Siempre oí desde mi infancia que la mañana del Viernes Santo era el día más grande de Murcia. Y ya desde muy pequeño lo comencé a comprender al entrar en contacto directo cada año con el bullicioso ambiente tempranero en la Trapería, desde la famosa tienda de mis abuelos junto al Casino, cuando el gentío precedente y las grandes bocinas a ruedas o trompetas de burla más los redobles murcianos de tambores anunciaban la proximidad del cortejo sonando fuerte desde Belluga.
Esa fijación me hizo mucho tiempo después traer hasta Murcia, cada Semana Santa, a algún personaje relevante de nuestro país, culto por supuesto, al interesarse ante mí en Madrid por la vivacidad de la cara del ángel, el brazo tenso del apóstol, todo el San Juan en su conjunto o la angustia reflejada en el rostro de la Dolorosa, expuestas al público en la calle por la archicentenaria Cofradía de Jesús junto con el resto de tallas del genial imaginero medio italiano del siglo XVIII y todas de su propiedad.
Para tratar de superar su expectativa y, como murciano orgulloso de este patrimonio no oficial pero real de la Humanidad, busqué siempre de fondo el retablo en piedra de la fachada principal de la Catedral para que 'la mañana de Salzillo' les resultase una expresión artística cinética total, dentro de una inolvidable para el visitante 'pequeña revolución murciana del Barroco'.
También me pregunté siempre como veían y vivían los penitentes, como contraposición al público, esa mañana única a través de los ojales subfrontales de sus capuces. Por eso cobra virtualidad para los cofrades asistir el día anterior al cabildillo de las últimas instrucciones para la procesión así como tener claro que los mayordomos están para asistir al penitente, ver preparar en la calle la renovada palmera de la Oración en el Huerto o servir los productos frescos de la 'santa cena' y colocar a puerta cerrada los adornos florales en los pasos, procedentes de huertos especializados.
La sociología popular varía a lo largo del recorrido. A las 7 de la mañana, cuando el primer rayo de sol ilumina la cara de la Vírgen, vecinos del barrio San Andrés e incondicionales son los primeros en contemplar la puesta en escena de la tradición. A las 8 comienzan a aparecer los piadosos más madrugadores cerca de San Pedro. A las 9 se pasa ante un público fijo a partir de La Glorieta y hasta la Trapería, en el tramo más clásico e institucional del cortejo.
A las 10, los primeros huertanos asoman en Santo Domingo y hasta la plaza de las Flores, donde la 'procesión de los salzillos' conoce su apogeo. A las 11, tras enfilar San Nicolás, se comienza a reconocer a los que no quisieron madrugar tanto. Y a las 12, los primeros del millar de nazarenos ya entran en la iglesia de Jesús para dejar las cruces en sus inmediaciones cuando el fuerte sol obliga a la explosión de un público ya muy heterogéneo.
Como lo que toca ahora es el signo de este tiempo, el desarrollo del desfile muestra al nazareno observador toda una gama de las caras de la crisis. A lo largo de los cuatro kilómetros aproximados de recorrido se calcula bien una media de asistencia de tres cuartos de entrada, una clara antropología y diversas sociologías.
Poco turista y menos extranjeros, algo más de españoles de provincias colindantes, notable presencia de inmigrantes y monjas sudamericanas, muchos niños, bastantes embarazadas y algún que otro deficiente con sus padres. Murcianos de la ciudad, ahora muchos menos que hace algunos años. Porque es la Huerta realmente quien esa mañana se vuelca sobre todo el itinerario.
Ese itinerario es cambiante en sus márgenes pero siempre bajo un denominador común. La multitud se observa mejor a partir de Santo Domingo aunque la gran pasarela ha sido antes Glorieta-Belluga-Trapería porque ahí comienza realmente el gran espectáculo de Salzillo en la calle. Si bien el gran apoyo se nota en Belluga el escrutinio se palpa en Santa Catalina-Plaza de las Flores, el apogeo es propio de la estrecha y cálida calle de San Nicolás y la recta final hasta San Andrés de nuevo.
A partir de ahí, los penitentes de 'promesas', en ésta época mayoritariamente mujeres que cargan recias cruces pensadas en su día más para la resistencia masculina, entran con la misma puntualidad y organización conque entregaron al alba la contraseña para recoger una penitencia que sí pesa lo suyo.
Todo termina con algo que no puede ver el público. Volver a colocar los pasos en sus habituales aposentos mediante raíles o cómo se cubren de plástico las figuras de los apóstoles para que ninguna vianda se derrame sobre ellas al retiralas de la mesa por sometidas durante horas al sol callejero y normalmente cierta temperatura.
En el interior de la iglesia, mientras en la calle se oye la música que acompaña a la Verónica, San Juan, la Dolorosa y el Nazareno antes del Himno Nacional, el ambiente es efusivo entre los estantes, con abrazos y despedidas hasta el año próximo tras repartirse el adorno floral del paso portado.
----------------------------------------------------------
(*) Periodista y editor de 'El Observador Vaticano'
(Revista 'Nazarenos' nº 19.- Pags. 96 y 97 - Edita: Cofradía de Jesús)
No hay comentarios:
Publicar un comentario