"Las elecciones, a veces, son la venganza del ciudadano. La papeleta es un puñal de papel" (David Lloyd George).
Los
expertos en sociología electoral cuentan con múltiples y muy variados
cálculos en relación al resultado de las elecciones generales que se
celebrarán este domingo. A tenor de ellos -los datos los tomo del último
pronóstico de El Español-, el PP sería el primero y podría conseguir
entre 109 y 131 escaños. El PSOE lograría ser segundo, con un total de
69 a 90 diputados. Y los dos partidos llamados "emergentes", o sea,
Ciudadanos y Podemos, alcanzarían, por su orden, entre 56-71 y 44-63. A
estos números habría que sumar una muy elevada cifra de votos sin
definir aún.
Ahora bien, no es en los datos ofrecidos por los
analistas donde quisiera detenerme y no porque de hacerlo pudiera
infringir el sigilo que impone una jornada como la de reflexión, pues la
influencia que este comentario podría tener en los lectores es más
escasa que la de un leguleyo aficionado en un tribunal, sino en algunas
de las cuestiones que me he planteado durante la campaña electoral que
se cerró el viernes por la noche. Veamos.
¿Cuál es la razón que explica el movimiento pendular que al parecer
marca la tendencia del voto? ¿Castigarán los electores al poder, esto
es, al partido que ha gobernado durante los últimos cuatro años?
¿Estamos ante un nuevo ocaso ideológico y, por contra, ante un
entendimiento distinto de la política? Y otras de menor enjundia. ¿Por
qué los políticos, aunque, a decir verdad, ha habido excepciones, se han
disfrazado en la campaña electoral de lo que no son? ¿Por qué han dicho
no todo lo que piensan sino lo que suponen que los votantes quieren
oír? ¿Por qué han prometido lo que saben que no harán?
Para las
últimas preguntas, una respuesta fácil sería, sin duda, la de hablar de
desencanto o de decepción, de voto de castigo, de desgaste del poder, de
deseos de renovación. Hay políticos que creen que basta con jugar con
la palabra y sonreír al oyente, lo cual es muy peligroso porque no hay
gente más difícil de atraer que la del desengañado, el escarmentado o el
aburrido. La política no es el arte de embaucar al personal, como
quería D'Alembert, sino de gobernar con prudencia, como predicaba
Séneca. Digan lo que algunos digan, el engaño, en política, no se
perdona. A veces se tarda en descubrir, pero el fraude siempre pasa
factura.
La racionalidad política es tan respetable como obvia en no pocos de
los ciudadanos que deciden su voto con los programas de los partidos
políticos en la mano. Sin embargo, es llamativo que nunca como en estas
elecciones hubo una participación de los líderes políticos en programas
de televisión, moviéndose bajo los focos como personajes famosos. Me
parece que éste ha sido uno de los fallos de nuestros actores políticos
al dar una imagen convencional, pero no cierta.
Las apariciones
televisivas han llevado esta situación hasta la paradoja, con el claro
propósito de orientar el voto hacia el simpático y hábil y no hacia el
responsable y sereno. Don Antonio Cánovas del Castillo dejó dicho que la
política consiste en aplicar en cada época de la historia aquella parte
del ideal que las circunstancias hacen posible. Lo malo es cuando se
buscan salidas airosas no para los ideales o propuestas sino para la
persona y su deteriorado perfil, llegando incluso, en ocasiones, al
despropósito léxico e indumentario. Existen políticos que creen que se
disfrazan de electores y actúan como tales, olvidando que muchos
electores jamás visten del modo que ellos lo hacen ni se comportan como
han fingido.
¡Líbrennos los cielos de líderes carismáticos! El carisma, entendido
como el don de seducir con la presencia o la palabra, es prima hermana
del sex-appeal, ese atractivo que Pedro Sánchez dijo tener en
su partida de ping pong en El Español el 25 de noviembre, y que, sin
duda, a la larga es insuficiente. No es bueno ni rentable que el
político se vista con envoltorio de colores tan frecuentemente falaces.
