BRUSELAS.- Europa ha esbozado los primeros compromisos para rebajar la tensión migratoria.
Tras las amenazas que lanzó Italia de bloquear la cumbre europea que
arrancó este jueves en Bruselas, los 28 países comunitarios alcanzaron
esta madrugada un acuerdo general sobre la migración, según la crónica de El País.
El texto requirió
muchas horas de negociación, que resultaron en el beneplácito de todas
las partes. El acuerdo establece la creación de centros controlados
dentro de la UE para llevar a los migrantes rescatados en el mar. En
estos centros se separará a los posibles refugiados de los llamados
inmigrantes económicos. Estos últimos serán devueltos a sus países de
origen mientras los demandantes de asilo serán repartidos -"reubicados",
dice el pacto- por los Estados que se ofrezcan voluntarios a acogerlos.
Cada país decidirá "de forma voluntaria" si acoge o no uno de estos
establecimientos, lo que pone fin a las cuotas obligatorias de reparto y
contenta a los Estados que se niegan a recibir a un solo refugiado o inmigrante irregular.
La UE apoyará financieramente "todos los esfuerzos de los
Estados miembros, especialmente España y los países de origen y
tránsito, para prevenir la inmigración ilegal". También se ha acordado
la inyección de 500 millones de dinero comunitario en el fondo
fiduciario para África, destinado a combatir las causas de las
migraciones, como ya se había adelantado en el encuentro informal celebrado el pasado domingo.
"En el territorio de la UE, quienes son salvados [del mar] de acuerdo
con el Derecho Internacional, deben ser atendidos, sobre la base de un
esfuerzo conjunto, mediante su traspaso a centros controlados
establecidos en Estados miembros, solo de forma voluntaria, donde un
procesamiento rápido y seguro permitiría, con total apoyo de la UE,
distinguir entre irregulares y refugiados", se asegura en las
conclusiones.
El primer intento de acercamiento lo promovieron cinco países mediterráneos
—la propia Italia con Francia, España, Grecia y Malta—, favorables a
compartir la gestión de los flujos migratorios. Estos Estados abogaron
por crear una especie de centros controlados dentro de Europa para
transferir a los extranjeros irregulares llegados a las zonas de mayor
presión. La idea despierta especial recelo en el bloque del Este, pero
en general ningún Estado parece —de entrada— dispuesto a habilitar
centros con esas características.
Algunas fuentes diplomáticas apuntaban a España y Grecia como
candidatos, pero no hay nada cerrado. Fuentes gubernamentales niegan que
España vaya a albergar un centro de ese tipo. "Los centros pueden ser
una opción para algunos países. La nuestra es seguir con nuestros
instrumentos y agradecer que se vuelquen recursos económicos en los
países de origen y de tránsito", explicó al término de la cumbre,
pasadas las 4.30 de este viernes, el presidente del Gobierno español,
Pedro Sánchez.
El mandatario aludía al apoyo explícito —también de tipo
financiero— del club comunitario a Marruecos por la cooperación en
gestión migratoria, según adelantó este diario. Lo que sí aceptará el
Ejecutivo español es hacerse cargo de algunos refugiados venidos de
Alemania gracias a un acuerdo bilateral limitado.
La migración sacude la agenda europea en el momento de menor presión
de flujos desde la crisis de 2015: aquel año entraron en Europa más de
un millón de inmigrantes; en lo que va de 2018 apenas 43.000, según los
datos de Acnur.
Da igual: las tensiones políticas en Alemania, con un
Gobierno que pende de un hilo por el movimiento de refugiados, y el
ardor del discurso antiinmigración en Italia caldearon este jueves el
ambiente de la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno, centrada
principalmente en este conflicto.
El arranque fue rotundo. “La migración puede decidir el destino de la Unión Europea”, advirtió la canciller Angela Merkel, consciente de que también su propio destino está en el alero.
Merkel está fraguando los primeros acuerdos con países europeos —entre
ellos, España— para que compartan parte de la responsabilidad sobre este
colectivo. Italia, entretanto, amenazó con vetar el resultado del
Consejo Europeo si no lograba su propósito: que otros Estados atiendan
también a los extranjeros llegados irregularmente a su territorio.
En esa cumbre del todo o nada, los líderes se aferraron a una de las
pocas ideas que suscita —con matices— consenso. Se trata de las plataformas de desembarco
que la Unión Europea quiere financiar fuera de sus fronteras para
llevar allí a los migrantes que se embarquen en el peligroso camino
hacia suelo europeo. Los gobernantes dieron el mandato político para que
esta idea, sobre la que hay muchas más preguntas que certezas, comience
a concretarse. Lo único seguro es que solo se podrá trasladar hasta
allí a las personas rescatadas en aguas ajenas al territorio europeo. Si
el migrante llega a aguas comunitarias, deberá ser conducido a un
puerto de la UE.
