El
número de yihadistas dispersos por el mundo es casi tres veces mayor
que en el 2001, cuando se cometieron los atentados del 11 de septiembre
en Estados Unidos, mientras que conceptos ideológicos fanáticos y de
odio que alimentan el yihadismo siguen apareciendo en los libros de
texto de Arabia Saudí,
que no solo se utilizan en este país sino que se exportan o llegan a la
mayoría de países existen comunidades musulmanas, sean mayoritarias o
minoritarias.
Dos
informes estadounidenses han venido a coincidir estos días en un
momento en que el asesinato del periodista Jamal Khashoggi ha
puesto el foco en el reino saudí. El primero, del Center for Strategic
and International Studies (CSIS), analiza “La evolución de la amenaza
salafista-yihadista” después de la aparente derrota del Estado Islámico y
señala que actualmente existen 67 grupos yihadistas, con un total de
entre 125.000 y 230.000 miembros (un margen quizá demasiado grande).
El segundo informe se fija en los libros de texto saudíes de
enseñanza primaria y secundaria para el curso actual. En ellos se dicen
cosas como estas:
-“La cristiandad en su estado actual es una religión pervertida y no válida”.
-“Entre los más prominentes efectos del sionismo en el mundo están la
difusión de drogas y enfermedades sexuales y otras en muchos países
musulmanes”.
-“Los pueblos que son originalmente infieles, como los judíos, los
cristianos y los paganos (...) Llamar a estos pueblos infieles es una
obligación, porque aquel que no les llame infieles o dude de su carácter
infiel es él mismo un infiel”.
Los extractos pertenecen a Teaching Hate and Violence: Problematic Passages from Saudi State Textbooks for the 2018–19 School Year (Enseñando
odio y violencia: pasajes problemáticos de los libros de texto saudíes
para el año escolar 2018-19), que ha sido publicado por la Liga
Antidifamación, un poderoso lobby judío estadounidense, y su autor es
David Andrew Weinberg, un hombre que lleva años dedicado a los libros de
texto saudíes, antes como miembro de la neocon Foundation for the Defense of Democracies.
En este empeño, Weinberg declaró en el 2016 ante el Congreso
de EE.UU., pidiendo que interviniera ante Arabia Saudí. Decía entonces
lo siguiente: “En el 2014 expuse en una monografía que el Departamento
de Estado había destinado medio millón de dólares de los contribuyentes a
un estudio de los libros de texto saudíes destinado a ser publicado,
pero en lugar de esto fue congelado para evitar comprometer a los
saudíes o la administración de EE.UU.
Sus hallazgos, muy detallados,
fueron ocultados durante años y solo fueron expuestos ante los saudíes
de alto nivel después de que los libros que habían sido evaluados ya
estaban obsoletos”.
El problema con los libros saudíes es que alcanzan todo el orbe. Las
autoridades y fundaciones religiosas y benéficas saudíes hacen
proselitismo por todo el mundo del wahabismo, su propia versión del
salafismo suní, que ha sido repetidamente calificada de oscurantista y
radical. Desde el siglo XVIII, los wahabíes han sido aliados de la
familia Al Saud y un pilar del régimen a partir de la fundación del
estado saudí en 1932.
El hecho de ser país custodio de La Meca y Medina y
el recurso del petróleo ha permitido a los saudíes construir miles de
mezquitas, escuelas coránicas y centros islámicos desde el norte de
África hasta el sudeste asiático, pasando asimismo por Europa. Con todo
ello van los libros y su propia versión del Corán.
Este influjo ha ido imponiendo una única manera de ver las cosas en
países de cultura islámica diversa, y ha fomentado, indiscutiblemente,
el radicalismo. La prueba más evidente es que el Estado Islámico estuvo
utilizando libros saudíes para su adoctrinamiento hasta que empezó a
editar los suyos propios, y aun así continuó basándose en las ideas
wahabíes.
Washington ha sido siempre consciente del influjo destructivo del
wahabismo, pero, que se sepa, no abordó la cuestión con los saudíes
hasta casi diez años de los atentados del 11-S, 15 de cuyos 19 autores
eran de esa nacionalidad. Con los años, y siguiendo el relato del propio
David Weinberg, el gobierno saudí ha ido anunciando “reformas”,
pequeños cambios de vez en cuando...
