BARCELONA.- La burbuja inmobiliaria ha dejado tras de sí un paisaje desolado de grúas paradas, máquinas abandonadas, casas a medio terminar y urbanizaciones fantasma. El Magazine ha recorrido la ruta de los lugares más afectados por la crisis, para dar testimonio de cómo se han arrasado paisajes y se ha construido desaforadamente, en ocasiones gracias a la corrupción o a la connivencia entre políticos y constructores.
¿Qué vio el fotógrafo, a lo largo de su recorrido por unas zonas determinadas de España, elegidas en función de unos proyectos urbanísticos a los que la crisis económica ha dejado en suspenso?
Vio un paisaje de grúas en paro en las que podrían anidar las cigüeñas y descampados allí donde debía haber jardines. Vio maquinaria que nadie ponía en marcha, muchas viviendas a medio terminar, poca gente habitando las nuevas urbanizaciones y bajos comerciales tapiados porque son pocos los que compran o alquilan locales.
Vio crecer matorrales en las parcelas en las que se debían levantar siete hoteles y percibió la imagen desoladora de lo que fue el incontrolado desarrollismo urbanístico de un pasado no muy lejano en el tiempo. Vio casas en medio de ninguna parte, anuncios de locales disponibles y de parcelas y de pisos en venta en zonas que esperan ser ajardinadas.
Vio palmeras entre grúas, campos de golf actuando como reclamo turístico en zonas con escasez de agua y el inicio de lo que debía ser el carril bici de una urbanización, carril que la crisis, como una metáfora, ha cortado abruptamente en el inicio del descampado en el que ya no han entrado las máquinas.
Los expertos consideran que el urbanismo actual no es sino un reflejo de la democratización: del alquiler de toda la vida se ha pasado al afán de ser propietario de la vivienda en la que se vive, aunque sea a costa de una hipoteca que será una carga para toda la vida.
Urbanismo y especulación siempre han estado relacionados con el crecimiento demográfico y la capacidad adquisitiva de los posibles compradores. Madrid ha tenido dos grandes fases. La primera la impulsó el marqués de Salamanca en la segunda mitad del siglo XIX. El marqués, íntimo amigo de Fernando Muñoz, amante de Isabel II y en calidad de tal conocido por el pueblo con el sobrenombre de Fernando VIII, construyó para la burguesía el barrio que lleva su nombre, la primera gran operación urbanística y especulativa en el Madrid moderno.
Con Franco llegaría Banús. Franco tuvo la obsesión de hacer de Madrid una ciudad más importante que Barcelona y, para conseguirlo, la capital de España absorbió municipios –Vallecas, Fuencarral, Aluche, Aravaca…– y promovió, al crear industrias en la periferia madrileña, la llegada de inmigración para la que Banús, que a partir del título de excombatiente pudo ser policía y luego empresario protegido por la Obra Sindical 18 de Julio, construyó en los años cincuenta el barrio de la Concepción; en los sesenta, el barrio del Pilar y, por aquello de hacerle un favor al Caudillo y ganar algo más de dinero, aprovechando que la mano de obra era barata dado que los obreros eran presos políticos, participó en la construcción del Valle de los Caídos antes de recalar en Marbella.
En el barrio de la Concepción, ambientó el dramaturgo Alfonso Sastre La taberna fantástica, y Pedro Almodóvar, su película ¿Qué he hecho yo para merecer esto? La Concepción y el Pilar –nombre de la mujer de Banús– fueron barrios de mala construcción, pésimos servicios, calles desoladas. Desde el principio fueron barrios mal planificados y el paso del tiempo los ha terminado de deteriorar.
Jesús Gil, tan dicharachero como especulador y delincuente, sería el último prototipo de constructor hecho a sí mismo en los años del franquismo.
