IBIZA.- Hay una parte de la Guerra Civil que no está enterrada, sino sumergida. Todos hablan de la batalla del Ebro pero casi nadie de la batalla del Cabo de Palos, como si la memoria histórica de los españoles fuera de secano, relata hoy El Mundo.
El crucero Baleares fue un supervillano de 10.000 toneladas y 194
metros de eslora. Navegó poquísimo, pero le dio tiempo a hacer casi de
todo. Como protagonizar el episodio más sangriento de la Guerra Civil
contra el bando republicano, y convertirse poco después en un inmenso
sarcófago blindado de sublevados.
Ni aún hoy se sabe si fueron 786 o 788
los que se hundieron en aguas del este de Cartagena y el sur de
Formentera. Franco le cogió tanto cariño que a la mítica blasfemia de
"ni Dios podría hundirlo" que condenó al Titanic, al Baleares podría
decirse que ni la Ley de Memoria Histórica.
Hasta encargó una película, El crucero Baleares,
pero tan mala o, según la censura, tan poco a la altura de la
"epopeya", que por orden de la Armada se destruyeron todas las copias,
con lo que también puede añadirse que ni el cine podría hundirlo.
Al
Baleares lo tuvieron que echar al agua en diciembre de 1936 cuando
todavía estaba en las obras, por el detalle de que había estallado la
Guerra. El bando republicano conservaba toda su flota: destructores,
cruceros ligeros, submarinos, un acorazado.
Mientras los sublevados
saltaron a la contienda con dos barcos, uno el Baleares, lo que llevó a Franco a alejar la guerra del agua. De ahí que todos los enfrentamientos navales, según los historiadores, no afectaran demasiado al resultado.
Lo primero que hizo el Baleares fue una masacre, conocida como La desbandá,
bombardeando a los civiles que huían por la única salida del cerco de
la ciudad de Málaga en febrero de 1937.
La carretera, pegada al mar, se
convirtió en un paredón para sus dieciséis cañones y doce tubos
lanzatorpedos, a los que se unieron los cruceros Canarias y Almirante
Cervera; pero también aviones alemanes e italianos, provocando entre
3.000 y 5.000 víctimas civiles. Aunque fuera una matanza peor que la de Guernica,
los historiadores coinciden en señalar el interés de olvidarla, tanto
por los sublevados, por la crueldad de su acción, como por los
republicanos, que abandonaron la ciudad a su suerte.
En su siguiente y último año de vida lo más interesante que hizo el Baleares fue hundirse.
La noche del 5 al 6 de marzo de 1938, tenía que escoltar con
nocturnidad, y de nuevo acompañado del Canarias y el Almirante Cervera,
un convoy procedente de Italia.
Los barcos partieron de Mallorca con
destino al sur de la Península y, a las 0.36, se encontraron con la
flota republicana a 75 millas náuticas del Cabo de Palos.
Ambas flotas
de llevaron un susto tremendo. El destructor republicano Sánchez
Barcáiztegui disparó primero, pero como falló decidió dejarlos marchar,
con la esperanza de darles caza al amanecer.
Sin embargo, otros buques
de la República, salieron a perseguirlos, y durante un par de horas se
lanzan algunos torpedos mutuamente, pero tan mal que nadie acertaba, en una especie de combate de boxeo de ciegos.
Al
poco llegaron otros tres destructores republicanos. Cuando los tuvieron
a tres kilómetros les lanzaron doce torpedos. A las 2.20, uno de ellos,
el Lepanto, acertó, y no una vez, sino dos, y precisamente contra el
Baleares. Más que una herida mortal aquello pareció una demolición con
dinamita, ya que los dos torpedos dieron justo entre las dos torretas,
donde se encontraba el depósito de municiones del buque, provocando una
explosión tan fuerte que, se dice, se escuchó por todo Levante.
Aquello
hizo saltar por los aires la cubierta y la proa, por donde empezó a
hundirse el barco. Los supervivientes comenzaron a refugiarse en popa,
hasta que a las 5 de la madrugada el barco se hundió. Dos destructores
ingleses, HMS Boreas y HMS Kempenfelt,
acudieron a recoger a los supervivientes.
Ambos formaban parte de la
llamada patrulla de neutralidad, creada a raíz del Pacto de No
Intervención promovido por Francia y el Reino Unido, para evitar la
internacionalización de la Guerra Civil, y que no respetaron ni la
Alemania nazi ni la Italia fascista.
Los supervivientes nadaban con graves quemaduras en un mar de combustible en llamas.
Y encima aviones republicanos bombardearon el rescate, al no reconocer a
los barcos ingleses. Aun así sobrevivieron 469 hombres.
Franco convirtió aquella tragedia en su mayor símbolo propagandístico, hasta el punto de que parte de su memoria sigue en pie.
Se le puso su nombre a una calle en Fuerteventura. Se hicieron
monumentos en Badajoz, Madrid, San Sebastián, Algeciras y Ondarroa, de
donde procedían medio centenar de tripulantes. Allí levantaron dos
monumentos, uno sobre el puerto, destruido este año, y otro en el
cementerio.
Aunque su batalla más dura se sigue disputando en Mallorca,
donde Franco inauguró un monolito en el parque de sa Feixina, en el
centro de Palma. Entre las víctimas, además de cinco músicos y un
capellán, había nueve Flechas Navales mallorquines.
Un grupo incluido en
las juventudes de la Falange, y que consistía en jóvenes de entre 14 y
17, cuya formación consistía básicamente en saber usar una brújula,
hacer ocho nudos marineros, cantar el himno, correr un kilómetro en
menos de diez minutos y preparar un guiso.
Aunque el monumento
fue desprovisto de simbología franquista en 2010, y se colocó una placa
en homenaje a todas las víctimas de la guerra, una parte de las
autoridades locales trata de derribarlo, mientras otra trata de
protegerlo por su interés patrimonial, lo que hizo que el Baleares siguiera navegando en la memoria, especialmente en las pasadas elecciones.