El temporal
nacionalista ha roto al fin sobre los cielos de Europa. No es otro el
sentido del voto mayoritario británico, en su mayoría inglés, de
abandonar la Unión Europea. Un nacionalismo bicéfalo como el pasado
jueves demostraba el profesor Torreblanca en un artículo en el diario El País en el que pedía al lector que adivinara quienes podían ser los
autores de tres párrafos antieuropeos de muy similar contenido. La
respuesta: Falange española, Frente Nacional francés y Podemos.
La
idea de la construcción europea en la que han trabajado, al
menos, dos generaciones está en peligro y con ella un modelo de
sociedad sin parangón fuera de Europa. La globalización, la
financiarización de la economía facilitada por una
revolución científico/técnica y el desarrollo de los sistemas
informáticos, el paso a una economía de servicios con una
destrucción de los mercados laborales tradicionales, la
presión inmigratoria sobre las fronteras de Europa, contemplada
por el resto del mundo como un balneario, todo ello erosiona las
bases del Estado del Bienestar, seña de identidad, junto a la
libertad, la democracia y la tolerancia, del modelo europeo.
Los
Estados europeos se enfrentan a unos años decisivos en los que se
decidirá el futuro no sólo de esta generación sino de las
siguientes. Ante la crisis, política además de económica, los
sectores más nacionalistas –con diversos gorros y disfraces-
gritan el ¡sálvese quien pueda! y los que abominan del sistema de
libre mercado esperan prosperar en sus ruinas.
España tiene
todos los problemas de sus socios europeos y algunos añadidos y
que están a la vista de todos. En esta larga campaña electoral de más
de seis meses con unas elecciones fallidas, los partidos han
pulsado todos los resortes emocionales y sentimentales
habituales sin abordar, como es costumbre, el contexto
internacional en que estamos inmersos. El ombliguismo español,
con diversos acentos y varios idiomas oficiales, tal vez se
despierte hoy a falta de pocas horas para volver a votar.
Da un
poco de fatiga, como se dice en el sur, recordar la urgente
necesidad que tiene el país de un Gobierno estable, de amplia
mayoría, que ofrezca en las negociaciones que se avecinan en
Europa una posición sólidamente respaldada por una mayoría
social. El fraccionamiento de España sólo beneficia a quienes
quieren destruir el modelo construido en Europa tras la Segunda
Guerra Mundial. Un gobierno débil, sujeto a mayorías
parlamentarias oscilantes, sólo agravará los problemas que ya
se dibujan en el horizonte.
En la orilla sur y oriental del
Mediterráneo, el bajo vientre de Europa, hay guerra. Una guerra
compleja, oscura y sangrienta que va cumpliendo años sin visos de
que acabe. No es un tema menor para el futuro, y menos para España dada
nuestra situación geográfica. Esperemos que el domingo la
sociedad española vote por la defensa de un modelo europeo que con
todas sus carencias, contradicciones y defectos, nos ha traído
hasta aquí, una sociedad que puede mejorar pero también regresar a
los años de la memoria histórica.
(*) Periodista
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