CARTAGENA/CATANIA.- Como si se volviera a la época de la
Primera Guerra Mundial, cuando se empezaron a utilizar los submarinos
como arma de guerra. Es la primera sensación cuando uno entra por la
escotilla de babor al grito de 'Guardia abajo' al 'Tramontana', uno de
los dos 'tubos' operativos con los que cuentan las Fuerzas Armadas
españolas.
Y sin embargo los submarinos como arma de guerra silenciosa han
vuelto a recobrar importancia en los últimos años debido a su
proliferación entre países como Rusia y China.
Nos adentramos en el submarino ESPS Tramontana, de la clase
Agosta, diseño francés. Tiene 67 metros de eslora y una dotación de 62
tripulantes, incluidas 4 mujeres. Pesa 1.490 toneladas y alcanza una
velocidad de doce nudos en superficie. En inmersión, 1.740 toneladas y
20,5 nudos.
Sorprenden sus angostos pasillos, la falta de luz, el olor a
diésel, que se aprovecha cualquier rellano para almacenamiento. Sólo el
comandante tiene camarote propio, el resto comparte camas en literas.
Los marineros duermen en la zona de proa, con los torpedos. Oficiales y
suboficiales, en otros habitáculos.
Aquí, todos hablan de la familia submarina. Por el entorno hostil y
la forma de trabajar se identifican más con los submarinistas de otros
países que con sus compañeros de buques de superficie, a los que llaman
cariñosamente 'surfetas mofetas'. Casos como el del submarino argentino
ARA San Juan, que se hundió a 800 metros con sus 44 tripulantes a bordo
en 2017, dejan huella.
Actualmente integrado en la operación 'Sea Guardian' de vigilancia
marítima de la OTAN, el Tramontana participa estos días en maniobras de
guerra antisubmarina en el Mediterráneo junto a otros cuatro
submarinos, nueve buques, once helicópteros y seis aviones de patrulla
marítima de diez países aliados.
"Son maniobras muy complejas. No podemos compartir aguas con otro
submarino. Todos tienen que tener perfectamente claro donde tienen que
estar y acabar. Es complejo, ya por la propia seguridad", explica el
comandante del 'Tramontana', capitán de corbeta Jaime Bellido Martínez.
Cada uno va por su 'cajón'. Apenas se verían a 1.200 metros, lo que
haría muy difícil evitar una colisión.
Para navegar, los submarinos buscan cada día la cota de
profundidad más óptima para no ser detectados --su mayor baza
disuasoria-- que varía en función de la temperatura del agua, la
salinidad y el tiempo. Lo normal es navegar en la llamada cota de
seguridad mínima de 55 metros, aunque el Tramontana puede bajar hasta
los 300 metros. Si se baja mucho más, hay riesgo de implosión.
"El rayo sonoro es perezoso. Medimos la velocidad de propagación
del sonido en el agua y vamos buscando esas zonas de menor velocidad
para ocultarnos en esa capa, de tal manera que los alcances de detección
sean menores", explica el comandante.
Las maniobras "más peligrosas" son las entradas y salidas de
puerto, que el comandante supervisa desde la vela. Pero también la de
snorkel, que se realiza en la cota periscópica a 14 metros de
profundidad --más indiscreta-- para tomar aire para encender los motores
diésel y recargar así las baterías y renovar el oxígeno dentro del
submarino. Se hace dos o tres veces al día. Dentro, solo se puede fumar
durante el snorkel. "Aquí todo por muy rutinario que sea siempre es
peligroso", subraya el comandante.
El Tramontana necesita comunicarse con base (Cartagena) cada 24 horas ya sea
por teléfono submarino, mensaje o email. Su misión de vigilancia
marítima de la superficie en la cota periscópica es fundamental. Sus
equipos de comunicación por satélite, casi únicos, le permiten trasmitir
a base información en tiempo real desde la cota periscópica o en
superficie.
