MADRID.- Si aún se
encuentra entre la mayoría de los clientes que acuden a la oficina de su
banco, vaya despidiéndose de Don Fulanito o de Doña Menganita. Las
exigencias del guión, como decían la actrices en los años del destape,
obligan a un nuevo reajuste de personal en las sucursales, más grandes
y, al menos en teoría, más volcadas en labores comerciales o de
asesoramiento que de trato directo con el cliente minorista. Los
empleados bancarios se extinguen y, además, por un métodp expeditivo: su
suicidio o, en lenguaje popular, por el harakiri, se publica en www.capitalmadrid.com
La
transformación digital, la baja rentabilidad y la atonía del
negocio minorista lleva a los bancos al más absoluto minimalismo
en sus plantillas.
Algunos de cierta edad aún recordarán cómo en los autobuses de Madrid había un cobrador independiente del conductor. En el Metro de la capital, también existía la figura que se encargaba de la apertura y cierre de las puertas de los vagones. Los avances tecnológicos han condenado esas profesiones a los libros de historia.
Algo similar puede ocurrir con los bancarios, los empleados de banca que no han de confundirse con los banqueros. Santander ya ha concretado la reducción de su plantilla con el cierre de 450 oficinas: 1.200 empleados, dos terceras partes correspondientes a los trabajadores de red.
El tradicional empleado de ventanilla, con la introducción de los cajeros automáticos y más tarde con la banca online, ya estaba con los días más contados que un pavo por Navidad. Esa figura de bancario es casi ya un resto paleolítico. Los bancos buscan que sus plantillas en sucursales se vuelquen en el asesoramiento y las ventas de productos a los clientes, en lugar de contar, uno por uno, los billetes, que reembolsan a la anciana que se muestra reacia a la utilización del cajero automático. O que, simplemente, no entiende cómo se opera con esa "máquina de los demonios" (textual que aún se puede escuchar en alguna oficina bancaria).
Ya desde hace varios lustros, algunas entidades "invitaban" (por no decir "obligaban") a la mayoría de sus clientes a que las operaciones más simples las hicieran en esos cajeros automáticos que, con el paso del tiempo, se han convertido en un objeto de guerra entre bancos para el cobro de comisiones.
Posteriormente, la banca online y los distintos servicios ofrecidos se hacían casi imprescindibles para la clientela de los bancos. Mientras tanto, los bancarios asumían una profunda crisis que se llevaba por delante, mediante prejubilaciones con poco más de 50 años de edad y con unas ventajosas condiciones, a miles de compañeros.
Al anuncio de hace una semana del Santander sobre el cierre de oficinas en España, se ha sumado el ajuste previsto en Banco CEISS, ya en la órbita de Unicaja, y los planes digitales y futuristas del BBVA, que prevé prescindir de un 75% de su red. Si el modelo es el de 1.000 sucursales, al estilo del turco Garanti, el grupo presidido por Francisco González podría prescindir de más de 11.000 trabajadores en los próximos años.
Lo más curioso es que la mayoría de los principales directivos de los bancos abogan por un trato cercano, centrado en el cliente y con asesoramiento responsable sobre los productos comercializados. Algunos de los vendidos en los últimos años (preferentes, subordinadas, hipotecas suelo o multidivisas...) han llevado a los tribunales a un buen número de entidades.
Desde luego, ese trato cercano se presupone complejo si la mayoría del sector bancario reduce a mínimos sus plantillas en las sucursales. Tal vez, la alternativa sean los gestores remotos o los banqueros especializados en algunos segmentos determinados, como los banqueros especializados en patrimonios de determinada cuantía.
La transformación digital se esgrime como uno de los factores que conducen a una menor plantilla de los bancos. A ello se une la mejora de eficiencia necesaria para un buen número de entidades y la recuperación de una rentabilidad perdida durante los largos años de la crisis.
Pero a ello se suma la pérdida de reputación de la banca tradicional. La réplica a los nuevos sujetos que aparecen en la escena financiera, los conocidos como 'fintech', es tan sólo la del ajuste de unas plantillas que bien han podido estar sobredimensionadas. Pero desde un tiempo a esta parte, muchos empleados también se han visto sobrepasados por unos objetivos de ventas que han podido conllevar a una relajación en los criterios de medición de los riesgos.
La nueva oleada de ajustes ya cuenta con la oposición de los sindicatos, aunque en distinto grado como se detecta de la reacción de CCOO y UGT a los planteamientos iniciales de la dirección del Santander. Se puede asumir que en las actuales circunstancias las dimensiones de las plantillas de los bancos españoles están algo más que hinchadas, pero la figura del bancario no puede pasar a la historia como ocurrió con los serenos.
