Son muchos los que nos preguntan a los periodistas quién creemos que va a ganar estas elecciones, si Zapatero o Rajoy.
Como si los que nos dedicamos a informar de lo que pasa tuviésemos una infalible bola de cristal para adivinar tan comprometido porvenir. Yo, al respecto, solamente puedo decir dos cosas: una, que los expertos creen que el PSOE podría perder en caso de que las malas noticias económicas o relacionadas con el terrorismo se acentuasen, y parece que hay riesgo en ambos supuestos. Dos, que es posible que, al final, nadie pierda ni gane del todo, porque se imponga la evidencia de que las dos grandes formaciones habrán de pactar algunas de las principales cuestiones pendientes para la legislatura que va a comenzar tras las elecciones.
Claro que Zapatero, que ha disuelto formalmente las cámaras legislativas y convocado las elecciones para el 9 de marzo, ya ha dicho que de acuerdos poselectorales ni hablar, porque no se puede uno fiar de un PP que en estos cuatro años no ha querido acordar nada. Quien suscribe ya no sabe quién es más culpable del distanciamiento que ha presidido la etapa que hoy lunes concluye oficialmente; posiblemente, tanto socialistas como populares deban hacer un examen de conciencia al respecto. De lo que estoy seguro es de que ZP no habla de consensos de futuro porque piensa que ello desmovilizaría a ‘su’ electorado, y cree –con razón, seguramente– que ese millón de votos que le dio la victoria el 14 de marzo de 2004 no puede ahora, como hace habitualmente, quedarse en casa el 9-m: ese absentismo daría la victoria al PP.
Pero yo pienso que, tras el 9-m, y por aquello tan cierto, de que la política hace extraños compañeros de cama y que, en política, “cuando digo jamás, quiero decir hasta esta misma tarde”, como dijo Romanones, las cosas serán muy otras y que, a la hora de buscar aliados, tanto el PP, que ya va tendiendo manos por anticipado, como el PSOE, gane quien gane, comprenderán que no les queda otro remedio que mirar en dirección al otro ‘grande’. Sin acuerdos PP-PSOE no hay reforma constitucional, ni de la normativa electoral, posible. Ni volverá el prestigio a instituciones que ahora lo han perdido, y pienso, especialmente, en el Consejo del Poder Judicial y en el Tribunal Constitucional.
Si de veras estamos, como dicen tantos de nuestros políticos, ante una etapa importante, habrá que arbitrar medidas de similar envergadura a las soluciones que se buscan. Y eso, ya digo, no se puede hacer aliándose con el actual PNV, ni con la actual Convergencia Democrática de Catalunya, ni con el BNG ni, menos, con Esquerra Republicana. Formaciones todas que, sin duda, tienen su espacio, y hay que respetárselo; pero ese espacio no pasa, ahora, por el gobierno de la nación.
Como si los que nos dedicamos a informar de lo que pasa tuviésemos una infalible bola de cristal para adivinar tan comprometido porvenir. Yo, al respecto, solamente puedo decir dos cosas: una, que los expertos creen que el PSOE podría perder en caso de que las malas noticias económicas o relacionadas con el terrorismo se acentuasen, y parece que hay riesgo en ambos supuestos. Dos, que es posible que, al final, nadie pierda ni gane del todo, porque se imponga la evidencia de que las dos grandes formaciones habrán de pactar algunas de las principales cuestiones pendientes para la legislatura que va a comenzar tras las elecciones.
Claro que Zapatero, que ha disuelto formalmente las cámaras legislativas y convocado las elecciones para el 9 de marzo, ya ha dicho que de acuerdos poselectorales ni hablar, porque no se puede uno fiar de un PP que en estos cuatro años no ha querido acordar nada. Quien suscribe ya no sabe quién es más culpable del distanciamiento que ha presidido la etapa que hoy lunes concluye oficialmente; posiblemente, tanto socialistas como populares deban hacer un examen de conciencia al respecto. De lo que estoy seguro es de que ZP no habla de consensos de futuro porque piensa que ello desmovilizaría a ‘su’ electorado, y cree –con razón, seguramente– que ese millón de votos que le dio la victoria el 14 de marzo de 2004 no puede ahora, como hace habitualmente, quedarse en casa el 9-m: ese absentismo daría la victoria al PP.
Pero yo pienso que, tras el 9-m, y por aquello tan cierto, de que la política hace extraños compañeros de cama y que, en política, “cuando digo jamás, quiero decir hasta esta misma tarde”, como dijo Romanones, las cosas serán muy otras y que, a la hora de buscar aliados, tanto el PP, que ya va tendiendo manos por anticipado, como el PSOE, gane quien gane, comprenderán que no les queda otro remedio que mirar en dirección al otro ‘grande’. Sin acuerdos PP-PSOE no hay reforma constitucional, ni de la normativa electoral, posible. Ni volverá el prestigio a instituciones que ahora lo han perdido, y pienso, especialmente, en el Consejo del Poder Judicial y en el Tribunal Constitucional.
Si de veras estamos, como dicen tantos de nuestros políticos, ante una etapa importante, habrá que arbitrar medidas de similar envergadura a las soluciones que se buscan. Y eso, ya digo, no se puede hacer aliándose con el actual PNV, ni con la actual Convergencia Democrática de Catalunya, ni con el BNG ni, menos, con Esquerra Republicana. Formaciones todas que, sin duda, tienen su espacio, y hay que respetárselo; pero ese espacio no pasa, ahora, por el gobierno de la nación.
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