El de Podemos es el más codiciado. Todo el mundo quiere bailar con la
nueva formación. Valses, rigodones, lo que sea, pero agarrado a la nueva
promesa. Esta, velay, se hace querer. El encuentro de Garzón e Iglesias
tiene lectura en clave de la más vieja política. Varian los atuendos,
el mobiliario, el atrezzo, pero los mensajes y los significados son de
protocolo de toda la vida. Entrevista en campo Podemos, no neutral.
Signo inequívoco de debilidad negociadora del pretendiente.
Comparecencia conjunta, pero comunicados de prensa por separado. Las
explicaciones de ambos, una verborrea perfectamente prescindible: somos
amigos, pero no amantes; coincidimos, pero discrepamos; nos vemos con
gran simpatía, pero a distancia. La prueba de nuestra gran unión de
espíritu es que no vamos a apuntarnos ni un baile en el carné.
El más claro y rotundo ha sido Iglesias. Sigue considerando a IU un proyecto acabado
y carece de sentido empezar algo cargando con un cadáver, por muy
exquisito que sea. IU puede ser la madre o la abuela de Podemos, pero no
está ya en este mundo. Su vinculación con el comunismo, que acaba
apareciendo siempre, es suficiente para mojar toda la pólvora que
Iglesias pueda acumular en la santabárbara electoral de Podemos. Y no es
una actitud errónea. Los proyectos sobreviven si quienes los impulsan
no ceden a sentimentalismos. Presentarse a las elecciones en unidad
popular pero bajo la sola marca Podemos juega con la conexión mediática
entre el título y la figura de Iglesias, que se difuminaría en un frente
de siglas. Además, en un plano de proyectos políticos personales, es
legítimo que el de Podemos quiera medirse singularmente con los adalides
de otras opciones, todos ellos hombres. Hay quien murmura sobre los
riesgos del culto a la personalidad, una crítica que ha quedado
triturada en la era de la imagen en la que los medios dan preferencia a
los rostros y su capacidad de trasmutarse en núcleos de irradiación de mensajes subliminales.
Iglesias ha añadido una carga de profundidad. Con IU ni a la vuelta de la esquina. A Alberto Garzón se le abren los brazos in tuitu personae,
como dicen los juristas. La faramalla de IU quédese fuera y entre
Garzón, con quien hay una relación personal e intransferible. En
definitiva, súmese la persona Garzón al proyecto Podemos y tendrá el
carné abierto.
La
oferta pone a Garzón ante una dura alternativa personal. Se mantiene en
IU y sigue acumulando quejumbrosas razones a favor de la confluencia de
siglas, pretensión que comparten los que ocupan el sidecar de
IU, o bien rompe con IU y se integra en el proyecto de asaltar los
cielos que, en la actualidad, ya incluye asimismo un atareado
departamento de consensos a la más clásica usanza con el carné de baile
casi a rebosar.
Garzón
lo tiene fácil. Le basta con invocar esa conclusión tan frecuente en la
vida cuando alguien se apresta a cambiar de bando de es más lo que nos une que lo que nos separa.
Pero quizá no sea hombre dado a las soluciones fáciles. En todo caso,
podrá comprender que los problemas de Podemos a la hora de conformar una
opción verosímil de gobierno en España son de otra índole.
En primer
lugar tiene que resolver la tensión interna entre su sector leninista y
el asambleario, no a base de yugularlo sino de impedir que genere
conflicto interno y faltas de coherencia en lo externo. En segundo
lugar, tiene que aclarar su posición respecto al soberanismo catalán que
amenaza con provocar otra fractura interna en la organización, sobre
todo ahora que está fraguándose una unión sagrada del
nacionalismo español, como ha demostrado el PSOE sacando la
rojigualda para sumarse al baluarte español de los otros dos partidos,
el PP y C's.
Como para enzarzarse en el habitual guirigay de IU.
Monólogo del indeciso
¿Qué hacer, Señor? ¿Adelantar o retrasar? Dame una señal para orientarme
entre tanta confusión. Los barones están de acuerdo en pedir el
adelanto. Pero mi corazón y mi natural pausado me aconsejan retrasar.
Están aquí ya los Presupuestos Generales del Estado (PGE). No sé a quién
se le ha ocurrido que son como el milagro de los panes y los peces y ha
anunciado que vamos a devolver las pagas que sisamos a los funcionarios
al comienzo. Ha sido preciso desmentir y hemos quedado fatal, por más
incompetentes de lo que somos. Si presentamos los PGE y no nos pillamos
los dedos, dejando las promesas para 2016, les damos más seriedad y no
nos comprometemos a nada. En verano se coloca mucha gente y las cifras
del empleo serán buenas en septiembre. Y en noviembre recogemos los
frutos. Si retrasamos a enero de 2016, los datos del paro pueden ser
malos de nuevo. Es decir, quizá sea mejor no adelantar ni retrasar sino
dejar las elecciones en noviembre.
¡Qué confuso y difícil es todo! Claro
está ya sin embargo que, se adelanten las elecciones o se atrasen o se
queden en lo previsto, el candidato seré yo. Eso no hay barón que lo
niegue. El adelanto tiene también valedores entre los empresarios
catalanes, al menos los que me hablan. Quieren neutralizar la
convocatoria secesionista de Mas. Suponen que la coincidencia hará
desmerecer la convocatoria catalana o, incluso, obligará a aplazarla a
mejores fechas. A diferencia de los andaluces, los catalanes siempre han
celebrado sus consultas al margen de las españolas. Es una de las
formas de lo que llaman el desenganche y que puede coronarse en
las elecciones de noviembre si los soberanistas no presentan candidatos a
las elecciones legislativas.
También es pensable que las elecciones
coincidan. ¿Por qué no? Son convocatorias distintas con finalidades
distintas. Cada vez más confusión y desconcierto. Entonces, ¿no es bueno
adelantar las elecciones? Por supuesto. Es óptimo si se obliga a las
dos opciones emergentes, Podemos y C's a concentrarse en la campaña
electoral sin tiempo para capitalizar sus experiencias de gobierno consorte
en donde se den. Hay una solidaridad de partidos dinásticos, sobre todo
ahora que los socialistas ya están formados como un solo hombre detrás
de la enseña nacional, la que une a todos los españoles, catalanes
incluidos. No vamos a permitir que los advenedizos nos estropeen la
fiesta.
Pero, si se atrasan los comicios, tenemos tiempo de sobra para
recuperar nuestras expectativas electorales a lomos de la recuperación
económica, mientras los emergentes lidian con las crisis de implantación
y crecimiento y el PSOE termina de liquidar sus expectativas en
Cataluña con un PSC literalmente sepultado por una banderaza española
que le ha caído encima de repente, como el pedrisco en el verano. El
peso de esta Gran Nación es considerable. Que me lo digan a mí que ahora
ya no sé si adelantar o atrasar las elecciones o dejarlas como están.
San Cristobalón me valga, qué dificil es gobernar. Y con Cospedal a mi
vera diciendo que no solo es preciso retrasar sino también cambiar la
ley electoral para no perder. Y me lo dice ella, que perdió las
elecciones a pesar de haber modificado la ley electoral de su Comunidad.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED