Podemos atiza siempre a
la Transición, caricaturizada como "el Régimen del 78". Y ahora pone en
la diana al Rey, símbolo de ella. No es gratuito. La estrategia tiene un
fin: dividir al PSOE.
"¿Y el Rey para qué? Es incapaz de hablar de los problemas de España". Las palabras de Pablo Iglesias,
tras la intervención de Felipe VI en la conmemoración de las Elecciones
de 1977, resonaron a advertencia. Y lo era, pero no está claro a quien.
Hasta ahora Podemos había arramblado con la Transición, ese "Régimen
del 78" que culminó con una Carta Magna despreciada hoy mismo, de nuevo,
por Pablo Echenique.
"La Constitución del 78 se escribió en reservados de ciertos restaurantes madrileños aunque luego fuera sometida al voto de la gente". Criticar la Transición
y a la Corona no son dos cosas distintas y obedecen a un mismo fin:
agitar el mapa institucional español, marcado or un desafío secesionista
y un Congreso fragmentado como nunca y, a continuación, dividir al PSOE.
Cerca del soberanismo
Si en la cuestión de la identidad nacional hay más diferencias de forma que de fondo entre el PSOE y Podemos (el primero se aferra a la plurinacionalidad para no respaldar un referéndum; el segundo respalda celebrar una consulta legal directamente; y ambos en todo caso son más comprensivos con los secesionistas que con el Gobierno); en la de la Corona el partido morado sí puede hacer sangre con el PSOE.
En el último cónclave que sirvió para aupar a Pedro Sánchez a los altares sólo las Juventudes Socialistas se atrevieron a coquetear con la República; en Podemos son legión los que sustituirían mañana mismo la Monarquía parlamentaria por un sistema que en España suena más a Guerra Civil que a Alemania, Francia o Estados Unidos, tres grandes países republicanos.
Todos ellos muy parecidos a España, cuya Corona cumple exactamente el mismo fin: garantizar la unidad y simbolizar los valores nacionales y la jerarquía de las leyes, algo que en tiempos formaba parte incluso del presidente de la República española, Manuel Azaña. El Rey es visto en todos esos países como un republicano con corona equivalente, en fin, al presidente de una República como las suyas.
El giro de Sánchez
Volviendo a los socialistas, no hay debate posible al respecto y Podemos lo sabe: el giro a la izquierda de Sánchez, que de entrada se ha negado a aprobar el techo de gasto para marcar distancias con la Gestora pese a que en lo sustantivo sigue haciendo lo mismo que ella; amenaza la hegemonía que en ese sector busca Podemos.
Y la Monarquía es muy socorrida para marcar distancias con un PSOE que protagonizó la Transición y tuvo en Felipe González uno de los mayores valedores de Juan Carlos I, el Rey que, pese al desdén de Podemos, lideró el paso a la democracia, el hara kiri de las Cortes franquistas y frenó el golpe de Estado de 1981.
Iglesias lo sabe. Y es consciente de que es imposible cambiar el sistema parlamentario actual sin una reforma necesitada de mayorías en las Cámaras que nunca tendrá y, además, de un referéndum nacional que jamás ganaría.
Pese a ello, lanza la piedra y esconde un poco la mano. Echenique lo ha confesado
de una manera directa al reconocer que, antes de nada, el debate contra
la Monarquía debe librarse internamente en Podemos y luego ir viendo
“cómo se puede concretar”.
Sin fechas ni plazos ni mayorías; presentar a Felipe VI como “un Rey del PP” desde el pasado mes de octubre y al PSOE como un aliado de ese “Régimen”, busca más el beneficio electoral que la reforma inviable.
La coincidencia con el desafío soberanista tampoco es baladí: con un Congreso dividido y un frente tan serio abierto en Cataluña, atizar a la Corona genera más inestabilidad, pero responde a una hoja de ruta muy clara.
Con los soberanista
Porque Pablo Iglesias sabe que la única de gobernar algún día es hacerlo con los partidos nacionalistas, de ahí su comprensión; y a la vez, superar al PSOE aunque sea por un diputado y obligarle a retratarse con todo ese bloque de populismo y soberanismo o junto al PP y Ciudadanos.
En Zarzuela se es consciente del juego de Iglesias, azuzado por la innecesaria polémica derivada de la ausencia
de Juan Carlos I en el acto conmemorativo de los comicios de 1977. Pero
también han aprendido todos algo: si al Rey emérito se le quiere y
reconoce su labor, ahí hay un argumento para jugar sutilmente la partida.
Don Juan Carlos
La marginación del padre de Felipe VI no se repetirá, y no será sólo por respecto o afecto. Lo último que le faltaba a la Corona para ser asaltada, siquiera a medio plazo, son divisiones internas
entre el patriarca y el heredero. Iglesias no desperdició el primer
error en ese sentido y, que nadie lo dude, aprovechará aún mejor
cualquier otro que haya en el futuro.
(*) Periodista
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