En caso de necesidad, pueden emplearse para bloquear el paso al
tráfico naval o el acceso a puertos mediante la implantación de minas,
una de las armas submarinas junto con los torpedos.
Los futuros cuatro submarinos S80 Plus, de diseño español, que la
Armada recibirá entre 2022 y 2027, tendrán misiles y serán de propulsión
independiente de aire (AIP). Ello les permitirá ser mucho más
silenciosos.
Podrán permanecer sumergidos durante 13 días sin tener que
obtener aire --sin hacer el snorkel como los submarinos estratégicos o
nucleares--, gracias a una pila de combustible de hidrógeno. "El futuro
es esperanzador", admite Bellido.
En la cámara de mando se encuentran los dos periscopios --de
ataque y optrónico--, el timonel y la mesa táctica de navegación. Junto a
ella, están los equipos sónar para detectar buques y submarinos, así
como las sonoboyas activas, con 1.000 metros de alcance, que lanzan
aviones de patrulla marítima y helicópteros para tratar de detectarles,
pero no las pasivas, que no se escuchan.
Al otro lado de la mesa, los
radares para detectar aviones o fragatas y los equipos de guerra
electrónica. Incluso distinguen el tipo de plataforma que se avecina.
"Tiene mucha parte de inteligencia previa. Todo lo que se saque de
información de un contacto es de mucha utilidad para luego
clasificarlos", explica el oficial de Seguridad, Alejandro Demeer, que
asegura que "la guerra submarina es una guerra muy lenta". A veces se
necesitan seis horas para establecer un contacto.
Aunque es difícil encontrar un submarino --hacen falta muchos
aviones y barcos a la vez--, aviones de patrulla marítima como el P8
estadounidense o buques como la fragata Toronto están mejorando sus
equipos de detección. El submarino buscará evadirse, sumergiéndose a
mayor profundidad, si le ataca un avión o submarino y no tiene apoyo.
También buscará apoyo en caso de guerra asimétrica en zona de costa.
Una reacción inicial rápida en caso de incidencia grave en un
submarino puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. En caso
de emergencia, se llamará al 'zafarrancho de combate': todos a su
puesto. Se entrenan sobre todo para atajar incendios y operaciones de
rescate cuando la supervivencia a bordo está comprometida. El Tramontana
tiene dos cámaras refugio y dos esclusas de salvamento.
El escape libre, con traje, siempre será la última opción por su
elevado riesgo. Antes se trataría de reflotar el submarino con mangueras
de aire o recurrir a un minisubmarino acoplado sobre la esclusa de
salvamento. "Aquí todo el mundo suma y mucho. Esto es una familia",
concluye el comandante.
La tripulación se organiza por turnos. Cuando no se está de
guardia, se saca tiempo para hacer bromas, jugar al dominó o ver una
película. Los momentos de distensión son clave para romper la rutina.
"Los eventos que marcan el día son las comidas. Hablas mucho, te
ríes un montón", explica el capitán enfermero, Raúl Sánchez Martín de la
Peña, que recuerda que se "vive sin intimidad" y "hay que tener mucha
paciencia con los demás". "No vale cualquiera para vivir 24 horas al día
con gente", resume.
El tubo cuenta con dos baños y una ducha para todos. Hay que
racionar el agua. Se autoriza una ducha cada tres días de tres minutos.
Algunos usan las duchas que les quedan para llegar a puerto para medir
el tiempo. De media, pasan 120 días al año en la mar y suelen pasar
sumergidos 15 días sin tocar puerto, lo que duran los víveres
perecederos, aunque su autonomía es de 45 días.
Todos subrayan que el cocinero es excepcional. Los domingos, hace
tortitas para desayunar. Pero hay que guardar la línea porque apenas se
andan 60 metros muchos días. Eso sí, hay un mini gimnasio en la zona de
proa, junto a los torpedos y si hay ejercicios exigentes, nada de fritos
que generen humo y comprometan el aire. "Hay que controlarlo todo hasta
el mínimo detalle", concluye Bellido.
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