Tras él, la nueva generación de grandes constructores –Florentino Pérez, Fernando Martín, Luis del Rivero…– ya está formada por gente con biografías universitarias, buena presencia, algunas veleidades políticas y capacidad para relacionarse con el poder. Sus negocios no se circunscriben sólo a Madrid. Sus empresas ya se expandieron por España y todos cometieron el error de comprar tierras a crédito y creer que la bonanza sería ilimitada.
En ese error cayeron los grandes y también muchos constructores de perfil medio. “Se metieron en el negocio construyendo una casa de tres pisos, ganaron dinero y construyeron dos casas de cinco pisos, siguieron ganando y se pegaron una hostia cuando ya construyeron una manzana; hay constructores que han hecho suspensión de pagos varias veces”, cuenta con sorna un bancario que los ha seguido de cerca en el ascenso y en la caída.
El fotógrafo vio a lo largo de su recorrido muy poca vida y mucha soledad.
Vio a un vecino de una de las zonas y le preguntó: ¿Está abandonado todo ésto?
Y el vecino le respondió: No. Está parado.
Parado. Esa es la definición del paisaje que el fotógrafo recorrió de norte a sur, de la montaña al centro, del centro a la costa.
En Alicante -unos diez mil despidos en la construcción a lo largo de los últimos meses-, Murcia y Almería, el "está parado" se repite. En muchas pequeñas poblaciones de esas autonomías la corrupción a través de connivencias entre constructores y ediles municipales ha sido y es noticia.
La corrupción, más que la crisis, ha sido la novedad. Porque hay gentes en esas zonas, como en gran parte de España, que no es la primera crisis que viven. La de los años 70 fue tremenda, primero con los bancos buscando dinero como locos y luego enloquecidos buscando clientes a los que dárselo a través de créditos; fue mala la crisis de los 80 con el duro proceso de reestructuración industrial y ¿cómo olvidarse de la crisis de principios de los noventa?, rememoran los que no han perdido la memoria, entre ellos José Montilla, presidente de la Generalitat de Catalunya, que recuerda que Cornellà sufrió un 29% de paro y el cierre de diez de las doce industrias más importantes allí ubicadas cuando él era el alcalde. Y esa no fue la peor época para Cornellà. El antecesor de Montilla en la alcaldía, Frederic Prieto, tuvo que vérselas con una crisis más fuerte.
“Esta crisis se diferencia de anteriores en que es la primera televisada en directo, y eso crea inseguridad e incluso miedo”, y el que afirma eso añade que la corrupción urbanística hace más daño que la crisis. Su herencia durará más, al haber destruido el paisaje y erosionado la credibilidad de la política y la ética de las gentes. En Alicante, todavía se habla del fraude Riviera, con sus protagonistas en la cárcel. O se siguen preguntando por qué hay un constructor que se lleva el 90% de la obra pública. O se debate el escándalo que representa que un Ayuntamiento castigado por la corrupción se lance a aprobar un plan especial que permitirá construir entre veinte y cincuenta mil viviendas, una macrociudad que muchos creen innecesaria.
Eso no asusta a Francisco Hernando, el Pocero, constructor tipo Gil: hombre hecho a sí mismo, dicharachero y exhibidor de su riqueza, igual construye una macrourbanización en Seseña, provincia de Toledo, que un picadero de caballos para la hija de José Bono siendo éste presidente de la comunidad. Los amigos están para hacerse favores. Tipo curioso el Pocero. Un día iba de invitado y cuando la anfitriona sacó a la mesa una lubina, la esposa de Francisco Hernando, superenjoyada, dijo:
–La cabeza para mí. La cabeza y los ojos de un pescado son lo mejor. Sobre todo los ojos.
Y su esposo le preguntó, silencioso el resto de los comensales:
–¿Cuántos años trabajaste como criada y sólo comías las cabezas de los pescados?
El fotógrafo sigue su viaje.
En la Vall Fosca, en el Pirineo de Lleida, el complejo turístico que se contemplaba con la esperanza de que revitalizase económicamente una zona deprimida, está paralizado.
