Le Figaro, el periódico que adelantó la noticia, asegura que la actual ministra de Justicia se va a la Eurocámara con la promesa personal del presidente de la República de regresar pronto a un cargo de relumbrón en la política nacional. Pero, se mire como se mire, la salida de Dati de París y del Gobierno es el final de la cuesta abajo de una ministra-emblema de la diversidad social propuesta por Sarkozy que ha fracasado. Lo tuvo todo: el poder, el tirón de los medios, el favor del jefe... y lo ha ido perdiendo todo debido a una gestión polémica y a un carácter explosivo.
En otoño, los augures políticos pronosticaban que la ministra de Justicia, favorita y amiga de Sarkozy en otro tiempo, saldría del Gobierno en enero, poco antes o poco después de dar a luz a su hijo. Por entonces, su estrella política se despeñaba.
Sus reformas emprendidas en la justicia francesa tropezaban, una y otra vez, con la oposición de jueces y magistrados de derecha y de izquierda, que la acusaban de no escuchar, de no consensuar, de atrincherarse en su despacho y de tratarles con una soberbia desmedida.
De hecho, el 23 de octubre, una manifestación en la calle de jueces y magistrados con las togas puestas obligó a reaccionar a Sarkozy y a citar, por su cuenta y sin la presencia de la ministra, a los representantes de la judicatura para calmar la bronca. Al mismo tiempo, los suicidios de presos se sucedían con una macabra regularidad, en unas cárceles atestadas e insalubres, construidas para 51.000 personas pero que acogían a más 64.000 presos. A esto hubo de sumar unos cuantos errores judiciales garrafales que acabaron por minar la imagen de Dati.
La ministra, además, se había paseado demasiado por revistas excesivamente glamurosas como París-Match vestida de princesa, con prestados diseños exclusivos que luego no devolvía. "Lo quiera o no, es la ministra de la desgracia de los otros y no puede ir por ahí con una ropa que una vigilante de prisiones no se compraría ni un año", le criticó una antigua ministra de Justicia socialista.
Su potencial puro como icono social de la nueva era de Sarkozy era evidente: nació en Saint-Remy, en la provincia de Saône et Loire, en una familia de diez hermanos. Su padre era albañil de origen marroquí; su madre, analfabeta de origen argelino. Había llegado a lo más alto empezando desde abajo.
Sin embargo, a pesar de su carácter de emblema, de que quería seguir al frente de Justicia, esta semana Sarkozy le ha pedido que se marche a las listas de las europeas. Y Dati, que ya se había negado una vez, no ha sabido ni podido negarse de nuevo. Los augures políticos tenían razón.
Y eso que parecía que, por una vez, habían metido la pata. Su hija, que se llama Zohra, como la abuela, nació el cuatro de enero. Pocos días después, Dati se presentaba en el primer Consejo de Ministros del año, sonriente, atareada, arrastrando la polémica de si debía o no reincorporarse al puesto de trabajo tan pronto, renunciando a la baja maternal, pero tan ministra como siempre.
Todo parecía indicar que Dati aguantaría, que permanecería en el cargo. Más si cabe, después de que el 15 de enero, Sarkozy recompusiera el Gobierno sin rozarla. El presidente puso a su viejo camarada de más 20 años, Brice Hortefeux, hasta entonces ministro de Inmigración, al frente de Servicios Sociales; y para Inmigración, Sarkozy eligió a Eric Besson, un antiguo socialista que se pasó al sarkozismo en plena campaña electoral y al que desde entonces conocen en Francia por el contundente mote de el traidor.
Dati pareció apoyada, refrendada. Su popularidad remontó. Volvió a aparecer en semanarios no políticos que se hacían eco de su maternidad. Hasta el primer ministro, François Fillon, aseguró hace días que veía a Dati mucho tiempo en el puesto. Fue un espejismo. Ayer se confirmó. Da la impresión de que el destino inmediato de Dati se firmó meses atrás, cuando su estrella se apagó.
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