MADRID.- El padrón de 2018, publicado a principios de este año, dibuja dos
Españas. Una, pujante, ha visto crecer su población en la mayoría de sus
ciudades y pueblos grandes en la última década. Pero, en otra, en
decadencia, ha ocurrido lo contrario. La España que no está bañada por
el mar, salvo Madrid, se ha dejado por el camino un cuarto de millón de
habitantes desde enero de 2008 hasta enero de 2018, según publica hoy El País.
La melancolía por la decadencia de su localidad ya no es
patrimonio exclusivo de los últimos vecinos de pueblos pequeños. La
despoblación ya ha llegado a las capitales de comarca, incluso a muchas
de provincia del interior de España.
Agotados ya los caladeros de habitantes que les llegaban de
los pueblos y que ya no dan más de sí, las capitales del interior no
aguantan el zarpazo de las macrociudades.
La caída demográfica de las poblaciones importantes se hace notar en especial en provincias como las de Asturias, Jaén o Albacete. Allí, de 2008 a 2018, han perdido habitantes nueve de sus diez mayores municipios. En cuatro provincias de Castilla y León (Ávila, Burgos, Soria y Zamora) y en Teruel, ocho de las diez mayores localidades han menguado también en esa década.
Frente a esa realidad,
Madrid,
Barcelona y, aunque
de manera desigual, la costa mediterránea
se revelan como grandes polos de atracción que extienden su alcance
cada vez más lejos de sus zonas de influencia tradicionales. Los 10
mayores municipios de Barcelona y de
Almería han crecido desde 2008. Lo mismo ocurre en los nueve mayores de las provincias costeras de
Gipuzkoa,
Huelva,
Málaga o
Las Palmas, y solo en una de interior,
Guadalajara, que se beneficia de su cercanía con Madrid.
La comisionada por el Gobierno para esa estrategia, Isaura Leal,
aprecia una oleada "muy intensa" de movimiento de población, como ya
sucedió en los años sesenta con el éxodo rural por trabajo de los
pueblos a Madrid. "La mayoría de las personas que se mueven buscan unas
mejores condiciones de vida, igualdad de oportunidades y empleo",
describe la experta.
"Siempre se piensa en el declive rural, pero si se pone la vista en
muchas de esas ciudades intermedias, se ve cómo decae su población de
forma similar a las zonas rurales", apunta Diego Ramiro, jefe del
Departamento de Población del Instituto de Economía, Geografía y
Demografía del CSIC.
"Lo primero que detectamos los demógrafos fue la
despoblación rural, pero las siguientes en caer son las ciudades
intermedias, antiguos centros comarcales. Luego, les llega el turno a
las ciudades medianas", avanza el experto.
¿Qué tienen en común estas ciudades mermadas, más allá de ver cómo se
resiente su autoestima colectiva? Aunque ni la intensidad con que
decrecen ni el porqué son los mismos en cada caso, suelen compartir una
receta que incluye tres ingredientes demográficos. Primero: una baja
fecundidad, porque los jóvenes que se marchan se llevan fuera a los
hijos que ya han tenido (y cada vez son menos) y porque ya será también
fuera donde nazcan los que tengan.
Segundo: un aumento de la mortalidad,
porque quienes se quedan son los más viejos. Tercero: la salida de
inmigrantes que vivían en estas localidades, de media más fecundos y
que, sin ataduras con ningún terruño, son más propensos a cambiar de
residencia que sus vecinos españoles.
Las cabeceras de comarca y las capitales de provincia fueron unas
aliadas involuntarias contra la despoblación rural. Retenían población:
el desgarrón demográfico quedaba aplacado por las coronas metropolitanas
que nacieron alrededor de las ciudades al albur de la burbuja de la
construcción.
Pero
eso ya no está ocurriendo en provincias como las de Burgos, Palencia, León, Jaén, Zamora o Salamanca,
en las que la población de la capital, su área y su provincia van a la
baja: "La capital salmantina empezó a perder población porque la gente
se compraba casa, más barata, en los alrededores. Esa corona creció
durante unos años, pero ahora la gente se va, y ya es fuera de la
provincia", describe el profesor de la Universidad de Salamanca José
Ignacio Plaza, experto en análisis geográfico.