En Las Tablas, San Chicharro y el Ensanche de Vallecas hay descampados donde debía haber parques, material para la construcción abandonado en parcelas en las que debía haber columpios y toboganes, y tres estaciones de metro que casi nadie usa.
En Ciudad Valdeluz, a diez kilómetros de Guadalajara y a poco más de un kilómetro de la estación del AVE, se levanta como un champiñón en medio del desierto una ciudad dormitorio que está prácticamente terminada, pero que, pese a que se promociona con el mensaje Vive las brisas de Valdeluz, ha atraído a poca gente, salvo los que compraron para especular y ahora se encuentran, como en tantos otros sitios, con el piso que nadie quiere comprar ni alquilar. Vista desde el AVE, la urbanización no invita siquiera a un paseo por sus inmensos viales desiertos que se pierden por el horizonte de la llanura yerma. En días sin sol, vivir allí debe de ser un factor desencadenante de la depresión.
Y, sin embargo, se acabará viviendo en todos los sitios por los que pasó el fotógrafo. Cuando mengüe la crisis, cuando a la gente se le pase el miedo y los bancos vuelvan a la locura de dar créditos, la gente comprará sus pisos en esos lugares que hoy nos parecen inhóspitos, y esa gente, que será joven y habrá escogido vivir allí porque los pisos serán más baratos, se irá organizando y, poco a poco, como pasó en los años cincuenta en los barrios de las barriadas periféricas de Madrid y Barcelona, conseguirá servicios, corregirá lo que de especulativo hubo en el entorno urbanístico y se adaptará al medio.
En Tres Cantos, un barrio surgido también de la nada en las cercanías de Madrid, cuentan con gracia que el traje regional es el chándal porque los fines de semana la inmensa mayoría de sus habitantes dejan en el perchero la chaqueta, el vestido y la corbata de los días de trabajo y se pasean en chándal por el barrio.
El fotógrafo sigue su viaje.
Ve que, en Seseña, Francisco Hernando, conocido como el Pocero, puso el nombre de su madre a uno de los parques de la urbanización, colocó un busto de su padre en una rotonda y bajó el ritmo de la construcción. Grúas y coches aparcados en las calles porque la gente, pese a tener su plaza de aparcamiento, tiene miedo de entrar en parkings solitarios y en penumbra.
“Tu casa aquí por 144.000 euros”, en medio de una llanura, reclamo que vio el fotógrafo viajando hacia Alicante, Murcia y Almería, con campos de golf esperando a jubilados extranjeros y grúas levantándose entre palmeras: Masa, Monforte del Cid, Águilas, Los Alcázares, Vera Playa, Castillo de Macenas, El Toyo… urbanizaciones acabadas o a medio hacer y en las que no se sabe si residirá alguien porque España ha dejado de ser barata para los jubilados extranjeros que ven reducirse el poder adquisitivo de sus pensiones.
Dice un notario que los tres grandes cambios registrados en España en los últimos decenios han sido que vivimos muchos más años, lo que lleva a que cambie el tipo de testamento; que la gente ha pasado de vivir de alquiler a ser propietaria de un piso no para residir toda la vida en él sino para ir cambiando, bien por necesidad o por especulación y, tercer cambio, las empresas han dejado de identificarse con un dueño al que poder reconocer con un apellido y un rostro y eso crea inestabilidad entre los trabajadores.
Los notarios son la gente que más sabe sobre las pasiones, los cambios de humores y los miedos de los españoles.
(La Serena Golf, Los Alcázares)
www.magazinedigital.com
1 comentario:
Y porque no sacan una foto da todas las viviendas que tiene sin vender Polaris(Su casa al lado de la playa)Mas a menos a 30 kilometros.A ver si viendo el desaguido a algunos se les cae la cara de verguenza.Arrieros somos.....
Publicar un comentario