El miércoles 5
de agosto desaparecieron en el Mediterráneo, cerca de las costas
libias, varios centenares de personas. Este número incierto se une a las
dos mil que se estiman ya han fallecido en el Mediterráneo, en este
año, en su intento de alcanzar las costas de Europa.
Los
gobiernos nacionales y las instituciones europeas se ven
sobrepasadas por oleadas de inmigrantes. Sus políticas de
inmigración no están dando resultados: ni disuaden a los
potenciales emigrantes de emprender el viaje, ni logran impedir su
salida masiva, ni saben qué hacer con la mayoría de ellos una vez
han llegado a sus costas o fronteras. Según los acuerdos del Consejo
Europeo, legalmente sólo se les puede conceder asilo si prueban tener
derecho por razones de persecución políticas y de seguridad.
La
aportación de pruebas es muy difícil, incluso en casos genuinos
de persecución, y es imposible en los casos de los que buscan
refugio por razones económicas o de supervivencia. La mayor
parte de los inmigrantes, sin embargo, no son casos genuinos de
persecución, sino víctimas de “los desastres de la guerra”, como
es la destrucción de ciudades, medios de trabajo, escuelas,
centros hospitalarios, etc., que hacen imposible la vida por
encima del nivel de mera supervivencia en hacinados campos de
refugiados. Estos grupos, muchas veces familias enteras,
constituyen el grueso de los que intentan entrar en Europa. La
mayoría de ellos no son cooptables como refugiados ni pueden
esperar encontrar un empleo. Lo máximo que puede esperar
legítimamente, en su condición de seres humanos, es la
asistencia básica para su supervivencia.
En cuanto a
autorizaciones de asilo, los estados de la Unión han intentado
repartir cuotas de acogimiento entre los estados miembros, hasta un
total de unos 35.000 en este año. La gravedad del problema europeo
se puede analizar en el ejemplo de Alemania, el país más ansiado por
los solicitantes de asilo y los buscadores de empleo. La Oficina
para la Inmigración y los Refugiados daba cuenta el 31 de julio de que
sólo en ese mes se habían tramitado 70.000 solicitudes de asilo, y
se esperaba que el total anual alcanzase los 600.000. Noventa y
cuatro mil de ellos, sin embargo, procedían de los Balcanes, por lo
tanto de países potencial o actualmente parte de la Unión Europea,
por lo que debe pensarse en ellos más como inmigrantes laborales
que como refugiados políticos.
Los cinco factores de la geopolítica humana
Este
es un problema que probablemente se irá agravando con el paso de
los años. Varios factores de lo que con cierta licencia me permitiré
llamar “geopolítica humana” contribuyen a ello. Todos colocan a
Europa en una situación pasiva, como receptora de las
consecuencias de cambios que tienen lugar en su periferia
geopolítica. Esos factores se pueden clasificar en 1)
geográficos, 2) institucionales, 3) económicos, 4) de
seguridad, y 5) demográficos. Veamos estos factores uno por uno.
Europa
demarca un espacio geopolítico definido y estable en términos
económicos, políticos e institucionales. Además, goza de una
larga paz. Ninguna de esas condiciones se da más allá del Levante
mediterráneo, ni en el tramo central del norte de África, ni en el
nordeste de este inmenso continente, ni en la región del Sáhara, ni
en el África Ecuatorial. Quien quiera huir de la violencia o de la
pobreza, no tiene mejor ‘proposición’ que Europa, que además para
muchos de esos pueblos está prácticamente a pocas horas de
navegación. Aunque los peligros de cruzar el Mediterráneo no son
menores que los de atravesar el Sáhara, por lo menos el penoso
tránsito es más breve.
Como estados institucionalmente
estables sólo se pueden contar Argelia, Túnez, Egipto, Jordania,
Arabia Saudí y algunos emiratos árabes. Fuera de Túnez y en alguna
medida Argelia y Jordania, las poblaciones de ninguno de ellos gozan
de instituciones democráticas y de libertades
fundamentales. Los países del África del Sahel y la Subsahariana
sufren de grados menores o mayores de desestructuración social,
política y económica.
