Estoy en huelga de hambre para evitar mi desahucio. Pido cosas sencillas
de entender; pido que si me embargan me dejen sin deuda, esto es, la
dación en pago. Eso es lo mínimo que pido, poder comenzar de nuevo para
poder volver a tener una vida normal y corriente sin ser perseguido de
por vida por Cajamar. Para no convertirme en un semiclandestino, en un
excluido de por vida.
Pero podría haber otras soluciones distintas
a perder la parte de la vivienda que está en proceso judicial, con
fecha de subasta para el 31 de octubre y así resolver este calvario que
vivimos en mi familia desde que empezó esta crisis, otras fórmulas que
ya se están barajando en las negociaciones que representantes de la
Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) están realizando con la
entidad bancaria. Un calvario que también afecta a más de 500.000
familias en todo el país, que según el Consejo de Poder Judicial están
en riesgo de perder la vivienda entre 2012 y 2015. A ese dato hay que
sumarle las 160.000 familias que ya la han perdido desde que empezó la
crisis.
Una crisis que no hemos provocado la mayoría de la
población, pero que, sin embargo, la estamos pagando con creces en forma
de recortes de derechos que ha costado décadas conseguir.
En una
manifestación reciente que convocó la asamblea local del 15M en Molina
de Segura me encontré con antiguas trabajadoras de la conserva y me
decían: «Coy, con todo lo que hemos luchado antes por los derechos y
nuestros hijos tienen menos derechos que nosotras». Y así es: antes
luchábamos por los convenios y su cumplimiento; ahora, con las reformas
laborales, ni siquiera vamos a tener convenios colectivos que defender,
porque la tendencia es a individualizar las relaciones laborales, y en
ellas regirán los trabajos y salarios precarios. Con ello se perderá
fuerza colectiva y nos iremos acercando cada vez más a países del tercer
mundo o, lo que es lo mismo, nuestro país volverá hacia atrás varias
décadas.
La pobreza extrema se está adueñando de nuestros barrios y
pueblos; de hecho, en esta tierra murciana hay ya más de 530.000
personas „un 36% de la población„ que vive por debajo del umbral de la
pobreza. La consecuencia de este drama humano las conocen bien miles de
abuelas murcianas que están actuando de soporte familiar. Sin ellas,
comer y cenar diariamente se haría muy difícil para demasiada gente. Los
servicios sociales de los Ayuntamientos y organizaciones como Cáritas
también conocen al detalle esta situación.
Miles de frigoríficos
están vacíos o casi, porque muchas familias no tiene capacidad por sí
solas de adquirir los productos más básicos. La supervivencia diaria se
está convirtiendo en un drama social, y lo peor es que nada indica que a
corto plazo esta situación vaya a mejorar, más bien lo contrario.
Todo
eso en un país donde hay recursos, pero están en muy pocas manos y
quienes disponen de ellos y de capitales guardan buena parte en los
llamados paraísos fiscales.
¿Y la gente joven? Pues muchos de
ellos, sobradamente preparados, con imposibilidad manifiesta de acceder
al mercado laboral local. De nuevo, como hicieron muchas de nuestras
familias décadas atrás, emigran a otros países o piensan en como
hacerlo. Un fenómeno cada vez más creciente. También hay quien no tiene
esa suerte por no disponer de las titulaciones requeridas o aunque las
tuvieran están empleados „quienes lo estén„ en trabajos inestables, sin
derechos y con salarios que ni siquiera les permiten independizarse de
sus padres. Juventud sin futuro se llama eso.
¿Y las personas
mayores de 45 años? Pues ya se sabe, quienes entran en esa edad al
desempleo tienen una enorme dificultad para reinsertarse en el mercado
laboral y una parte de ellas, como reconocen diversas estadísticas, ni
siquiera lo podrán hacer. Todo eso lo veo demasiado a menudo, como
también veo a cada vez más personas recogiendo restos en los
contenedores de basura o a las puertas de los supermercados. Esto por
culpa de una crisis que han provocado los bancos y la especulacion.
Sí,
personas recogiendo restos en los contenedores, como las que veo
diariamente desde el lugar donde estoy en huelga de hambre, la parroquia
de Santa Rosa de Lima en el Barrio de los Rosales de la pedanía
murciana de El Palmar. Como también lo ven las personas de la comunidad
de base que me acoge en su parroquia, con el cura Pepe Torner, de la
HOAC, a la cabeza. Pero cosas peores se ven con frecuencia, como
enfrentarse unos pobres contra otros en los puntos de recogida de
alimentos que habitualmente se organiza en el barrio.
¿Qué futuro nos espera? Pues el que como ciudadanía nos queramos dar; la solución la tenemos los pueblos del sur de Europa si somos capaces de movilizarnos de forma global, estable y continuada, buscando un poder ciudadano que hasta ahora no tenemos y que sería la base para recuperar derechos perdidos y frenar los recortes que vienen.
Los Gobiernos
tienen que mirar a las personas y no sólo a los bancos, repetimos
constantemente desde la PAH. Aplicar políticas que empobrecen a la
mayoría social no es el camino. El camino es otro, y ese camino lo
tendremos que conquistar la ciudadanía.
(*) Activista de izquierdas
1 comentario:
Es usted un heroe por todo lo que esta haciendo. yo estoy en una situacion parecida y cajamurcia se esta pensando si refinanciarme o ejecutarme y claro entre que se lo piensa o no me estan crujiendo a intereses, eso que segun el decreto firmado por ellos de buenas practicas bancarias se supondria que me congelarian los intereses y demas mentiras recogidas en el, que para nada se cumplen.(hipocritas. llegado este momento saber que hay persona como tu con dos cojones,depertado de este engaño global y de este puto estado que privatiza las ganancias y socializa las perdidas. y no hacemos nada? te prometo que si llega el momento yo tambien me pondre en huelga de hambre por que estos sinverguenzas no tienen escrupulos en dejarme sin casa por que el estado siempre los rescatara y a nosotros pues debajo de un puente.lo dicho mucho animo por lo que estas pasando, que estamos contigo y si se te puede visitar en la iglesia ire personalmente a dartelos. gracias por hacernos soñar en otro mundo distinto aunque solo sea un sueño.
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