Hacia finales de los 90 se hizo muy
popular en España la figura de Superlópez, que no era un revival del
personaje de los tebeos de Bruguera creado por Jan para parodiar a
Superman, sino el apodo que la prensa le endilgó al ingeniero vasco José
Ignacio López de Arriortua, precursor de los ejecutivos de empresa que
se salen del tiesto, como ahora Antonio Catalá, de AC.
Arriortua
ingenió el concepto del ´señor trabajador´ para significar que en una
empresa de automóviles, que era su ramo, tan importante era el diseñador
del nuevo modelo de la marca como el empleado que en la factoría
apretaba mecánicamente los tornillos. Cada cual en su función, pero
todas igualmente importantes y complementarias para la buena factura del
producto. Esa era la base de su teoría, que puso en práctica instalando
su despacho a ras de las plantas de producción en vez de aislarse en la
torre de la última planta.
Un adelantado en su época (por adelantado
llamó la atención) de lo que ahora es común en los manuales de gestión
de empresa, que son a efectos industriales el equivalente de los libros
de autoayuda para reeducar en la complacencia a aquellos que sufren
inadaptación psicológica o estupefacción crónica ante la manera como
funciona el mundo.
Nada como otorgar categoría principal al
´señor trabajador´ para que éste compense sus frustraciones, incluida
la derivada de su escasa nómina, con lo que ahora se denomina ´salario
emocional´, que consiste en inculcar autoestima al empleado
convenciéndolo de que es una pieza importante para los éxitos de su
empresa, que debe celebrar como propios obviando el sacrificio de su
sueldo.
Es curioso que una fórmula de dominación tan eficaz en
el campo empresarial haya tardado tanto tiempo en instalarse en la
política, pero todo llega. El equivalente del ´señor trabajador´
formulado por Superlópez es, desde hace algún tiempo en los partidos de
izquierda, el ´señor militante´, y esto singularmente en el PSOE, un
partido que viéndose perdido en el espacio sideral, se viene mostrando
dispuesto a llevar sus naves más allá de Orión con tal de ensayar
recursos salvíficos que le templen su perplejidad.
En el PSOE se
ha pasado de la advertencia acerca de que ´el que se mueve no sale en
la foto´ al soberanismo del ´señor militante´. El señor militante, que
como militante es un señor precavido, se ha creído esto relativamente.
Es verdad que se toma muchas libertades cuando lo invitan a participar
en decisiones ajenas a su entorno, pero cuando el entorno aprieta, lo
que vemos es que se pliega a fórmulas tradicionales como la de acogerse a
la comodidad de seguir el dictado de quien tiene la propiedad del pito.
Las primarias socialistas para la elección del secretario
general en la Región ofrecieron la impresión de que el ´señor militante´
no está para aventuras por mucho que se le espolee. Una parte de ellos
optaron por el farolillo de Ferraz, lo cual no era precisamente una
declaración de independencia, sino de adaptación al nuevo medio, y otra
por la permanencia en una, digámoslo torpemente, ´cultura de lo
reconocible´. Incluso la cuota reducida de ´señores militantes´ que se
desentendió del dilema en la primera fase apostando por una tercera vía,
esperó, fracasada ésta, a que se le iluminara, en la segunda vuelta,
también desde Ferraz, sobre a qué carta quedarse. Y se quedó a la carta
de Ferraz, naturalmente.
Lo cierto es que para que en las
primarias socialistas se hubieran dado opciones verdaderamente
distintivas faltó una candidatura que se atreviera a oponerse al
liderazgo de Pedro Sánchez, lo que ha ocurrido en otras federaciones, en
algunas pocas incluso con éxito. En Murcia, no, y esto a pesar de que
en las primarias nacionales, celebradas poco antes, Pedro Sánchez ganó
en Murcia por los pelos. ¿Dónde quedó la oposición al actual líder?
