A la fuerza ahorcan. En España, por fin miramos a nuestro hermano
pequeño, Portugal. Y en Argentina hacen otro tanto de lo mismo con su
hermano menor, Uruguay. En España, no sin cierto interés tramposo. ¿O
alguien se imagina a
Pedro Sánchez
haciendo valer el ejemplo portugués si el Partido Comunista y el Bloco
de Esquerda estuvieran en el gobierno portugués? En Argentina,
organizando un Frente Amplio aunque sin nombrarlo —no un frente de
izquierdas ni un frente peronista: un frente amplio—. El mundo está
cambiando. El bipartidismo ya no funciona en España y en Argentina no les ha tocado otra que reinventarse o morir.
Es
indudable que el surgimiento de Podemos ha cambiado la política
española. Que se lo agradezcan es otra cosa. Igualmente, las recientes
elecciones en Argentina han supuesto un vuelco en el país. Un comentario
repetido era que no había ganado tanto las elecciones el tándem
"Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner" como que
Macri había perdido por su empobrecedora gestión —cuatro millones más de pobres en el país—.
Sin embargo, esto no ha sido del todo cierto. El logro del peronismo
ha sido construir precisamente ese Frente amplio buscando lo compartido y
asumiendo que ya no vivimos tiempos donde ningún partido pueda
representar en solitario a ninguna idea ni a ningún colectivo. Ni
siquiera existe ya un solo peronismo (una parte del peronismo estaba con
la derecha neoliberal de Macri). Igual que en España una parte del PSOE está, con el corazón, los votos o las ideas, con el PP.
¿Recordamos
a Felipe González y a Alfonso Guerra pidiendo un gobierno de gran
coalición de socialistas y populares? ¿Recordamos que el PSOE —ese que
reclama a la izquierda confianza— montó una gestora después de cortarle
la cabeza a Sánchez para darle el gobierno a Rajoy? ¿Recordamos que al
tiempo que Sánchez dice que Unidas Podemos es su socio preferente le
pide al PP y a Ciudadanos la abstención?
Menos personalismo y más partidos
La
diferencia entre las películas de autor y las series es que en las
primeras el final lo dicta lo que nos quiere contar el director, y en
las series, de manera creciente, lo que quieren las audiencias. Igual que se repiten las temporadas alargando la trama con mayor o menor ingenio,
se intuye en el horizonte un PSOE de primera temporada, otro con un
giro inesperado en la segunda temporada… un horizonte incierto del PSOE,
octava temporada, secuela, precuela y series paralelas sugeridas por
personajes secundarios.
Es lo que pasa cuando la política la hacen
actores bien parecidos y eficaces guionistas de anuncios en vez de
aburridos ideólogos o gentes con un proyecto de país. Todo el mundo
conoce a
Iván Redondo, pero nadie sabe quién es el ideólogo del PSOE.
El 'ritornello', tantas veces repetido en boca con puro de Churchill, de
que la democracia es el peor de los sistemas políticos a excepción de
todos los demás, puede recrearse de manera parecida con los partidos
políticos. No con fines conservadores y justificadores, como en el caso
del insensible primer ministro inglés, sino todo lo contrario.
En tanto
en cuanto no tengamos recambios que los superen, convendría ver cómo
mejoramos el funcionamiento de la democracia y de los partidos, no vaya a
ocurrir como con ese profesor amigo que no daba propina en los bares
porque decía que estaba a favor de salarios dignos en la hostelería,
cuando en verdad era un agarrado al que le dolía en el alma meterse la
mano en el bolsillo y la espera de la solución óptima le iba ahorrando
unos eurillos.
Nadie sabe mejor que un militante la cantidad de basura que hay
debajo de las alfombras de los partidos, pero la sustitución de los
partidos y las ideologías por listas personalistas guiadas por el
oportunismo solo sirve para llenar los países de chalecos amarillos,
para poner alfombras rojas a los populistas de derechas que terminan
llevando a los palacios de gobierno a 'insiders' que parecen 'outsiders'
y a verdugos aupados por sus víctimas.
Esa personalización de la política afecta a día de hoy a todos los partidos nacionales españoles
e incluso a una formación política centenaria como el PSOE, que bebe
hoy más de los consejos de un 'spin doctor' y del oportunismo
cortoplacista henchido de marketing de Pedro Sánchez que de los
presupuestos socialistas que se presuponen en ese adjetivo.