Las condiciones económicas y los
factores de seguridad que les afectan deben ser analizados bajo un
mismo prisma. Muchas de las economías de ese inmenso territorio
están arruinadas por las guerras. Son los casos de Siria, Iraq, Yemen,
Somalia, Sudán del Sur, Níger, Mali, Libia, etc. Alemania ha
registrado este año 40.000 solicitudes de asilo por desplazados
de Siria. El gobierno de Damasco controla sólo la cuarta parte del
territorio, aunque en ella vive aún la mayoría de la población.
Otras
economías se recuperan como pueden de la inestabilidad creada
por la llamada Primavera Árabe. A Túnez se le ha hundido la
industria del turismo por los sucesivos actos de terrorismo de
que ha sido víctima. Casi todas esas naciones, además, dependen
críticamente de la exportación de recursos naturales. Argelia
sufre el descenso del precio de los hidrocarburos.
La
actividad económica libia pende de una fracción de su producción
histórica de petróleo y en medio de una guerra civil. Egipto salva
las cuentas del Estado agracias a los subsidios de Arabia Saudí,
Estados Unidos, etc., y sufre un paro juvenil masivo, potencial foco
de inestabilidad. Su principal riqueza consiste básicamente
en el valle del Nilo, seguido del canal de Suez, y una industria no
competitiva internacionalmente. Siria está arruinada por la
revolución y el terrorismo, lo mismo que Iraq, que vive una
economía de guerra sustentada precariamente por el petróleo.
Somalia, Eritrea y Sudán del Sur viven en el conflicto civil, sobre
territorios pobres en recursos, y con sus economías bloqueadas
por un entorno igualmente violento.
La demografía, el factor principal de los desequilibrios
Si todo lo señalado arriba da cuenta del por qué millares de desesperados (y suponemos que también muchos espíritus emprendedores) se vuelcan sobre las costas de Europa, creando situaciones que la Unión Europea no acierta a impedir ni a remediar, las perspectivas demográficas de la zona geopolítica que nos ocupa muestran un inmenso potencial para que la presión sobre Europa aumente al compás del crecimiento de la población. Haré una lista de varios índices tan significativos como alarmantes.
Los demógrafos Jean-Pierre Guengant y John May han
señalado que el cálculo del descenso de la tasa de fertilidad de
África prevista hace años por las Naciones Unidas fue erróneo. Sólo se
cumplió en 14 países africanos, que en conjunto representaban el
14% de la población total africana. Las NN.UU calculan que la
población de África, actualmente de algo más de mil millones, será
de 1.600 millones en 2030, y de 2.700 en 2050. Si en 2010 los menores
de 14 años eran 411 millones, la proyección para 2050 es de 839
millones.
No hay necesidad de proyectarse al futuro para
que arruguemos ya el entrecejo. Según cálculos de Farzani Roudi, del
Population Reference Bureau de las NN.UU, la población juvenil de
Oriente Medio y Norte de África (15-24 años), de 2010, era de 90
millones. Una juventud afectada por un paro del 24% en 2009 fue un
caldo de cultivo para los levantamientos que comenzaron en 2010.
Es una población juvenil que crece un 2% anual, por encima de la
media mundial, y que sufre un sistema educativo muy deficiente y
un paro masivo.
Estos desequilibrios en términos de
población, riqueza, educación e institucionalización
socio-político, entre Europa y su entorno geopolítico del sur y
del sureste de su masa territorial, se traducen, como indican
las interrelaciones señaladas más arriba, en riesgos de
seguridad, cuyo alcance ni siquiera se les ha pasado por la
cabeza a los gobernantes preocupados por las decenas de miles de
inmigrantes que llegan a las costas de Italia, los pocos millares que
esperan en Calais su oportunidad, y los cientos que intentan a
través del estrecho de Gibraltar llegar a Europa.
En la geopolítica humana, como en la geopolítica ‘tout court’,
cada uno de sus factores constitutivos se cruzan tarde o temprano
con todos los otros, generalmente creado conflictos. Y así, poco a
poco, o a toda prisa, cambian las civilizaciones.
(*) Periodista
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