Hace unas semanas, refiriéndose a esta cuestión en Madrid, el ministro de Economía de Marruecos, Salahedin Mezuar, dijo que hay emigrantes que están regresando allí para aprovechar la formación adquirida estos años en España.
Ciertamente, en el norte de Marruecos, en Tánger, y en industrias como la automoción, puede haber puestos intermedios por cubrir, pero son limitados. Así que la mayoría de los trabajadores marroquíes que se vean inmersos en el ajuste inmobiliario o en el de la hostelería (en la agricultura su situación puede ser más estable) no van a encontrar en su país la salida a sus problemas.
Los expertos creen que aquí pueden seguir el modelo chino, desarrollando negocios propios en barrios específicos, donde viven, ofreciendo comida jalal, poniendo en marcha pequeños talleres textiles, etcétera. Un poco al estilo del barrio Saint Denis en París. La réplica de los modos de vida de los países de origen se va a reforzar así, concentrándose en algunas zonas.
De los procedentes de la África negra nadie espera regresos significativos. Les cuesta dos años ir de Mali a Ceuta, así que cuando llegan no se van a ir porque la coyuntura esté floja.
Las familias de los ecuatorianos, segundo grupo de inmigración más importante, están transmitiendo a la gente de allá que la fiesta ha acabado en España, recomendándoles que no vengan. Además, la situación general en Ecuador ha mejorado, entre otras cosas, gracias a las remesas de los emigrantes.
El panorama es mejor para rumanos y búlgaros por la entrada de sus países en la UE, con lo que el regreso en este caso sí se puede producir si cuentan con ayudas para montarse algo.
En cualquier caso, el balance general de la inmigración es que las cosas se pueden aguantar siempre y cuando la crisis económica dure un año y medio o dos, gracias al seguro de paro. Puede haber problemas, pero no como en Francia. Pero, más allá, tierra ignota.
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