En
Murcia, el adalid del ´señor militante´ es Diego Conesa, coronado en
último extremo con el éxito, pero es bien sabido que no sólo por su
papel de flautista de Hamelin, sino porque supo combinar esa estética
con el recurso a las bondades tradicionales de los aparatos locales y de
sus mentores.
Conesa es menos ingenuo de lo que da a entender, y
nunca rechazó las adhesiones ´orgánicas´. Antes de las primarias
compartí una conversación con él y con Joaquín López, uno de sus apoyos
con capacidad de liderazgo sobre varias agrupaciones y que ahora será
recompensado con una vicesecretaría y la portavocía del Grupo
Parlamentario. Pues bien, los tres que estábamos reunidos en torno a la
misma mesa hablábamos el mismo idioma, el español o castellano, pero a
veces parecía necesario recurrir al traductor simultáneo.
El lenguaje de
Conesa era en esa reunión el que ustedes le escuchan, una letanía
acerca del ´nuevo PSOE´, las nuevas formas y la nueva participación, que
no encuentra remanso ni en las sesiones confidenciales, mientras
Joaquín López, sentado a su lado, se expresaba en el tono reconocible de
todos los dirigentes que hasta ahora han sido.
Conesa hacía las cuentas
militante a militante; López, agrupación por agrupación. Ambos
participaban de un mismo proyecto, pero la sintaxis era distinta. Conesa
es como un pintor abstracto que requiere de una exégesis complicada y
necesitará quizá nuevos intérpretes que desentrañen sus códigos. Los de
López son los habituales con que el PSOE ha establecido su jerga interna
desde que ese partido se reinauguró en la Transición.
Escuchándolos a
la par parecen habitantes de dos mundos, pero entre ellos se entienden.
No se sabe cuánto ni hasta cuándo, pero de esa interlocución dependerá
en gran parte la estabilidad futura del PSOE murciano. Sería fácil
concluir que son discursos complementarios, pero resultan al oído
extremadamente distintos. Por un lado, las apelaciones al ´señor
militante´, y de otro, el recuento de los bloques tasados. Conesa no
desperdició nada.
Y por esto mismo, sus dificultades en el
congreso de este fin de semana para ofrecer de antemano una dirección
ejecutiva resuelta. De un lado están quienes lo apoyaron y no se prestan
a sacrificarse para dejar hueco a la ´integración´ de la candidatura
alternativa, por mucho que ésta tuviera resultados parejos a la
ganadora; de otro, la necesidad precisamente de ´integrar´ a la ´parte
contraria´ a fin de arrancar el mandato sin tener que estar mirando las
ruedas a cada paso.
Y esa alquimia ha de producirse en el intento de
cumplir el propósito de diseñar una dirección manejable de un máximo de
treinta personas que no obligue al uso de la mesa camilla para las
decisiones operativas. Hágase la cuenta del tiempo que ocuparía una
reunión de treinta personas en la que cada una de ellas hiciera uso de
la palabra una sola vez durante cinco minutos.
Pero hay milagros
que son posibles. Conesa podría atestiguarlo. Ayer mismo, Rafael
González Tovar obtuvo un respaldo inusitadamente mayoritario a su
gestión cuando precisamente sale de la secretaría general por su
insostenible liderazgo, que ni siquiera ha podido entregar en herencia.
Esa votación resultó tan falsa como el referéndum de Cataluña, y es
obvio que con ella los ´señores militantes´ (en este caso, los ´señores
delegados´) quisieron salvar a su partido de un nuevo bochorno, el que
habría supuesto admitir públicamente que su líder saliente ha acabado
muy perjudicado.
Pero, milagro sobre milagro fue que la alcaldesa de
Cartagena y secretaria general del partido en esa ciudad, admitiera el
encargo de defender la gestión de Tovar. Es público y notorio que Ana
Belén Castejón lideró la ´rebelión de las alcaldesas´ contra la gestión
del tovarismo y que si en las primarias nacionales se decantó por apoyar
a Susana Díaz fue, en parte, porque Tovar no estaba en disposición de
dar ese viraje. Hay imágenes que carecen de credibilidad, y la de
Castejón glosando a Tovar, por mucho que en las primarias autonómicas se
decantara por María González (esto es harina de otro costal), es de las
que no son fáciles de digerir. Ni siquiera a la hora del responso
político.
