A finales de los años setenta, coleando la primera grave crisis del petróleo, unos mozalbetes le preguntamos a don Eduardo, medio asustados, qué ocurriría si se acababa el crudo o se ponía a precios prohibitivos, y él nos explicó con toda sencillez que no pasaba nada, que teníamos otras cosas, como el alcohol, para mover los coches, que no habría problemas de energía, ni siquiera para obtener productos derivados, puesto que podía desarrollarse toda la petroquímica a partir del etanol y tener plásticos, disolventes, emulgentes, fibras textiles y lo que hiciera falta.
Muchos de los que han conocido al profesor Primo Yúfera han concluido que si hubiera trabajado en otros países igual hubiera llegado a ser Premio Nobel, pero el prefirió quedarse a investigar y enseñar en España y en Valencia, donde fue fundador del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos y de la Universidad Politécnica, de la que ha sido catedrático emérito hasta hace poco. Era un sabio comprometido, grande y humilde, acostumbrado a hacer que las cosas fueran sencillas y que sirvieran a la colectividad. Su obsesión era la eficacia, dedicarse a resolver problemas que mejoraran procesos y, en definitiva, la calidad de vida de las personas. Lo suyo era la ciencia y la investigación aplicadas.
Don Eduardo ya fue un ecólogo cuando aún no había ecologismo militante. Conocía perfectamente lo que muchos años después se ha asentado como una obligación actual, la tendencia a usar biocombustibles, pero además intuyó décadas atrás que estos, que naturalmente deberían obtenerse de plantas, no tendrían que fabricarse a partir de materias primas alimentarias, como ocurre, sino de los subproductos, para no ocasionar problemas de abastecimiento alimentario en el mundo. ¿Les suena esto de algo, con lo que pasa en estos momentos? Cuando explicaba estas cosas, al profesor Primo, profundo creyente, le gustaba aludir al milagro de los panes y los peces, pero, socarrón y práctico, señalaba precisamente el empeño de Jesús "de que no se perdieran los trozos de pan sobrantes".
La humanidad le debe innumerables logros en materias de lo que ahora se denomina seguridad alimentaria. Las soluciones que aportó son tan numerosas como las condecoraciones y reconocimientos que recibió. El pan precocido que hoy comemos nació de su laboratorio, y las mejoras del arroz y de sistemas de elaboración de conservas, y el método de detección rápida de la tristeza del naranjo, y cómo perfeccionar la producción de zumo de naranja y detectar fraudes alimentarios, y hasta métodos ecológicos de lucha contra las plagas... Un maestro ejemplar.
Muchos de los que han conocido al profesor Primo Yúfera han concluido que si hubiera trabajado en otros países igual hubiera llegado a ser Premio Nobel, pero el prefirió quedarse a investigar y enseñar en España y en Valencia, donde fue fundador del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos y de la Universidad Politécnica, de la que ha sido catedrático emérito hasta hace poco. Era un sabio comprometido, grande y humilde, acostumbrado a hacer que las cosas fueran sencillas y que sirvieran a la colectividad. Su obsesión era la eficacia, dedicarse a resolver problemas que mejoraran procesos y, en definitiva, la calidad de vida de las personas. Lo suyo era la ciencia y la investigación aplicadas.
Don Eduardo ya fue un ecólogo cuando aún no había ecologismo militante. Conocía perfectamente lo que muchos años después se ha asentado como una obligación actual, la tendencia a usar biocombustibles, pero además intuyó décadas atrás que estos, que naturalmente deberían obtenerse de plantas, no tendrían que fabricarse a partir de materias primas alimentarias, como ocurre, sino de los subproductos, para no ocasionar problemas de abastecimiento alimentario en el mundo. ¿Les suena esto de algo, con lo que pasa en estos momentos? Cuando explicaba estas cosas, al profesor Primo, profundo creyente, le gustaba aludir al milagro de los panes y los peces, pero, socarrón y práctico, señalaba precisamente el empeño de Jesús "de que no se perdieran los trozos de pan sobrantes".
La humanidad le debe innumerables logros en materias de lo que ahora se denomina seguridad alimentaria. Las soluciones que aportó son tan numerosas como las condecoraciones y reconocimientos que recibió. El pan precocido que hoy comemos nació de su laboratorio, y las mejoras del arroz y de sistemas de elaboración de conservas, y el método de detección rápida de la tristeza del naranjo, y cómo perfeccionar la producción de zumo de naranja y detectar fraudes alimentarios, y hasta métodos ecológicos de lucha contra las plagas... Un maestro ejemplar.
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