denunciando en esta columna, va a precisar de una tarea tranquila y
constante para ser desactivado. Como si de una bomba se tratara, poco a
poco y con pulso firme.
El atosigamiento por parte de los diversos
sectores independentistas no podrá leerse sino como una resistencia a
volver a la normalidad y un interés no confesado por mantener a su
sociedad en estado de shock. El hostigamiento por parte de la oposición
ya se lo he definido más arriba.
Desconfíen de los
atosigadores. Buscan desarmarnos como sociedad democrática. No cedan
tampoco a la tentación de serlo porque ¿quién quiere un alma vacía?
(*) Periodista
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