Alguien tendrá que abrir la puerta a un crédito, sobre todo de determinadas dimensiones. Y eso, por el momento, no se logra con un portero automático o una aplicación digital. Para la firma de una hipoteca aún es necesario el paso por una notaria, aunque sea un puro formalismo al que nadie se puede sustraer.
Algunos de cierta edad aún recordarán cómo en los autobuses de Madrid había un cobrador independiente del conductor. En el Metro de la capital, también existía la figura que se encargaba de la apertura y cierre de las puertas de los vagones. Los avances tecnológicos han condenado esas profesiones a los libros de historia.
Algo similar puede ocurrir con los bancarios, los empleados de banca que no han de confundirse con los banqueros. Santander ya ha concretado la reducción de su plantilla con el cierre de 450 oficinas: 1.200 empleados, dos terceras partes correspondientes a los trabajadores de red.
El tradicional empleado de ventanilla, con la introducción de los cajeros automáticos y más tarde con la banca online, ya estaba con los días más contados que un pavo por Navidad. Esa figura de bancario es casi ya un resto paleolítico. Los bancos buscan que sus plantillas en sucursales se vuelquen en el asesoramiento y las ventas de productos a los clientes, en lugar de contar, uno por uno, los billetes, que reembolsan a la anciana que se muestra reacia a la utilización del cajero automático. O que, simplemente, no entiende cómo se opera con esa "máquina de los demonios" (textual que aún se puede escuchar en alguna oficina bancaria).
Ya desde hace varios lustros, algunas entidades "invitaban" (por no decir "obligaban") a la mayoría de sus clientes a que las operaciones más simples las hicieran en esos cajeros automáticos que, con el paso del tiempo, se han convertido en un objeto de guerra entre bancos para el cobro de comisiones.
Posteriormente, la banca online y los distintos servicios ofrecidos se hacían casi imprescindibles para la clientela de los bancos. Mientras tanto, los bancarios asumían una profunda crisis que se llevaba por delante, mediante prejubilaciones con poco más de 50 años de edad y con unas ventajosas condiciones, a miles de compañeros.
Al anuncio de hace una semana del Santander sobre el cierre de oficinas en España, se ha sumado el ajuste previsto en Banco CEISS, ya en la órbita de Unicaja, y los planes digitales y futuristas del BBVA, que prevé prescindir de un 75% de su red. Si el modelo es el de 1.000 sucursales, al estilo del turco Garanti, el grupo presidido por Francisco González podría prescindir de más de 11.000 trabajadores en los próximos años.
Lo más curioso es que la mayoría de los principales directivos de los bancos abogan por un trato cercano, centrado en el cliente y con asesoramiento responsable sobre los productos comercializados. Algunos de los vendidos en los últimos años (preferentes, subordinadas, hipotecas suelo o multidivisas...) han llevado a los tribunales a un buen número de entidades.
Desde luego, ese trato cercano se presupone complejo si la mayoría del sector bancario reduce a mínimos sus plantillas en las sucursales. Tal vez, la alternativa sean los gestores remotos o los banqueros especializados en algunos segmentos determinados, como los banqueros especializados en patrimonios de determinada cuantía.
La transformación digital se esgrime como uno de los factores que conducen a una menor plantilla de los bancos. A ello se une la mejora de eficiencia necesaria para un buen número de entidades y la recuperación de una rentabilidad perdida durante los largos años de la crisis.
Pero a ello se suma la pérdida de reputación de la banca tradicional. La réplica a los nuevos sujetos que aparecen en la escena financiera, los conocidos como 'fintech', es tan sólo la del ajuste de unas plantillas que bien han podido estar sobredimensionadas. Pero desde un tiempo a esta parte, muchos empleados también se han visto sobrepasados por unos objetivos de ventas que han podido conllevar a una relajación en los criterios de medición de los riesgos.
La nueva oleada de ajustes ya cuenta con la oposición de los sindicatos, aunque en distinto grado como se detecta de la reacción de CCOO y UGT a los planteamientos iniciales de la dirección del Santander. Se puede asumir que en las actuales circunstancias las dimensiones de las plantillas de los bancos españoles están algo más que hinchadas, pero la figura del bancario no puede pasar a la historia como ocurrió con los serenos.
Alguien tendrá que abrir la puerta a un crédito, sobre todo de determinadas dimensiones. Y eso, por el momento, no se logra con un portero automático o una aplicación digital. Para la firma de una hipoteca aún es necesario el paso por una notaria, aunque sea un puro formalismo al que nadie se puede sustraer.
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