Un profesor universitario con el que me une una gran amistad, me contó una anécdota que ayuda como preámbulo al tema que en esta ocasión quiero abordar. Me dijo que, en cierta ocasión al estar en Madrid por motivos de trabajo, sostuvo una conversación con un taxista durante un trayecto. El chofer le preguntó sobre el motivo que lo traía a la capital española. Mi amigo le dijo que llevaba a cabo una investigación sobre la reputación de los políticos. Esta persona, tan solo escuchar lo anterior aseveró: “yo cuando quiero insultar a alguien le llamo político”.
La aseveración de esta persona refleja un sentir muy generalizado hacia la clase política, la cual según diversas investigaciones no goza de una muy buena reputación en la mayoría de las democracias, por más consolidadas que se encuentre éstas. En cualquier conversación informal, en la que se aborda el tema de la política, las valoraciones que se hacen de los políticos y los gobernantes suelen ser negativas.
Diversos investigadores se han dado a la tarea de encontrar respuestas a lo que parece una verdad de Perogrullo: los políticos no gozan de una buena imagen en la mayoría de las sociedades. El libro The princes´s new clothes. Why do australians dislike their politicians?, editado por Burchell y Light en el año 2002, en la Universidad de Sidney, recogió diversas tesis sobre las causas de falta de confianza en los políticos. De forma más reciente, Francisco Rubiales, en su libro Políticos, los nuevos amos, desvela la actuación de muchos hombres del poder, que mediante la manipulación y el engaño —sostiene— han sometido a pueblos enteros.
La Encuesta Mundial de Valores, promovida por el sociólogo Ronald Inglehart, y aplicada en varios países desde la década de los ochenta, ha mostrado sistemáticamente que, el prestigio de los partidos políticos se encuentra muy por debajo de otros colectivos, y que la confianza en éstos es muy inferior a la que existe en otros gremios. Tales datos nos podrían llevar a la conclusión simplista y cómoda de que los políticos son los únicos responsables de los males que aquejan a nuestra sociedad.
No pretendo exonerar a muchos gobernantes que, con su conducta, han contribuido a lesionar la confianza en la política toda y han desvirtuado el quehacer humano más noble al que se puede aspirar que es el de trabajar por el bien común, pero creo que el descrédito indudable de la política y los políticos debe analizarse con profundidad, lo que implica comprender los diversos factores que inciden en éste.
Autores como Dominique Wolton y Alain Minc, han aludido al papel de los medios de comunicación en el descrédito de la política, lo que les ha acarreado críticas importantes, por un sector como el de los medios, poco susceptible en términos globales a la autocrítica. El supuesto rol de los medios como “guardianes de la sociedad”, ha llevado a excesos importantes.
El “Watergate”, que derivó en la dimisión de Richard Nixon, se ha puesto como ejemplo del papel de los medios de comunicación para investigar y exhibir la ilegalidad de los gobernantes. Al respecto habría que recordar que, “Garganta profunda” (Mark Felt), enemigo político de Nixon, filtró la información a The Washington Post, por lo que nunca existió un trabajo de investigación para descubrir el espionaje perpetrado por el Partido Republicano.
Pero más allá de este caso, que por otro lado hay que reconocer exhibió una conducta ilegal desde el poder, los años posteriores al “Watergate”, se caracterizaron por un ataque encarnizado al gobierno norteamericano por parte de los medios, que contribuyó, no tan solo al desprestigio de los gobernantes, sino al de los propios medios.
Joseph Nye, investigador en Harvard, en un artículo al que tituló “The Media and Declining Confidence in Government”, apunta que en 1964, tres cuartas partes del público norteamericano manifestaban tener una gran confianza en el gobierno federal y que en el año 1996, sólo una cuarta parte se manifestó en este sentido. Nye sostiene algo que si bien parecería una obviedad, parece olvidarse en el análisis recurrente sobre la percepción que se tiene de los políticos.
La gran mayoría de las personas en cualquier sociedad, no tiene acceso directo a la clase política, por lo que normará su opinión sobre ésta con base en lo que los medios de comunicación, sobre todo la televisión, difundan sobre los políticos y los gobernantes. El papel intrusivo, la descalificación y la calumnia, han contribuido a generar en la sociedad una visión negativa sobre los políticos.
Lo anterior no supone que los medios renuncien a su rol como contrapeso al poder político y a su labor de escrutinio del rol de los gobiernos. Sin embargo, tal tarea implica responsabilidad, equilibrio y profesionalismo. Lucrar con el escándalo, privilegiar el sensacionalismo sobre la información sustentable y verificable, genera sin duda mayores audiencias, pero contribuye al descrédito global de la política, lo que no es conveniente para ningún país.
La serie televisiva El privilegio de mandar, que logró niveles de rating espectaculares a costa de la mofa de la clase política mexicana, es un claro ejemplo de lo anterior. La ficción llega a confundirse con la realidad. La valoración de la audiencia tras cada programa de la serie referida, fue que la política en su conjunto es una verdadera cloaca, en la que solo caben rufianes, corruptos e incompetentes. Esta caricaturización de la política, puede derivar en una sociedad de cínicos, que desalienta toda forma de participación y mina la confianza en la autoridad, independientemente del partido del que provenga.
* Comunicólogo
1 comentario:
El deprestigio de los pòliticos NO es nuevo. Por favor, leanse a los clasicos.
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