Lo
que sí es un seguro, casi a todo riesgo, o, al menos, parece serlo, es
el centro como noción política y que reside en la elección, siempre y en
cualquier alternativa, de la opción que teóricamente deja menos
votantes defraudados. En este sentido las preferencias de los votantes
siguen una curva en forma de campana donde los votos se acumulan
alrededor de los valores medios y los dispersa a medida que nos vamos
alejando hacia los extremos límites. Quizá sea esa la única esperanza de
quienes ven en el ejercicio de la política una actividad ideológica
realmente constructiva.
Tras estos pensamientos, tengo algunos presentimientos. A saber:
Presiento que no son pocos los ciudadanos que se plantean si la tesis de
la excelencia de la política puede sostenerse hoy con la misma firmeza
que Aristóteles lo hace en su Ética a Nicomaco. Nuestra
política de hoy consiste, fundamentalmente, en dominar y mandar ese
aparato de poder llamado partido, al que ni siquiera puede sugerirse
cuáles de sus candidatos tienen o carecen del favor popular, ya que el
sistema de las listas cerradas lo impide.
Presiento que el ciclo
de Mariano Rajoy puede que se esté cerrando, cosa que me parece natural.
A mí me impresionó mucho que Harold Wilson se retirara a los sesenta
años y lo hiciera con el argumento de que eran demasiados para gobernar.
En política, aunque haya quienes se obstinen en negar la evidencia,
sigue funcionando el lema de "renovarse o morir". En la vida política
española hay jóvenes en cuya cabeza coinciden la fe, la osadía y la
sensatez, a partes iguales, a quienes hay que abrirles paso y
desbrozarles el camino.
Presiento que a Pedro Sánchez no le ha favorecido presentarse en
campaña con tono agresivo, e incluso, en algún mitin, con gesto fiero.
¿Por qué ha gritado tanto? ¡Vayan ustedes a saber! A lo mejor el motivo
ha sido la preocupación por el combate de las urnas, del que antemano se
sabía perdedor. La política se compone de realidades tangibles que se
palpan con los dedos de la mano y con los pies pegados a la tierra y es
evidente que el candidato del PSOE, en algún lance, se ha ido de la
lengua con olvido de que el pez muere por la boca.
Presiento que
la política hay que hacerla con hombres de refresco y con una hoja de
servicios sin notas desfavorables, circunstancias ambas que, salvo
prueba en contrario, concurren en los nuevos líderes Albert Rivera y Pablo Iglesias,
quienes han logrado representar lo que muchos españoles sienten. No
obstante, las jóvenes promesas han de tener presente que la política no
es ni retórica ni tautología, sino pragmatismo y eficacia.
La política es una disciplina compleja para la que hay que prepararse
adecuadamente y en la que no hay sitio para la magia. Es cierto que la
naturaleza concede abundantes dones gratuitos a quien le place, pero lo
que no da ni presta son conocimientos de economía, de derecho, de
historia o de filosofía. La ciencia infusa sirve para dar gato por
liebre, pero no para resolver los verdaderos problemas de un país. Y
¡mucho ojo! Hoy en España se admiten todas las ideas, incluidas las más
avanzadas, pero como Ortega y Gasset apuntó en su artículo Un aldabonazo, publicado el 9 de septiembre de 1931, lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el radicalismo.
Presiento
que si el PP resultara el partido más votado y, según parece, sin
mayoría absoluta -de ser así, el mecanismo es bien sencillo- el Rey,
previa llamada a consulta "a los representantes designados por los
grupos políticos" (artículo 99 de la Constitución), propondrá a Mariano
Rajoy como candidato a la presidencia del Gobierno.
Presiento que aun cuando en política no es válido ni conveniente
ensayar profecías, todo apunta a que el futuro Ejecutivo gobernará con
todo un abanico de pactos, alianzas y transigencias, lo cual es
preferible, pues a la vista está que gobernar con mayoría absoluta nubla
el entendimiento y alimenta pretensiones no del todo democráticas. Con
las elecciones del domingo se abrirá un tiempo nuevo en el que, según
palabras de José Juan Toharia, "quien gobierne, tendrá que hacerlo con
cintura en vez de músculo, con ductilidad en vez de fuerza".
Presiento,
finalmente que, en realidad, mi deseo en vísperas del 20-D no es que
nuestros candidatos sean unos grandes hombres. Me conformaría con saber
que son buenas personas.
(*) Abogado y juez en excedencia