MADRID.- El último maestro de los Templarios vio cómo clausuraban su orden y lo condenaban a muerte. Pero no iba a dejar este mundo así como así. Se dice que mientras subía a la hoguera en la que sería quemado vivo, el 18 de marzo de 1314, en pleno centro de París, Jacques de Molay maldijo al rey de Francia, Felipe IV, y al papa Clemente V. Ambos murieron ese mismo año. Con ese supuesto juramento se cerraban dos siglos de ese cuerpo de élite religioso-militar que nació a principios del siglo XII para proteger a los cristianos de Tierra Santa, en Oriente Próximo.
La orden había cobrado una fuerza inusitada. Acumulaba riqueza y propiedades en Europa y Oriente Próximo e incluso puso en marcha un sistema bancario internacional a través del que financiaron la guerra de algunos monarcas. Con el fin de las Cruzadas, su poder y secretismo levantaron sospechas entre las potencias europeas.
Uno de los que recelaban más era Felipe IV. Los historiadores consideran que tenía deudas económicas con la orden y que lanzó las acusaciones de herejía con la intención de arrebatarles sus riquezas. En 1307, Roma abrió una investigación contra los Templarios para esclarecer qué había de cierto en aquel escándalo.
Inocentes y fieles a la fe cristiana
La investigación concluyó cinco años después que los Templarios no eran culpables de herejía, sino de delitos menores contra la ley de la Iglesia. De hecho, el papa Clemente V absolvió a la orden en 1308 y pensó reformarla.
El rey Felipe IV, sin embargo, presionó al Sumo pontífice para acabar con los monjes guerreros hasta que el Papa ordenó su disolución en 1312. Estas son algunas de las conclusiones que revelan las actas del proceso, llamado Processus contra Templarios, que se publican hoy en un libro de 300 páginas, en una edición limitada de 800 ejemplares.
El volumen cuenta con una edición facsímil del pergamino de Chinon, que recoge la absolución del papa a los caballeros, en agosto de 1308. Debido a un error de catalogación, se consideraba perdido hasta que la investigadora italiana Barbara Frale lo encontró entres los miles de estantes de la Biblioteca y Archivos secretos del Vaticano en 2001.
Un recurso para evitar la tortura
Una de las principales acusaciones contra los caballeros era la de que practicaban ritos de iniciación blasfemos que incluían escupir sobre la cruz. Las actas revelan, según la historiadora, que los caballeros incluían estos actos en su entrenamiento militar como un recurso de defensa en caso de ser capturados por los ejércitos musulmanes.
Otras acusaciones habituales contra los Templarios fueron la de desobedecer a la curia Romana, aproximarse al Islam y a la herejía cátara, practicar la sodomía y abogar por un reino teocrático en Europa, encarnado en un monarca que concentraría el poder celestial y el temporal. Tampoco se vio con buenos ojos que se rodearan del aura de ser los conservadores del Santo Grial. Esta faceta de los caballeros ha servido de base para numerosas leyendas y obras de ficción, como el best-seller El código Da Vinci, de Dan Brown, o las novelas de Peter Berling acerca de los herederos de linaje de Jesucristo.
La nueva edición se reproduce en pergamino sintético y cuenta con una copia del sello papal lacrado y un comentario erudito, y se presenta en una caja de cuero blando. El original mide medio metro de ancho y dos metros de largo. Cada ejemplar cuesta unos 5.900 euros. Ya se han reservas solicitudes de bibliotecas y coleccionistas de todo el mundo, según ha señalado a la BBC Rosy Fontana, portavoz de Scrinium, la editorial que gestiona las ventas. Uno de los ejemplares está reservado para el papa Benedicto XVI.
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