Según Weinberg, los textos que rigen en el curso académico saudí
actual –y que afectan a la enseñanza primaria pero sobre todo a la
secundaria– son algo menos intolerantes que en el curso 2010-2011, en
que se decía que dios convirtió a los judíos en monos y cerdos y daba
por auténticos los llamados Protocolos de los sabios de Sión, un
clásico histórico del libelo antisemita, publicado en Rusia en 1902 y
que ha sobrevivido durante décadas (de forma notoria, en la Europa del
este tras la caída del muro de Berlín).
Sin embargo, señala el autor, esos libros “aún contienen
pasajes que animan al fanatismo o a la violencia contra numerosas
categorías de personas, incluidos judíos, cristianos, musulmanes chiíes y
sufíes, mujeres, personas que practican el sexo anal y cualquiera que
se mofe o se aparte del islam”.
Más ejemplos:
-”Pegar a las mujeres está permitido cuando es necesario”.
-”Uno de los casos más serios de imitación de los infieles: unirse a
los infieles en sus celebraciones, ya que esta es una de las mayores en
términos de daño y perjuicio y la más extendida entre los musulmanes, y
esta participación está prohibida por lo que contiene en términos de
aceptación hacia ellos con algo que no es de nuestra propia religión”.
En otros términos: nada de dejarse invitar a compartir fiestas
religiosas, ninguna convivencia con el vecino... Este mensaje –dado que
no hay otra religión que el islam en el país– está obviamente orientado a
la separación de la mayoría suní de la minoría chií. Fuera de Arabia
Saudí, da argumentos a políticas como las que aplicó el Estado Islámico
en la ciudad iraquí de Mosul, donde siempre habían convivido suníes,
chiíes, kurdos, cristianos, judíos y otras confesiones minoritarias.
Si nos fijamos ahora en el estudio del Center for Strategic and
International Studies de Washington sobre el estado actual del
yihadismo, resulta que este think tank muy ligado al poder señala
que la marginación de los suníes en Irak nutrió las filas del Estado
Islámico, pero no reconoce que lo facilitó el apoyo estadounidense a un
gobierno sectario chií.También atribuye el resurgimiento de Al Qaeda y
la aparición del Estado Islámico a la retirada de las tropas
norteamericanas y occidentales.
El CSIS admite al menos “un componente importante –quizás el más
importante– de la política occidental debería ser ayudar a los regímenes
que afrontan el terrorismo a mejorar su gobernanza y a resolver de
manera más efectiva los agravios –en lo económico, lo sectario...– que
han sido manipulados por los grupos salafistas yihadistas”.
Siria, Libia y Afganistán, países abocados al caos después de
intervenciones militares occidentales, concentran las mayores
proporciones de yihadistas, según estos mínimos y máximos:
- Afganistán: entre 27.000 y 64.000
- Libia: entre 4.900 y 9.900
-Siria: entre 43.650 y 70.550
A ellos se suman Pakistán, con al menos 17.900, e Irak, con al menos 10.000. Más Nigeria, Mali, Somalia, Filipinas y Yemen.
En todos los casos ha estado presente la ideología radical wahabí,
aunque en el caso de Afganistán y Pakistán los talibanes tienen su
propia versión. Resulta curioso que el CSIS no hace mención del factor
ideológico salvo para señalar que “otra ronda de la Primavera Árabe o el
colapso de uno o más gobiernos en el mundo árabe podrían permitir
fortalecerse al Estado Islámico, Al Qaeda u otros salafistas
yihadistas”.
Es decir, según este criterio, fueron las primaveras árabes -y no su
fracaso- lo que favoreció a los yihadistas, y si cae uno de esos
gobiernos contra los que se manifestaba la gente en el 2011 será peor...
Donald Trump, cuando estaba en campaña electoral, decía que los saudíes
eran “los mayores financiadores del terrorismo del mundo”. Ahora
defiende al príncipe Mohamed bin Salman, fuera culpable o no de la
muerte de Khashoggi.
(*) Periodista
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