¿Cómo es posible que exista una crisis de liquidez si vivimos sobre un océano de liquidez? La respuesta es la de siempre: la codicia disfrazada de ciencia económica.
Con esa inclinación al tópico tan propio de la economía y del periodismo económico, la jornada monetaria del jueves 9, aniversario del desastre de Nagasaki, se cerró con una inyección de liquidez por parte del Banco Central Europeo de 95.000 millones de euros… porque BNP puso en cuarentena tres de sus fondos… que habían invertido en hipotecas de alto riesgo norteamericanas… que no son otra cosa que créditos hipotecarios concedidos sin las debidas garantías porque en Estados Unidos, al igual que en Europa, se han vendido pisos a manta durante las últimos años.
Las preguntas son miles. Por ejemplo, ¿por qué el dinero público del Banco Central Europeo o de la Reserva Federal tiene que acudir en defensa de un moroso o de un prestamista poco profesional? ¿Por qué las bolsas se caen por el hecho de que un banco congele tres de sus fondos o porque una decena de pequeñas entidades de crédito quiebren en Estados Unidos, cuyo sistema bancario goza de buena salud?
Pues toda esta locura ocurre porque llevamos medio siglo adorando a los mercados financieros, a las bolsas, un becerro de oro ferozmente especulativo que se ha ido deformando con el paso de los años en un casino donde ganan siempre los mismos: la banca y los amigos de la banca.
Por tanto, convendrá explicar cinco puntos:
1. Los mercados financieros se han convertido en un casino especulativo. Por tanto, no merecen el apoyo público. Eso sí, hay que retirar de ellos el ahorro “serio”: el particular y el de Previsión Social.
Las bolsas nacieron para que un grupo de ahorradores apoyaran a la industria, es decir, nacieron para financiar el mercado primario: hoy en día, en Wall Street, el 99% del dinero que se mueve es mercado secundario, en su inmensa mayoría especulativo.
Y ese mercado no puede ser el soporte de jubilaciones futuras o de los ahorros de particulares, al menos no de esta forma.
2. Los bancos sí pueden quebrar. La curiosa y monetarista idea de que los bancos no pueden quebrar no es sostenible por más tiempo. Trabajan con dinero ajeno, sí, pero no puede ser que el prestamista tenga un colchón para sus errores o para sus horrores (robos) y que el prestatario se comprometa más allá de lo que aconseja su volumen de ingresos que es, exactamente, lo que está ocurriendo ahora. No puede ser, en suma, que los bancos chantajeen a la Comunidad. Si un panadero puede quebrar, un banco también.
3. La relación entre ahorrador y gestor debe cambiar radicalmente, y eso sólo se puede hacer por ley. Por decir algo, ¿qué pintaban los gestores de los fondos BNP (me encantaría saber con qué tipo de clientes trabajaba) invirtiendo en productos especulativos de altísimo riesgo? En este sentido, los llamados fondos éticos no lo son tan sólo porque sólo inviertan en actividades morales sino porque han abierto la vía de una mayor información al partícipe sobre el destino de sus inversiones.
4. Terminemos con la titulización y paquetización. En la pléyade de sus diversas formas, la titulación no es más que una vuelta de tuerca especulativa. Estamos ante una crisis de crédito de origen hipotecario. Pues bien la garantía real siempre ha sido la garantía más segura. Ahora bien, si se titulizan las hipotecas, por la codicia de ganar dinero hoy, se está creando una burbuja especulativa que, de estallar, nos arrastrará a todos, a los especulativos y a los no especulativos.
5. El precio del dinero no es la solución ante una crisis bursátil o bancaria. La sociedad ha absorbido, en todos sus niveles, los tópicos monetaristas de los mercados financieros, que el viernes 10, tras la agitada jornada del jueves 9, brillaron en todo su esplendor. Así, en la mañana del viernes, las emisoras de radio repetían como loros los tópicos lanzados por el Sistema. Es decir, en el caso Europeo los tópicos lanzados por el BCE y los supervisores nacionales: resulta que como la economía va bien, y el empleo se afianza, se va a disparar la inflación… y eso será malo para los ciudadanos.
Supuesto, y no admitido, que la actual crisis crediticia tenga algo que ver con el fuerte crecimiento económico experimentado en Occidente durante los últimos años, ¿quién ha dicho que a mayor trabajo más inflación? ¿Es que la oferta no puede crecer al mismo ritmo que la demanda?
Y no, al ciudadano no le preocupan los precios, o al menos no es lo que más le ocupa: lo que le aterra es no tener empleo, o cobrar un salario miserable. Es al que le sobra, al rico, ahorrador o inversor, a quien la inflación se lo pone más difícil.
En cualquier caso, que el BCE no nos cuente la historia de que eleva el precio del dinero para proteger a los pobres de la inflación: ¡Menos coñas! Con tipos altos quien gana es, preferentemente, la banca y la bolsa, es decir, los agentes económicos más especulativos: sobre todo la segunda.
Un apéndice: los bancos advierten de que esta crisis puede significar el fin, o al menos el parón, del fenómeno del capital riesgo, esos señores que compran empresas apalancándose al límite para después venderlas por trozos, pagar los créditos y llevarse las ganancias. En definitiva, nos están diciendo que esta crisis puede terminar con unos especuladores dedicados a destrozar empresas. Pues los hay que no vamos a llorar por ello.