En otros muchos casos, la
pérdida de población de capitales como Cádiz, Vigo o Granada
sigue coexistiendo con la subida de habitantes de sus áreas
metropolitanas. Son sobre todo las áreas metropolitanas de las ciudades
grandes, como la de Madrid o Barcelona, las que han impulsado a varios
de sus municipios a crecer por encima del 50% en apenas 10 años.
Con la marcha de habitantes se esfuma también un aura: la capacidad
de transmitir que una ciudad es un buen lugar para vivir y prosperar.
Implica también perder inversiones, infraestructuras y representación
política (por ejemplo, el número de concejales de los Ayuntamientos).
Los barrios se vacían y envejecen. Cierran comercios y hay más casas
vacías. "Se provoca una atonía social y de la dinámica urbana, aunque
todo depende de cada caso, que contribuye a crear un paisaje deprimente,
regresivo", ilustra Plaza. Incluso se altera artificialmente la
percepción de prosperidad de un sitio: "Cuando nos dicen que esas
pequeñas ciudades tienen un índice de desarrollo igual o superior a hace
años no nos damos cuenta de que eso es solo porque ahora los que quedan
son menos a repartir".
Las carreteras y la obligación de desplazarse lejos han hecho parte
del resto: "Cada vez más las personas en edad productiva están
dispuestas a hacer kilómetros y kilómetros para ir a trabajar, y eso
está afectando a las pequeñas ciudades que están cerca de otras medianas
y grandes", apunta el catedrático emérito de la Universidad de Léon
Lorenzo López Trigal. Muchas localidades del interior vivieron un pico
de población entre la década de los cuarenta a la de los sesenta, luego
se estancaron y después empezaron a perder población. López Trigal ha
estudiado el caso de Astorga (León), que ha perdido ya a uno de cada
diez empadronados de los que tenía cuando llegó el nuevo siglo, sin
competencia posible con la cercana León o la más alejada Ponferrada, que
ahora también ven cómo sus áreas urbanas pierden población.
"A Astorga ya no está llegando gente de la antigua área de
influencia. Se van a León, a Madrid o al extranjero", detalla López
Trigal, que guarda una reflexión para el caso de localidades más
pequeñas, como Puebla de Sanabria (Zamora), toda una cabecera de comarca
con sus poco más de 1.400 habitantes, pero que no han dejado de bajar
en los últimos años.
"Cuando no solo disminuye la población de la
comarca, sino también la cabecera, estamos en el ciclo final de la
pérdida demográfica. Si se pierde un centro de atracción y de
funcionalidad, de comercios y servicios, se viene abajo todo el
territorio", apunta. En estas pequeñas urbes van de la mano la mengua de
población y de las funciones típicas de una ciudad: el comercio, los
servicios o la vida cultural.
López Trigal calcula que un tercio de la población entre 25 y 40 años
de la España interior ha emigrado fuera de esa amplia zona de la
geografía, sobre todo a las grandes ciudades ("Madrid y en mucha menor
medida Barcelona") o al extranjero.
"Las ciudades han perdido la capacidad de atracción que tenían, que
nunca fue mucha, pero al menos capturaron mano de obra para la
construcción y para atender los servicios públicos, como la sanidad o
las universidades", describe para el caso de Extremadura Antonio Pérez
Díaz, profesor de análisis geográfico regional de la universidad
extremeña. Salvo la capital, Mérida, y la ciudad más poblada, Badajoz,
los otros 11 municipios que superan los 10.000 habitantes van en clara
recesión. En nueve de esas ciudades extremeñas se va fuera más gente de
la que llega. Las perspectivas tampoco dejan albergar esperanza para los
próximos años.
El
Instituto de Estadística de Extremadura prevé que
Cáceres o la comarca de Tierra de Barros perderán población y que la que quede, será más vieja. El instituto
es una de las raras entidades demográficas que se atreve a hacer
prospectiva de un territorio inferior a la provincia, porque la
población está sujeta a cambios coyunturales que alteren las cuentas a
muchos años vista.
La crisis política catalana no es la única que cuestiona la estructura
del Estado. La decimonónica división en provincias y la creación de las
autonomías a partir de los últimos años setenta y primeros ochenta dejó
desatendida, coinciden varios expertos, la escala intermedia, la de los
territorios interiores. "Se debería haber articulado el territorio de
manera funcional, para atender a las necesidades de la población que se
distribuía en esas zonas, y no se ha hecho", apunta José Ignacio
Plaza.