Cuando un
actor político puede hacer una cosa y la contraria, algo huele a podrido
al sur de Dinamarca. En verdad algo huele a podrido en toda la Unión
Europea, llena de insolidaridad, auge de la extrema derecha, ahogados en
el Mediterráneo y mediocridad política. Tiene que ver con que la
socialdemocracia dejó de ser socialdemócrata y se convirtió en una
empresa de servicios políticos.
Gobierno a la portuguesa
En
España la política se ha convertido en una derivada del relato. Si lo
puedes explicar de manera que te beneficie, da lo mismo lo que hagas.
Una cosa que sabemos los politólogos es que no puedes trasplantar tal
cual casi nada de un país a otro. El modelo del Bundesbank les conviene a
los alemanes, pero convertido en Banco Central Europeo nos perjudica al
resto.
Saben los médicos que hacen trasplantes que los rechazos son la
principal causa de muerte. Por eso ha sido siempre tan idiota pensar que
se puede trasladar un modelo desde América Latina a Europa o viceversa.
Hablamos
ahora en España del gobierno a la portuguesa porque el PSOE quiere los
votos de Unidas Podemos a cambio de no compartir el gobierno. Durante
todos estos años no se le ha prestado mayor atención y tampoco se le
haría si el Bloco y el PCP estuvieran gobernando con los socialistas.
Repito: cuando no hay ideología, prima el oportunismo incluido en las metáforas.
La comparación interesada que busca Sánchez con Portugal falla por
varias razones que suelen quedar fuera del debate. Viene bien para esos
fines la mucha ignorancia que se tiene en España del vecino.
El PSP y el PSOE son bien diferentes, aunque nacen y renacen de
manera similar en el contexto de la instrumentalización por parte de la
Internacional Socialista de las transiciones a la democracia en el sur
de Europa. El PSOE renace en Suresnes en 1974 traicionando al PSOE
histórico con el aval de Willy Brandt. Esa misma socialdemocracia alemana que aúpa a Felipe González y a Alfonso Guerra eligió a Mario Soares
para frenar el avance de la izquierda comunista tras la Revolución de
los claveles.
Con la diferencia de que Mario Soares fue un opositor a la
dictadura de Salazar, había sido arrestado más de una decena de veces,
defendió como abogado a eminentes presos políticos, fue deportado y
exiliado y regresaría a Portugal en 1974 del brazo de Alvaro Cunhal. Cualquier parecido con Felipe González, pura coincidencia.
No
en vano, Mario Soares se iría convirtiendo con la edad en un hombre de
izquierdas convencido y comprometido con las peleas en otros lugares,
mientras que Felipe González ha terminado de mayordomo de Carlos Slim,
el hombre más rico de América Latina, para quien opera usando su
condición de expresidente de España.
Así que el líder moral del Partido
Socialista Portugués era un hombre de principios, mientras que el del
PSOE es una persona que se sienta en la mesa de los millonarios y
desprecia a la izquierda que no quiera cazar ratones a cualquier precio.
Añadamos además que no es lo mismo un partido inventado con el dinero de Flick y de los alemanes, que un partido nacido de la lucha contra la dictadura y de una revolución popular y militar que llevó a Portugal la democracia.
La
Revolución de los claveles reinventó todo el sistema político
portugués. Por el contrario, nuestra Transición consagró a los actores
del franquismo como actores de la democracia, con la figura del Rey como
garante de la continuidad política y económica de la dictadura.
Portugal es una república y en España Franco sigue en el Valle de los
Caídos. El PSOE ha sido el principal soporte de los Borbones en España,
mientras que los valores republicanos del sistema de partidos portugués
les aproxima más a los principios democráticos europeos.
Nosotros
hemos tenido antes que ellos una fuerza de extrema derecha parlamentaria
(Vox) y ellos tuvieron antes una izquierda que repensó la izquierda más
allá de los dogmas soviéticos y del abrazo neoliberal de la
socialdemocracia (el Bloco de Esquerda). Antes del 15-M, Portugal tuvo
el movimiento Geraçao á rasca (generación precaria) que sirvió de
inspiración en España.
Igualmente, Portugal es un país más cohesionado territorialmente que España
(les ayuda la presión de compartir su frontera con un país "grande") y,
por tanto, las discusiones gubernamentales no incorporan la línea de
tensión territorial que complejiza cualquier discusión en nuestro país y
ha hecho del centralismo un rasgo que antes primaba en la derecha y hoy
afecta también a la izquierda.
