Torrevieja, verano de 2002. El presidente
murciano, Ramón Luis Valcárcel, coincide con el ministro de Defensa,
Federico Trillo, y los portavoces de Infraestructuras y de Economía del
PP en el Congreso, Andrés Ayala y Vicente Martínez-Pujalte,
respectivamente, en la comida que celebra el clan pepero de Murcia y
Alicante.
Aprovecha para pedirle a Trillo un trozo del espacio aéreo
militar para poner un nuevo aeropuerto. El ministro es diputado por
Alicante y sabe que se expone a caerse de la lista si le ayuda, pero con
la última copa se ablanda. Su oferta deja atónito a Valcárcel. Se
llevará la base de Alcantarilla a la Academia General del Aire y traerá
el aeropuerto de San Javier a los terrenos que dejen los paracaidistas.
Si hace falta más espacio, la Cámara de Comercio de Murcia cedería las
hectáreas que compró hace 50 años en previsión de que llegara ese
momento. «Lo hablaré con Paco Álvarez-Cascos (titular de Fomento) y
haremos que Aena y el Ejército del Aire se pongan de acuerdo», promete.
Ayala y Pujalte, que asisten a la charla, se pican. Temen que Trillo
quiera ser diputado por Murcia. El primero piensa que si trae el AVE
antes de que haya nuevo aeropuerto, está salvado. Pujalte, huele el
peligro. Debe ganarse a Valcárcel. Ha oído que un fabricante de coches
eléctricos busca suelo para su fábrica de Europa y queda con su agente
para ofrecerle algún polígono tomando unos cafelitos. El duelo es a
navaja, pero en 2010 Murcia tiene AVE, aeropuerto e industria
automovilística. Pudo haber sido así, pero no lo fue. Por eso, el futuro
que han dejado tiene el mismo color que el Mar Menor.
(*) Periodista. Jefa de Economía en La Opinión
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