"Esos centros comarcales deberían haber atendido los servicios
básicos: la educación, la sanidad, los servicios sociales, para que no
todo estuviera concentrado en la capital provincial o en la autonómica".
Joaquín Recaño, demógrafo del
Centro de Estudios Demográficos
en Barcelona, urge a abordar una cuestión peliaguda: hay demasiados
municipios: "Hay muchos que son inviables desde el punto de vista
demográfico, pero, a la vez, hay que pensar en la gente que vive en esos
lugares y en los servicios que hay que prestarles".
7,5 millones de habitantes viven en seis grandes municipios, mientras
que 1.355 de los más pequeños apenas suman 75.000 personas en su
conjunto. Dicho de otro modo: en el 16% de los municipios, aquellos que
no llegan a 100 habitantes, vive solo el 0,2% de la población de España.
Julián Mora, doctor en sociología y ordenación del territorio, describe
el país como "un gran desierto demográfico entre montañas y llanuras de
cereal o adehesadas, y salpicado de oasis de relativa pujanza, las
ciudades, desde los 249 pequeños (las ciudades entre 20.000 y 100.000
habitantes) a las 16 grandes ciudades (por encima de 250.000) de las que
solo seis superan el medio millón".
Fecundidad aún más baja
Una diagonal imaginaria cruza el mapa de España desde los Pirineos a
Huelva surcando Madrid. La dibuja el profesor Joaquín Recaño. De la
línea hacia el norte y el oeste, la fecundidad es "bajísima". "En
algunos lugares está ya por debajo del hijo por mujer, como en Galicia,
Asturias y Castilla-León. La tasa mínima para asegurar el reemplazo de
una generación por la siguiente es de 2,1 hijos por mujer; la media
española ronda el 1,3.
Al otro lado de la línea, hacia el este y el sur, la situación es
distinta. La fecundidad sigue siendo baja, pero no tanto, alentada en
determinados puntos por la buena situación económica.
"En algunos
momentos previos a la crisis la fecundidad era más elevada en Cataluña
que en Andalucía", describe el experto, que pone como ejemplo de sitio
fecundo a
Sant Cugat del Vallès (Barcelona), un municipio de 90.000 habitantes que ha crecido un espectacular 72% desde el año 2000, y que goza de
uno de los niveles de renta más altos de España. "Es un lugar adonde se quieren ir a vivir las familias que quieren tener hijos", remata Joaquín Recaño.
La crisis de 2008 golpeó de pleno en la fecundidad, pero a aquella debacle económica se ha añadido otra, demográfica: no solo
nacen menos niños,
sino que cada vez hay menos mujeres en edad de tenerlos. "En los
últimos 10 años hemos visto cómo ha retrocedido el número de mujeres en
edad fértil. Las nacidas desde principios de los sesenta a mediados de
los setenta [un grupo de población numeroso de la generación del
baby boom]
ya está fuera de sus edades fértiles en la mayoría de los casos",
describe Recaño.
A pesar de la recuperación económica y un ligero
repunte de la fecundidad,
los bajos salarios actuales hacen retrasar la decisión de formar pareja y tener hijos.
Además, hasta la llegada de la crisis las pequeñas ciudades se habían
beneficiado de la inmigración en el saldo demográfico, pero se redujo
mucho cuando acabaron las oportunidades.
"Vemos, además, que en muchos
sitios se están perdiendo más españoles que extranjeros, por la mera
razón de que los españoles que quedan son más viejos, y mueren", ilustra
Recaño. Los españoles no solo son de media más mayores, sino que
cambian de residencia menos que los extranjeros. España e Italia están
en los niveles más bajos de movilidad de todo el continente,
aunque la laboral aumentó el año pasado.
"Los inmigrantes han arreglado los
parches
de movilidad: son los que se desplazan para ocupar los nichos que
quedan desiertos en la agricultura, en la hostelería y el cuidado de
ancianos", describe el investigador, experto en este ámbito específico
de la demografía. A los inmigrantes se les debe
uno de cada cuatro cambios de residencia que hubo en España entre 2001 y 2005.
