Puesta en valor», «progreso», «puestos de trabajo» , socorridos argumentos con los que se construyó, en medio de la maravillosa bahía de Águilas, un puerto deportivo que ha destruido y hurtado a los bañistas un gran tramo de su playa, sin haber logrado atraer el turismo de yate y joyería esperado, y finalmente los únicos puestos de trabajo ofertados, son los del que vigila los botes y el que pone gasolina a las motoras.
Eso sí, habrá servido para que unos cuantos tahures, se forraran con la compraventa de puntos de amarre de barcos, cuyos foráneos patrones nunca más fueron vistos cerca del lugar. Mi gozo en un pozo y la cuenta al maestro armero, con la especial gravedad de estar hablando de daños irreversibles, que no solamente destruyen paisajes, si no que contribuyen a empobrecer y desarticular, el sentido compartido de los valores históricos, monumentales y paisajísticos, sociales y económicos, de los pueblos mediterráneos.
El parador «que no sobresaldría de la muralla», en palabras de Miguel Navarro, ha robado el protagonismo a la Torre Alfonsina y aumenta su metastásico volumen, como un tumor maligno en el corazón de nuestro más querido emblema urbano, mientras que al otro lado de la Almenara la sombra de otra locura, se cierne sobre la costa de la Marina de Cope, acabe o no en un inmenso resort invendible y despoblado, por la explosión de la burbuja inmobiliaria y la crisis económica mundial, destruyendo nuestro hábitat más impoluto.
La «puesta en valor» anunciada sería, con mucho, para los que cojan el dinero y corran antes de la debacle final; el «progreso», el de las cuentas corrientes de los empresarios y políticos que intercambiaron leyes por dinero, para enladrillarnos el último paraíso del Mediterráneo, y los «puestos de trabajo» anunciados, del tipo de los que ofrecen los nórdicos vejestorios, de las lujosas urbanizaciones semidesiertas de Cabo Palos o Marina d'Or: limpiadoras y jardineros.
Todos estos vaticinios, no son teorías negativistas, si no tesis constatadas, contemplando con horror el arrasamiento de la costa al norte y al sur de Cabo Cope, atravesando la inmensa herida abierta en el espacio natural surcado por la «autopista de los resorts» y percibiendo la degradación de unos pueblos, inducidos a la codicia, a la pérdida de sus valores y economías sostenibles, por poco apoyo institucional que recibiesen, convirtiéndolos en dormitorios de camareros y limpiadoras.
Si ustedes evocan el final de El planeta de los simios, recordarán el espectáculo impactante de la estatua de libertad semienterrada en la arena, y sabrán que tal destino no fue fruto de la casualidad, ni de un cataclismo cósmico, si no de una conspiración que tuvo nombres y apellidos.
Los nombres y apellidos que ustedes conocen, y las fuerzas políticas y económicas que confabulan por acción u omisión sus interés políticos y económicos, personales y partidistas, para que un día, otra generación, pronuncie ante la visión devastada de la costa murciana, las mismas palabras de un Charlton Heston que, de rodillas sobre arena, golpea el suelo de impotencia, mientras lanza al espacio un grito desesperado: «Lo habéis destruido. Yo os maldigo a todos».
Cambiemos el futuro: movilicémonos contra la conspiración.
* Floren Dimas Balsalobre es miembro de la asociación para la Defensa del Patrimonio Cultural de Lorca.
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