El mensaje que ha dejado Mario Draghi, el jefe del BCE, en su
reaparición tras el paréntesis veraniego parece claro: la Eurozona
crecerá con menos vigor del que se estimaba en junio pasado, cuando se
realizaron las anteriores evaluaciones y previsiones de la economíaeuropea por parte del Banco Central Europeo (BCE). Han pasado tres meses
pero no han pasado en balde.
Las cosas se han enturbiado un tanto en el mundo económico, con
Grecia y China como principales quebraderos de cabeza. Lo que aparece en
escena tras estos dos quebrantos, en especial del segundo, es una
economía europea con menos potencial de crecimiento. Sencillamente
porque tiene menos expectativa de mantener un buen ritmo en sus
exportaciones, por mucho que el euro se haya depreciado de forma notable
en el último año. La enfermedad de China es susceptible de causar
problemas de crecimiento en Alemania y, a la postre, en las demás
economías europeas.
Si el motor europeo, que es Alemania, se pone al ralentí, hay que
pensar que el impacto en la economía española no será positivo. De ahí
que en las últimas semanas se hayan acumulado síntomas suficientes para
suponer que el potencial económico español puede verse afectado en
alguna medida, sobre todo la suficiente para hacer insostenible ese
ritmo de crecimiento por encima del 3% que exhiben en la actualidad los
principales exégetas de la economía nacional.
El BCE ha recortado ligeramente, desde el 1,5% al 1,4%, el
crecimiento de la Eurozona para el año en curso. Para los dos años
siguientes, la rebaja de previsiones es de dos décimas en cada
ejercicio, de modo que para el año 2016 se espera ahora un 1,7% de
crecimiento y para el año siguiente un 1,8%. No son previsiones
dramáticas ciertamente, pero son correcciones a la baja de lo que se
esperaba, que en realidad no era mucho. Crecer por debajo del 2% en el
horizonte de estos tres años no es un resultado muy ilusionante, sobre
todo cuando contemplamos cómo Estados Unidos ha presentado un
crecimiento del 3,7% anual en el pasado segundo trimestre de este año y
parece que está en condiciones de crecer con bastante vigor en los
próximos trimestres, ya que es la economía en la que se está creando
empleo con mayor intensidad.
Lo que nos importa a los españoles es el impacto que estas menores
previsiones puedan tener en la futura evolución de la economía
doméstica. China no nos va a permitir un crecimiento vigoroso en los
próximos años, aunque la relación económica española con China no es muy
decisiva para nuestros intereses económicos. Tampoco (y esto es más
importante) los países emergentes que han impulsado el crecimiento
español en los últimos años van a jugar un papel destacado como clientes
españoles. En especial Brasil, que se encuentra en clara recesión, de
la que no se sabe bien ni cómo ni cuándo va a salir, aunque hay
diagnósticos más bien pesimistas sobre el horizonte a corto plazo de la
mayor economía de Latinoamérica, muy estrechamente vinculada a España y a
algunas importantes empresas del país.
A estas dos circunstancias se une ahora la previsión cautelosa y
ligeramente pesimista del Banco Central Europeo, que atisba un dinamismo
más moderado aún de lo que se esperaba en la Eurozona. Son detalles que
se van sumando al conjunto de variables que pueden influir en el corto y
medio plazo en el devenir de la economía española. Son, a la postre,
datos que nos empujan a contemplar el futuro con algo menos de
triunfalismo.
(*) Periodista y economista
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