"La hipermovilidad de la población extranjera es la que ha mantenido
los flujos entre comunidades autónomas, no ya los antiguos
interregionales [por ejemplo, de regiones del sur al norte y noreste],
que están de capa caída". Fuera de esa dinámica, el único flujo
"interesante" de emigración interior dentro de España, según Recaño, es
la de
los jóvenes universitarios del interior hacia las ciudades.
España prepara una Estrategia Nacional frente al Reto Demográfico que se
presentará, de cumplirse lo anunciado, la próxima primavera. La
comisionada, Isaura Leal, cree que hay que consolidar las fortalezas de
estas ciudades medianas, pierdan o no población.
"Hay que dotarlas de
oportunidades, que lo son para todo el territorio de su zona de
incidencia; también de buena prestación de servicios básicos y de
igualdad de oportunidades, para que los derechos de los ciudadanos sean
efectivos, no solo nominales, para todos, sin importar en qué lugar
vivan".
En ese objetivo, apunta, será necesaria la participación de
todas las administraciones, la UE, y también del sector privado. Fijar
población es importante también para evitar, considera la responsable,
la concentración excesiva de población en unos cuantos puntos. "Las
grandes megalópolis generan una enorme brecha de desigualdad y de
tensión social y económica".
La comarcalización estricta no es, apuntan expertos consultados, una panacea. "No se trata tanto de recuperar la viejas
comarcas,
sino modelos más adaptados a la realidad actual del territorio y cómo
está organizado", aventura José Ignacio Plaza. Comunidades como Aragón y
Cataluña cuentan con un modelo de comarcalización, y en Galicia está
pendiente de que se ponga en marcha.
"No hay que crear un nivel añadido
de Administración, con más gastos, sino de establecer unidades
subprovinciales. En muchas provincias se produce una concentración
excesiva de actividad en la capital provincial".
Escocia, ejemplo positivo
Muchos en la España despoblada miran con envidia el raro caso de las
Tierras Altas de Escocia. Inversiones sostenidas durante décadas en
alojamiento, beneficios fiscales, políticas de repoblación, buena conectividad a Internet
y una apuesta por el turismo son algunas de las medidas aplicadas para
que la remota región recupere población para alegría de propios y
aliento para extraños, como los políticos y empresarios de las
comunidades que pierden gente.
Los de Teruel o Cuenca enviaron una
delegación a Escocia para conocer sus buenas prácticas. El crecimiento
demográfico en la zona
ha doblado el de Escocia de 1996 a 2016.
Una de las ciudades más castigadas por la bajada de población en el
pasado, la norteña Inverness, ha pasado de unos 47.000 habitantes en
2000 a rozar los 64.000 en 2016.
En España no hay motivo para pensar en ese alivio a medio plazo.
"La
tendencia general de la estructura demográfica es en negativo. Lo único
que podría ayudar sería la inmigración, pero a escala planetaria, ya lo
estamos viendo, no son buenos tiempos para la movilidad", precisa
Joaquín Recaño. Desde el CSIC, el director del Departamento de Estudios
de la Población, Diego Ramiro Fariñas, adelanta un panorama hoy
inaudito: "Las ciudades competirán entre sí para ver cómo atraer más
gente".
El difuso límite entre pequeña ciudad y pueblo grande
“Las ciudades pequeñas no están siendo muy estudiadas”. No hay una
definición en España y eso dificulta el análisis, apunta Dolores Sánchez
Aguilera, presidenta del grupo de Geografía de la Población de la
Asociación de Geógrafos Españoles.
“Considerar ciudad o no ciudad
depende mucho de la zona: no es lo mismo una ciudad pequeña en el interior de Cataluña o en la provincia de Burgos,
donde una ciudad podría considerarse como tal con un número de
habitantes muy pequeños, que un municipio con más habitantes en un
entorno metropolitano. Falta una definición única porque lo que da
sentido a una ciudad son las funciones, los servicios, el comercio…”.
Sánchez Aguilera pone el ejemplo de poblaciones grandes en el entorno
metropolitano. “Puedes tener un municipio con bastantes habitantes pero
con mera función residencial (dormitorio), mientras que en la provincia
de Teruel o en Castilla y León municipios con muy poca población, tienen funciones urbanas, por ser cabeceras de su entorno. No se debe equiparar”.