El texto aprobado en este asunto es genérico: "El Consejo Europeo
pide al Consejo (de la UE) y a la Comisión explorar rápidamente el
concepto de las plataformas de desembarco regional, en estrecha
cooperación con países terceros relevantes, así como con el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y la Organización
Internacional para las Migraciones".
Merkel aludió ya a ese modelo nada más llegar a la cumbre. “Podemos
hablar sobre el desembarco de buques en otros países, por ejemplo en
África del norte. Pero tenemos que hablar con esos países, no lo podemos
hacer a sus espaldas”, razonó.
La dirigente germana trataba así de
anticiparse a posibles recelos de esos países candidatos —los
diplomáticos los sitúan en el norte de África— a acoger las plataformas.
Marruecos ya ha rechazado de plano esa posibilidad. El Consejo, que
representa a los Estados miembros, pretende iniciar conversaciones
“cuanto antes” para encontrar posibles aliados.
Ampliando un poco el espectro, el presidente francés, Emmanuel
Macron, señaló: “Hay trabajo que hacer fuera de las fronteras de Europa,
en las fronteras y dentro de Europa, basado en dos principios:
responsabilidad y solidaridad”, resumió.
También el presidente español,
Pedro Sánchez, aludió a estos dos pilares y pidió practicar la
solidaridad con Alemania, destino del grueso de refugiados llegados a
Europa entre 2015 y 2016. Algo que Berlín solo hizo con cuentagotas a lo
largo de la crisis del euro.
La UE ha contemplado varias veces en el pasado la posibilidad de
establecer alguna instalación exterior para contener a los migrantes al
otro lado del Mediterráneo. Sin llegar a fijarla, ese es el espíritu que
ha inspirado las políticas migratorias de la UE en los últimos años,
con fondos extraordinarios para financiar políticas de retornos
voluntarios de los migrantes a sus países de origen y también para
contención directa de flujos por ejemplo, al entrenar a la guardia
costera libia y suministrarle material .
Pero el bloque comunitario ha encontrado ahora la llave para poder
profundizar en esa posible infraestructura: el aval de Naciones Unidas.
Dos agencias de esa organización —la de refugiados, Acnur, y la de
migraciones, OIM— escribieron el miércoles a los presidentes de la
Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y del Consejo Europeo, Donald
Tusk, para avalar ese proyecto. Pese a todo, estos organismos siguen
abogando por realizar los desembarcos en el sitio más seguro de la UE “y
potencialmente también en otros sitios”.
Plataformas y mafias
Más que crear un macrocentro para atender a los migrantes y dilucidar
allí quiénes tienen derecho a asilo y quiénes no, Bruselas tiene la
expectativa de que la mención de esa plataforma, incluso antes de
construirla, desincentive a las mafias que trafican con migrantes. El
motivo es que, al no haber perspectivas de llegar al club comunitario,
la ruta pierda interés, confían los promotores de esta idea.
Fuentes del
Consejo citan como ejemplo el pacto suscrito con Turquía en 2016, que
redujo drásticamente las llegadas de refugiados sirios de las costas
turcas a las griegas porque se anunció que todos serían devueltos al
país vecino, donde gozaban supuestamente de una protección equivalente a
la europea.
Consciente de que todas las propuestas que generan adhesiones son más
de contención migratoria que de gestión de los flujos, el presidente
del Consejo Europeo, Donald Tusk, se escudó en el riesgo de que triunfen
los discursos más radicales.
“Puede que algunos piensen que soy muy
duro en mis propuestas. Pero créanme, si no nos ponemos de acuerdo en
eso, verán propuestas verdaderamente duras de tipos verdaderamente
duros”, deslizó.
De entre todas las intervenciones, ninguna tan dura como la del
primer ministro húngaro, el ultraconservador Viktor Orbán. “Haremos lo
que la gente realmente pide: no más migrantes dentro de la UE y los que
hay, deben ser expulsados”, proclamó tras mantener su afirmación de que
Europa vive una “invasión” con la llegada de irregulares.
La Unión Europea ha sido siempre una idea en busca de una realidad.
Durante los 10 últimos años la realidad era muy cruda: una crisis
prácticamente existencial que estuvo a punto de hacer añicos el proyecto
europeo. Pero las grandes crisis son al final políticas:
indefectiblemente políticas.
Y ahí, en la política, ha terminado la
policrisis europea: la histeria política de líderes como Orbán no tiene
base real. Los flujos han caído a plomo desde el millón largo de
entradas de 2015 a los menos de 50.000 en lo que va de 2018.
En lo más duro de la crisis del euro, la canciller alemana, Angela
Merkel, apoyada en Bruselas y Fráncfort, presionó para hacer caer al
menos dos Gobiernos: el del italiano Silvio Berlusconi y el del griego
Yorgos Papandreu.
Los estertores de la crisis migratoria han puesto
ahora a Merkel en el disparadero: la canciller maniobraba este jueves en
los márgenes de la cumbre para lograr acuerdos bilaterales para salvar
la pelota de partido en casa.
España y Francia están cerca de ese
acuerdo. Hasta Grecia ha dado luz verde a Merkel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario