La nave capitana de la flota española
abre fuego portada tras portada contra el navío fantasma del Puigdemont
errante. La de hoy trae tres andanadas que apuntan a la línea de
flotación del independentismo. Helas aquí:
Andanada propagandística
El paro crece el doble en Cataluña que en toda España. Ya está aquí la
ruina, propiciada por estos sediciosos que, desde la cárcel por fin no
podrán (d.g.) embelesar a las buenas gentes catalanas, esas del seny
que de las piedras sacan panes. Bien poco gusta a estos honrados
ciudadanos verse abocados al doble de paro en su tierra que en "toda
España". Tranquilas. Es una tasa de variación que, asegura ominoso el
diario españolísimo, de consolidarse en el futuro, llevaría a Cataluña
a..., quién sabe, quizá la situación de Andalucía.
Porque, según la Encuesta de Población Activa de las CCAA,,
las últimas tasas de paro en 2016 fueron de 28,3% en Andalucía y 14,9%
en Cataluña, más o menos como en Madrid (14,6%). Y no nos pongamos
tiquismiquis y preguntemos por el tipo de empleo de las respectivas
poblaciones activas empleadas, esto es, el porcentaje de personal en la
administracion y sector público en general en proporción al total de
población activa empleada.
Así que, por mucho que esa tendencia al alza
de la coyuntura se consolide en el futuro, harán falta decenios para que
se equilibre el abismo de los 14 puntos de diferencia entre Andalucía y
Cataluña. Pero no importa, el diario independiente a quien tanto
molesta la independencia podrá seguir bombeando miedo.
Andanada judicial.
El nacionalismo español, ese que "ha reaccionado" sacando banderas a
los balcones a toque de silbato y energúmenos por las calles agrediendo a
la gente bajo sus colores, bate palmas de alegría con la velocidad de
actuación de la jueza Lamela. El País está exultante. Sigue
creyendo que el hiperactivismo político de la jueza es la voz majestuosa
de la justicia ante la cual comparecen ¡por fin! los responsables de delitos gravísimos.
Ese es el espíritu e, invadida por él, la jueza ha cursado la euroorden
para que, doquiera se encuentre el presidente Puigdemont, se le dé
preso hasta tanto sea entregado a España.
El espíritu que transpiran
estas actuaciones judiciales, de consuno con la febril actividad de la
fiscalía, adornada de cierta capacidad fabuladora y que no oculta su
finalidad de persecución ideológica, reflejan un deplorable cuadro de la
independencia del poder judicial en España. No será difícil a la
defensa de Puigdemont salvarlo de la entrega a España, según antiguos
ejemplos de otros presidentes perseguidos. Otra cosa es el asilo
político porque seguramente comportará algún tipo de restricción legal
de su actividad política. Recuérdese cómo, tras conceder las
autoridades belgas residencia a Marx en 1845, tres años después lo
devolvieron a Francia, acusado de la tremolina del 48.
Andanada bufa.
Para lo que ha quedado Felipe González. Ignoro qué entenderá el
expresidente por vodevil, aunque lo que parece de vodevil es el hecho de
invocarlo. Lo sublime es la acusación de cobardía a un hombre que está
jugándose prácticamente una cadena perpetua por una convicción y un
ideal, si bien al sevillano, lo de las convicciones e ideales le parecen
gatos. Y si yo me hubiera tirado al suelo, según se me ordenó un 23 de
febrero de 1981 y refugiado debajo del pupitre, esperaría comprensión y
empatía de mis coetáneos y yo la mostraría a mi vez en otros casos en
lugar de acusar a nadie de cobarde. Por eso digo que lo del vodevil no
encaja.
Porque
la conducta de Puigdemont podrá ser estrafalaria, idealista, delirante,
audaz, desmesurada, lo que se quiera. Pero no es cobarde. Al contrario,
con pleno acuerdo de sus colegas del govern y (supongo) la
presidencia del Parlament y los movimientos sociales, ninguno de los
cuales es o ha sido sospechoso de cobardía alguna, le ha correspondido
la función de representar la República Catalana, la máxima
responsabilidad política que llevará aparejada, si su proyecto no se
realiza, la máxima responsabilidad penal.
Fuera de guión. Las elecciones.
Puigdemont declara estar dispuesto a encabezar una candidatutara indepe
unitaria. Aquí hay cuestión previa: si los indepes irán en bloque o en
candidaturas separadas. Merece la pena considerarlo. Leo en El Plural que Junqueras rechaza ir en bloque.
Doy mi opinión con toda modestia.
La unidad es el activo mayor del
independentismo. El mayor. Un sentido de la estrategia recomendaría
aumentarla -invitando a la CUP a incorporarse- en lugar de fracturarla.
En las elecciones catalanas, el sistema de reparto es d'Hondt, que
penaliza a los pequeños. Es poco, pero es cuatro pocos, uno en cada
provincia en una situación que se prevé ajustada. Además, si la idea de
ir por libres es aquilatar el apoyo electoral de cada cual, no
despreciaría la fuerza de atracción simbólica de los dirigentes
encarcelados y del presidente en el exilio. Por último, una campaña
electoral con opciones distintas que inevitablemente chocarán porque
compiten, debilitará esa unidad y hasta puede hacer difícil la
convivencia de los presos.
Si
no he entendido mal, el gobierno ha afirmado que a las elecciones
podrán presentarse todos los partidos y que todos pueden ser candidatos
mientras no estén judicialmente inhabilitados para el ejercicio del
sufragio. La atención de Europa estará disimuladamente concentrada en
las elecciones catalanas y aunque el gobierno que las organiza es ducho
en todo tipo de trampas e ilegalidades, no parece que pueda recurrir a
ellas. Otra cosa será si la oposición no consigue impedir que se
encargue del recuento a Indra, esa empresa que aparece en los papeles de
la Gürtel.
Estas
elecciones, convocadas en contra del parecer del unionismo español más
acendrado, serán el episodio del nudo gordiano en el proceso. Desde el
momento en que escuché a Puigdemont lo de la transición de la ley a la
ley, supe que estaba repitiendo la ficción jurídica que posibilitó la
transición española: de la legalidad a la legalidad y, de paso, cambio
la legitimidad. Este es el momento en que la ficción jurídica,
convertida en un verdadero galimatías, se resolverá al gordiano modo:
zanjando la cuestión con una consulta democrática. Da igual cómo quiera
llamarla La Moncloa, si elecciones autonómicas o regionales. Es un
referéndum, una decisión dicotómica: independencia sí o no.
Es
la solución que todo el mundo pedía pero el triunvirato español negaba
hasta que ha sido preciso llevarlo hasta ella tirando del ronzal. Y,
como digo, con ella se aclarará el guirigay jurídico.
Pongo un minúsculo
ejemplo: ¿cuál es el estatus de la República Catalana? ¿Y el de su
presidente? Las destituciones que anunció el presidente eran de cargos
que ya no estaban ocupados. El presidente de la Comunidad Autónoma
catalana había dejado de existir, trasmutándose en el de la neonata (y
según muchos, nonata) República Catalana.
Con algo de guasa diríamos
que en Bruselas habitan dos Puigdemonts, según a qué legalidad de las
dos en pugna nos refiramos: el Puigdemont presidente autonómico
destituido y puesto en busca y captura o el Puigdemont presidente de la
República Catalana en el exilio.
Puede parecer extraño, pero no lo es
tanto. Si, como previsible, las elecciones dan una mayoría absoluta
indepe, algunos dirán que la República ha sido confirmada y, por lo
tanto, las decisiones adoptadas en el vecino Reino de España no son de
aplicación en Catalunya. Por ejemplo, un estiramiento del 155.
Todo está hoy en función del 21D.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED