PEKÍN.- A Pekín le desvela menos la guerra comercial y el embrollo hongkonés que sus cerdos. Se entiende que un Gobierno cuya legitimidad descansa en el bienestar social de su pueblo se inquiete cuando el precio de su carne ha subido el 80% en un año. Detrás del drama está la gripe porcina africana que ha arrasado sus piaras desde que el primer caso fuera detectado en agosto pasado en una granja cercana a Rusia, según crónica del corresponsal de El Periódico, de Barcelona.
La última medida de la llamada «política porcina» es la inyección de 10.000 toneladas de las reservas nacionales en
el mercado. El Gobierno central y las provincias mantienen depósitos
estratégicos de carne de cerdo desde 1970 en previsión de crisis que
atenten contra la estabilidad social. La cantidad es un secreto de
Estado que algunos analistas sitúan entre 3 y 5 millones de toneladas.
La medida, aprobada cuando apenas faltan dos semanas para las
vacaciones del Día Nacional, es puramente simbólica porque esas 10.000
toneladas apenas suponen el 0,2% del consumo mensual.
Pero revela la resolución de que el asunto no se escape de las manos
cuando los pronósticos descartan un final cercano de la crisis. Es
probable que Pekín recurra de nuevo al almacén en Año Nuevo para
facilitar los banquetes pantagruélicos con varios platos de cerdo que
nunca faltan en la mesa.
Los mensajes oficiales revelan la magnitud de la crisis.
«Tenemos que asegurar el suministro de cerdo por cualquier medio y
controlar la especulación del mercado, estimular la producción y
aumentar nuestras reservas», avanzó meses atrás el viceprimer ministro,
Hu Chunhua.
China es el primer productor y consumidor del mundo de cerdo.
Desde el 2016, se había esforzado en potenciar las grandes
explotaciones y desincentivar a los pequeños granjeros con elevados
estándares medioambientales que empujaron a la quiebra a 150.000
negocios. La crisis, sin embargo, ha empujado a los gobiernos locales a
regar de subvenciones a cualquiera que quiera retomar el negocio. La
nueva política ha generado estupefacción en el gremio.
«Hoy obligas a muchos ganaderos a cerrar sus granjas y mañana
cambias de opinión y les animas a criar cerdos. Si criticaste a Trump
por irracional, ¿por qué no te planteas si tus políticas son
razonables?», sentenciaba un comentario en las redes sociales con más de
15.000 adhesiones.
Unos 200 millones de cerdos, casi la mitad de la producción anual, han muerto o sido sacrificados por una epidemia que carece de peligro para los humanos y de cura para los animales.
Rabobank sostiene que China podría perder hasta el 70 % de su cabaña porcina.
La gripe africana ha golpeado al país con su economía en mínimos y
amenaza con disparar la inflación. El cerdo es el principal elemento de
la cesta de la compra nacional y su carestía ha empujado al alza el pollo, el cordero y la ternera. También
ha limado la capacidad de consumo interna sobre la que Pekín pretende
que gire su nuevo patrón económico tras décadas basándose en las
manufacturas y la exportación.
El animal está grapado a la cultura china. Un viejo dicho asegura que un bol lleno de cerdo identifica al opulento y el Año del Cerdo concentra augurios de prosperidad.
En los crudos años maoístas nada se recibía con más alborozo que
el cupón mensual de medio kilo de cerdo y en muchas zonas áreas rurales
se reservaba para cumpleaños o bodas. Aquellos tiempos ásperos fueron
recordados recientemente cuando Nanning, la capital provincial de
Guangxi, reintrodujo los cupones para que comprar un kilo de cerdo
diario a precios subvencionados.
No es la mejor publicidad para un gobierno que en dos semanas
celebrará el 70 aniversario de la fundación de la república popular y
que recuerda que fue la inflación, y no las pretensiones democráticas,
la que catalizó el levantamiento de Tiananmén en 1989.
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