Por último, hay que señalar las consecuencias del vertiginoso desarrollo
del PSOE desde la retirada de Alfredo Rubalcaba y la convocatoria del
Congreso donde ganaría Pedro Sánchez contra el candidato de la
izquierda, Eduardo Madina. Pedro Sánchez, que inicialmente era el
candidato de la derecha del PSOE —Felipe González, Rubalcaba, Susana
Díaz— usaría un discurso de izquierdas cuando sus antiguos padrinos y
madrinas le abandonaron.
Comenzó una temporada de Sánchez imitando la
voz de Podemos, que le llevaría a ganar las primarias de su partido y
las elecciones generales hablando de acuerdos con Podemos,
plurinacionalidad, defensa de los inmigrantes, publicación de la lista de la amnistía fiscal, aumento de las pensiones, derogación de la reforma laboral del PP
o salida de Franco del Valle de los Caídos.
No cumplió luego nada de
todas esas promesas. El neoliberalismo europeo acercó al PP y al PSOE y
generó el nacimiento de Podemos, mientras que en Portugal acercó al PSP,
a los comunistas y al Bloco.
Al tiempo que en Portugal las medidas de austeridad de la Unión
Europea eran vistas como la humillación hacia un país pequeño —lo ha
recordado recientemente Francisco Louça—, el PSOE, que cambió nuestra
Constitución por una orden de la Troika, piensa que forma parte de los
que toman las decisiones en Europa y habla el mismo lenguaje que los
conservadores.
El PSOE no puso problemas a la elección de comisarios
europeos del PP manchados por la corrupción y los dos partidos han
apoyado a Van der Layen para la Comisión Europea.
La relación con
Europa tiene miradas diferentes en los dos países, aunque toda la
socialdemocracia ha sucumbido a las recetas neoliberales de Bruselas y
es por culpa de Europa que han surgido los principales problemas en el
gobierno de la 'gerigonça'.
Sin embargo, en Portugal, el corazón de la
crítica a las políticas neoliberales acercaba al PSP a su izquierda,
mientras que en España, esas políticas aproximaban al PSOE a una gran coalición con el PP antes que a un acuerdo con Unidas Podemos. Salvo en el discurso.
Conclusiones que reclaman seriedad
Claro
que el gobierno en Portugal ha tenido avances. Ha exigido un ejercicio
de radical responsabilidad de los tres partidos concernidos. El acuerdo
de gobierno entre el PSP, el PCP y el Bloco se tomó su tiempo —empezó el
diálogo el mismo día de las elecciones y el PSP no lanzó ofertas a su
derecha como hace constantemente el PSOE—.
Gracias a ese tiempo, desperdiciado en España, pudieron dejar por escrito y con claridad qué buscaban.
El Partido Comunista nunca quiso entrar en el gobierno, de manera que
eso obligaba también al Bloco a quedarse fuera. La única salida era un
programa de gobierno. Pero, no hay que mentir, porque los partidos
pequeños no quisieron formar parte del mismo.
El PSP, a diferencia del PSOE, no ha mentido a sus socios. En España, el PSOE no ha dejado de
llamar a Unidas Podemos "socio preferente"
cuando lo honesto era hablar de "socio obligatorio" (Pérez Royo), al
tiempo que hablaba con la derecha y exigía a los morados no entrar en el
Gobierno, vetaba a Pablo Iglesias o les insultaba diciendo que no están
comprometidos con la democracia.
Unidas Podemos dio el gobierno
al PSOE tras la moción de censura que derribó a Rajoy sin pedir a cambio
espacios en el Gobierno —que hubiera sido lo lógico—. Se acordó un programa presupuestario. Que el PSOE no cumplió salvo la subida del
SMI a 900 euros
que era una condición indispensable planteada por Pablo Iglesias como
condición 'sine qua non' para sentarse a hablar.
Igualmente Podemos dio
el gobierno al PSOE en Extremadura a cambio de nada. El PSOE luego
pactaría los presupuestos con el PP. Con el PSOE, la única garantía de
que se cumplan los acuerdos es entrando en el gobierno.