Con esa inclinación al tópico tan propio de la economía y del periodismo económico, la jornada monetaria del jueves 9, aniversario del desastre de Nagasaki, se cerró con una inyección de liquidez por parte del Banco Central Europeo de 95.000 millones de euros… porque BNP puso en cuarentena tres de sus fondos… que habían invertido en hipotecas de alto riesgo norteamericanas… que no son otra cosa que créditos hipotecarios concedidos sin las debidas garantías porque en Estados Unidos, al igual que en Europa, se han vendido pisos a manta durante las últimos años.
Las preguntas son miles. Por ejemplo, ¿por qué el dinero público del Banco Central Europeo o de la Reserva Federal tiene que acudir en defensa de un moroso o de un prestamista poco profesional? ¿Por qué las bolsas se caen por el hecho de que un banco congele tres de sus fondos o porque una decena de pequeñas entidades de crédito quiebren en Estados Unidos, cuyo sistema bancario goza de buena salud?
Pues toda esta locura ocurre porque llevamos medio siglo adorando a los mercados financieros, a las bolsas, un becerro de oro ferozmente especulativo que se ha ido deformando con el paso de los años en un casino donde ganan siempre los mismos: la banca y los amigos de la banca.
Por tanto, convendrá explicar cinco puntos:
1. Los mercados financieros se han convertido en un casino especulativo. Por tanto, no merecen el apoyo público. Eso sí, hay que retirar de ellos el ahorro “serio”: el particular y el de Previsión Social.
Las bolsas nacieron para que un grupo de ahorradores apoyaran a la industria, es decir, nacieron para financiar el mercado primario: hoy en día, en Wall Street, el 99% del dinero que se mueve es mercado secundario, en su inmensa mayoría especulativo.
Y ese mercado no puede ser el soporte de jubilaciones futuras o de los ahorros de particulares, al menos no de esta forma.
2. Los bancos sí pueden quebrar. La curiosa y monetarista idea de que los bancos no pueden quebrar no es sostenible por más tiempo. Trabajan con dinero ajeno, sí, pero no puede ser que el prestamista tenga un colchón para sus errores o para sus horrores (robos) y que el prestatario se comprometa más allá de lo que aconseja su volumen de ingresos que es, exactamente, lo que está ocurriendo ahora. No puede ser, en suma, que los bancos chantajeen a la Comunidad. Si un panadero puede quebrar, un banco también.
3. La relación entre ahorrador y gestor debe cambiar radicalmente, y eso sólo se puede hacer por ley. Por decir algo, ¿qué pintaban los gestores de los fondos BNP (me encantaría saber con qué tipo de clientes trabajaba) invirtiendo en productos especulativos de altísimo riesgo? En este sentido, los llamados fondos éticos no lo son tan sólo porque sólo inviertan en actividades morales sino porque han abierto la vía de una mayor información al partícipe sobre el destino de sus inversiones.
4. Terminemos con la titulización y paquetización. En la pléyade de sus diversas formas, la titulación no es más que una vuelta de tuerca especulativa. Estamos ante una crisis de crédito de origen hipotecario. Pues bien la garantía real siempre ha sido la garantía más segura. Ahora bien, si se titulizan las hipotecas, por la codicia de ganar dinero hoy, se está creando una burbuja especulativa que, de estallar, nos arrastrará a todos, a los especulativos y a los no especulativos.
5. El precio del dinero no es la solución ante una crisis bursátil o bancaria. La sociedad ha absorbido, en todos sus niveles, los tópicos monetaristas de los mercados financieros, que el viernes 10, tras la agitada jornada del jueves 9, brillaron en todo su esplendor. Así, en la mañana del viernes, las emisoras de radio repetían como loros los tópicos lanzados por el Sistema. Es decir, en el caso Europeo los tópicos lanzados por el BCE y los supervisores nacionales: resulta que como la economía va bien, y el empleo se afianza, se va a disparar la inflación… y eso será malo para los ciudadanos.
Supuesto, y no admitido, que la actual crisis crediticia tenga algo que ver con el fuerte crecimiento económico experimentado en Occidente durante los últimos años, ¿quién ha dicho que a mayor trabajo más inflación? ¿Es que la oferta no puede crecer al mismo ritmo que la demanda?
Y no, al ciudadano no le preocupan los precios, o al menos no es lo que más le ocupa: lo que le aterra es no tener empleo, o cobrar un salario miserable. Es al que le sobra, al rico, ahorrador o inversor, a quien la inflación se lo pone más difícil.
En cualquier caso, que el BCE no nos cuente la historia de que eleva el precio del dinero para proteger a los pobres de la inflación: ¡Menos coñas! Con tipos altos quien gana es, preferentemente, la banca y la bolsa, es decir, los agentes económicos más especulativos: sobre todo la segunda.
Un apéndice: los bancos advierten de que esta crisis puede significar el fin, o al menos el parón, del fenómeno del capital riesgo, esos señores que compran empresas apalancándose al límite para después venderlas por trozos, pagar los créditos y llevarse las ganancias. En definitiva, nos están diciendo que esta crisis puede terminar con unos especuladores dedicados a destrozar empresas. Pues los hay que no vamos a llorar por ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario