Con un intervalo de pocas horas, España y Estados Unidos dieron a
conocer esta semana sus datos oficiales sobre evolución del PIB en el
segundo trimestre del año. La mayor economía del mundo mejoró el PIB en
términos anuales en un 3,7%, lo que implica una aceleración considerable
sobre el conflictivo primer trimestre (apenas un 0,6%, siempre en
términos anuales) mientras el crecimiento español ha mantenido su
constante aceleración y se ha elevado hasta el 3,1% en términos anuales,
algo más que en el primer trimestre, del 2,7%.
Los dos datos tienen su significación más allá del mero crecimiento
económico, ya que en el caso de Estados Unidos, la sólida subida del PIB
añade presión para que la Reserva Federal suba los tipos de interés,
bien a mediados de septiembre, bien en diciembre, es decir, en alguna de
las dos citas programadas de su Comité de Mercado Abierto. Se había
especulado con la posibilidad de que la desaceleración económica de
China relajase la presión, provocando un cierto aplazamiento en la
esperada subida de tipos, que algunos llegaron a ubicar en la primavera
del año 2016. La fuerte subida del PIB puede ser un argumento a favor de
una actuación más rápida de las autoridades estadounidenses subiendo un
cuarto de punto sus tipos en fecha más inmediata. Lo cuestión está en
ver a qué variable hacen más caso los responsables de la Fed, si al
riesgo de desaceleración económica global inducida por la crisis china o
al aparente calentón de la economía estadounidense. Entre los días 16 y
17 de septiembre quizás salgamos de dudas.
El dato español no es tan brillante como el de Estados Unidos, sobre
todo porque allí la tasa de paro está en el 6% y aquí por encima del
22%. Los cohetes en nuestro caso habrán de quedar reservados para otra
ocasión. Con todo, el crecimiento del 3,1% anual es una cifra
encomiable, que refleja el dinamismo en el que se ha instalado la
economía española, echando mano casi de forma exclusiva de sus propios
recursos, es decir, gracias al aumento del consumo interno y de la
inversión, ya que el sector exterior apenas ha tenido impacto en la
variación del PIB. Otra cosa es que el aumento del consumo interno haya
estado fuertemente impulsado por el abaratamiento de los precios de la
energía, que sí es un elemento externo que está beneficiando a la
economía, como lo hace la caída de la cotización del euro, impulsando la
llegada de turistas a nuestro país.
En todo caso, el crecimiento del empleo, apenas un 2,9%, se podría
considerar moderado, por debajo de lo que se debería esperar de una
economía cuyo PIB crece a ritmos del 3,1%. En Estados Unidos, la
economía genera más empleo por unidad de PIB, de ahí que hayan alcanzado
hace ya algunos meses cifras propias del pleno empleo. Desde las
reformas aplicadas en España por el Gobierno actual, la elasticidad del
empleo con el PIB parecía haber mejorado, es decir, el empleo estaría
potencialmente en mejores condiciones de crecer a medida que el PIB
progresa.
En todo caso, era esperable que la tasa de aumento del empleo fuese
superior al aumento del PIB, lo que no ha sucedido por desgracia durante
este segundo trimestre del año. Sí lo hizo en algunos momentos en el
inicio del ciclo alcista. Pero no ahora, cuando la economía está
alcanzando su plenitud. Y sería cuestión de interrogarse por los motivos
de que tanto PIB no sea capaz de generar el nivel de empleo
equiparable. Resulta consolador, no obstante, el hecho de que la
productividad efectiva (por hora realmente trabajada) esté creciendo a
ritmo del 0,4% anual. Y que el coste laboral se mantiene estancado e
incluso con un leve descenso. Son buenas bases para que el empleo pueda
aumentar con más vigor. Pero algo está fallando porque, de momento, no
sucede así.
(*) Periodista y economista
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