Pero Unidas Podemos no puede entrar en el gobierno sin garantías de
poder desarrollar políticas que puedan identificar las razones de su
presencia en el Consejo de Ministros. Si entra en el Gobierno y no puede
desarrollar ninguna política social por falta de presupuestos o de
competencias, el abrazo del oso acabaría con Podemos.
En tres meses se
agolparía gente en los ministerios de Podemos reclamando soluciones. ¿Qué
iba a decir Podemos, que no tiene presupuesto, que no tiene
competencias, que está en el ministerio solo para tener presencia? Para ese viaje no habrían hecho falta estas alforjas.
Hay
algunos que afirman que habrían aceptado la oferta vacía de Sánchez a
Unidas Podemos —una vicepresidencia sin competencias, un ministerio
partido para que parecieran dos, y una dirección general presentada como
un nuevo ministerio sin competencias y sin presupuesto—.
Pero eso se
hace solamente cuando se quiere gestionar lo existente, no cuando se
quiere transformar. Desde otras perspectivas, sigue existiendo en una
parte de la izquierda el vértigo de gobernar, prefiriendo la pureza de
las ideas impolutas antes que la transformación concreta que implica
mancharse las manos.
Como no se puede cambiar el sistema, mejor
dejar que siga su rumbo a ver si revienta y entonces lo salvamos. Es
triste que en el siglo XXI siga funcionando esa simpleza que ya
revirtieron el siglo pasado pensadores inteligentes como Walter Benjamin
y su crítica al "cuanto peor mejor" que prestó ayuda desde la izquierda
a la llegada del nazismo.
La única razón para que Podemos hubiera
aceptado la oferta no discutida, no escrita y no desarrollada de una
vicepresidencia y tres supuestos ministerios hubiera sido de tipo
simbólico: la posibilidad de decir que se estaba en el Gobierno. ¿Y
hacer una crisis de gobierno en tres meses cuando la mentira fuera
insoportable? ¿Brindar entonces mayores argumentos a un acuerdo entre
las derechas? ¿Invitar al PSOE a la Gran coalición que una parte de ese partido desea?
Hubiera sido una frivolidad.
Y ya hay mucha gente en la política, incluidos los nuevos partidos,
dispuesta a confundir la política, justo en este momento de
desmantelamiento del Estado social en Europa, con un horno de panadería
que cocina dulces en un guion de Walt Disney con la Cenicienta
participando de operaciones especulativas.
La principal enseñanza del gobierno a la portuguesa es que se
atrevieron a innovar. En España, la innovación hoy es conformar un
gobierno de coalición que deje claro qué se comparte y qué no, cuáles
son las líneas rojas de cada partido y qué debe quedar fuera de la
acción de gobierno. Políticas sociales, apuesta por el empleo de
calidad, impuestos, transición energética, inmigración, tensiones
territoriales son asuntos urgentes pendientes en España.
No será fácil y
el PSOE deberá moderar su afición a acercarse a la derecha, y Unidas
Podemos deberá moderar su afición, propia de la izquierda, de rasgarse
la camisa ante cualquier "traición" de los socios socialistas.
El PSOE verá cómo solventa su regreso a posiciones de izquierda, y Podemos deberá ver cómo la entrada en el gobierno no significa su disolución en el PSOE.
La única receta para evitarlo está en que haga los deberes pendientes
de construir un partido-movimiento. De manera que para Podemos, tan
importante como debatir el programa de gobierno compartido con el PSOE
debiera ser activar el partido como garantía de una línea ideológica
coherente con sus principios.
Pedro Sánchez puede ser el referente
de la ausente socialdemocracia en Europa y, con ello, parte de la
renovación de la izquierda. Para ello, necesita ir del brazo de Podemos,
el partido de su tipo más fresco de Europa nacido de las nuevas
exigencias democráticas en el siglo XXI. O puede dejarse vencer por la
cobardía y ser una pieza más de la decadencia socialdemócrata que les ha
llevado a desaparecer de buena parte del continente.
La solución no pasa por la imitación imposible del modelo portugués sino por el coraje y la sinceridad
de atreverse con algo novedoso en nuestro país, un gobierno de
coalición, que devuelva el interés y el respeto por la política que
estamos volviendo a perder a pasos agigantados. Entonces veremos si la
sensación de fin de ciclo que vivimos se solventa abriéndose nuevas vías
o regresamos a la indignación de 2011 con un poso mayor de amargura.
(*) Politólogo, profesor y cofundador de Podemos