Estamos, sí, en la era del ´señor militante´. Pero tan respetuoso tratamiento no le librará de sorpresas a su pesar.
López, Lucas y Alarcón, en primer plano
de la nueva dirección socialista
No uno ni dos, sino hasta tres
vicesecretarios generales pueden acaban integrando la ejecutiva de Diego
Conesa. Cantado desde el principio, Joaquín López, también anunciado
durante el proceso de primarias como el relevo de Rafael González Tovar
en la portavocía del Grupo Parlamentario Socialista. Y Francisco Lucas,
el tercero en discordia cuando las primarias, que dispondrá de una
función añadida importante: la portavocía del partido.
La profesora de
la UMU Gloria Alarcón completaría la terna. Fue un fichaje de González
Tovar para las últimas listas autonómicas, en las que quedó a las
puertas del escaño, y en estas primarias apostó por Conesa. Su aparición
en la política orgánica llama la atención, pues su colaboración con el
PSOE siempre se ha venido produciendo como ´personalidad externa´.
La
pieza clave de la secretaría de Organización, en manos de Jordi Arce, un
joven de la máxima confianza del alcalde de Calasparra, José Vélez,
anuncia la importancia decisiva de éste en la nueva etapa del PSOE
murciano, si bien a través de cargos interpuestos, pues él no puede
formar parte de la ejecutiva regional al ser miembro de la nacional.
En
cuanto al papel de Francisco Lucas como vicesecretario y portavoz, si
se confirma el modelo que el secretario general manejaba en la tarde de
ayer, cabe suponer que será el impulso primero para lanzarlo a la
remodelación del partido en el municipio de Murcia, donde María González
obtuvo la mayoría en las primarias, así como para entrenarlo ante la
candidatura a las municipales de la capital de la Región, ya que no hay
opciones a la vista y el pedáneo de El Raal ha constituido una
revelación en el uso de la plataforma de las elecciones internas.
El Palacio de Justicia un miércoles
de mañana, soledad y silencio
Impresiona entrar al Palacio de Justicia un
miércoles a las doce de la mañana y no ver un alma en su patio de
entrada ni por sus pasillos. Hubo un tiempo en que aquellas estancias
estaban repletas y bulliciosas. Sólo vi al guardia civil de la puerta, y
subí por el ascensor hasta la cuarta planta sin encontrarme con
alguien.
Para el novato, esa planta es un laberinto, aunque la ubicación
del despacho del fiscal jefe está perfectamente indicada. Hay que
avanzar por unos pasillos más bien impersonales a cuyos flancos se
suceden oficinas con diversos rótulos que permanecen aparentemente
vacías. Todo es silencio y monotonía de mamparas como de teka y
cristales opacos.
Al final, al fondo, el despacho del fiscal, y a la
puerta, el secretario judicial. Un poco más allá, un funcionario a su
mesa. El fiscal es un señor muy amable que elimina toda solemnidad en el
trato y contribuye a la tranquilidad del visitante, incluso le ayuda a
esclarecer su declaración, seguramente torpe y nerviosa, porque hay
circunstancias sobre las que no hay costumbre, por fortuna.
Mientras uno
regresa a la luz de la calle por esos pasillos y ese ascensor piensa en
cómo latirán los corazones de aquellos que acuden allí a dar cuenta de
sus pecados, reales o supuestos, y qué sentimientos los asaltarán. Todo
tiene apariencia de cotidianidad, menos para quien es reclamado a
acudir. Cuando regresé a la Redacción tras mi paseo por ese casi
despoblado palacio supe que esa misma mañana habían estado allí también
el expresidente Pedro Antonio Sánchez y el periodista García Cruz. Qué
pena, me habría encantado saludarlos.
(*) Columnista