En el Palacio de la Zarzuela impera un clima de pesimismo sobre el futuro, muy a pesar de la confianza interna que despierta el jefe de la Casa,
Felipe VI.
Como sucede entre los desesperados, allí ya se apela a la salud, que es
lo importante. La lluvia de acontecimientos negativos, en su mayor
parte procedentes de los trapos sucios que van conociéndose del
rey emérito Juan Carlos, está erosionando
el ánimo del jefe del Estado y de sus mismos colaboradores, aunque ni el uno ni los otros jamás emitirán una queja en público.
En términos de prima de riesgo, la de Felipe VI
sería altísima en este momento. La prima de riesgo mide la confianza de
los inversores en la solidez de la economía de un país. Cuanto mayor es
el interés a pagar por un préstamo, más débil es la valoración del
prestado. En el caso del que hablamos, los inversores serían los
ciudadanos y la institución demandante de apoyo, la monarquía con su Rey
al frente.
El suspenso en la valoración de Felipe VI,
publicado el pasado viernes por
El Español, llueve sobre mojado. Según
ha sabido este periódico, en la última encuesta encargada por Zarzuela,
cuyos datos llegaron a principios de enero de 2020, el Rey se quedaba
medio punto por debajo del aprobado. La mejor valorada, nuevamente, fue la reina emérita Sofía,
siempre refugiada en la religión, sus aficiones místicas, filosóficas y
esotéricas, que tan bien le han venido para soportar sus 57 años de matrimonio.
Con todo, la sorpresa no fue que Felipe VI no llegara al aprobado
raspado. La bomba fue quién ocupaba el último lugar en la valoración de
los encuestados. Según informa Cristina Coro, por primera vez no era Letizia, sino su suegro, Juan Carlos, rey de España durante 39 años, de 1975 a 2014.
A mes y medio de que Felipe de Borbón cumpla su sexto aniversario
como Rey de España (el 19 de junio), el aprecio popular del que goza
está en franco retroceso, pese a que no resultaría arriesgado afirmar
que muchos españoles se fiarían de él si tuvieran que comprarle un coche
usado.
La endemoniada paradoja en su baja popularidad tras seis años de reinado
es que su padre, en su sexto aniversario como rey, en 1981, gozó de una
notable estima, mantenida durante años, tras haber conseguido parar,
según la versión imperante, el golpe militar del 23-F.
Lo paradójico, como decimos, es que el mismo Juan Carlos que salvó la
democracia es el que con sus furtivas andanzas y pelotazos económicos
condena ahora a la monarquía y hace tambalear el destino de su hijo, el
Rey.
Pero en el socavamiento de la Monarquía y en un
hipotético cambio de régimen hacia República hay importantes sujetos
interesados, más allá de esta especie de
coronavirus letal en que se ha convertido Juan Carlos en el final de sus días.
Temor a Moncloa
En la cara este de Zarzuela, el sol se alza cada mañana
con la incertidumbre de qué mina estará a punto de estallar.
Pero además de temerse los cadáveres a modo de millones que salen del
armario de Juan Carlos, se mira con aprensión y cierto temor al
inquilino del Palacio de la Moncloa. Un experto
conocedor de las interioridades de Zarzuela, manifiesta a este diario
que el Rey es consciente de que el presidente
Pedro Sánchez, si mueve un dedo, no será para ayudarle. Y, en el caso de su vicepresidente,
Pablo Iglesias, se da por seguro que movería no un dedo sino las dos manos para perjudicarle como Rey de España.
Por eso, cuando hace unos días Pedro Sánchez anunció en una de sus múltiples intervenciones
solemnes desde la crisis del coronavirus –nueve comparecencias en fines de semanas desde el 14 de marzo, incluida la de este sábado, con
más de 90 millones de telespectadores- que su propósito es reformar la Constitución para asegurar el papel de la sanidad pública, en círculos de la Casa Real se dio una lectura más amplia a estas palabras.
Mentar la reforma de Constitución produce sarpullidos entre quienes temen un cambio de régimen hacia la República.
Lo que siempre se han interpretado como los augurios de una Casandra
con pocas posibilidades de cumplirse, ahora, con un Gobierno formado por
el PSOE y Unidas Podemos,
socialista-comunista en términos ideológicos, sustentado en el
Parlamento con el apoyo de independentistas republicanos, ya se ve con
preocupación.
Quitar poderes al Rey
El 14 de abril pasado, el vicepresidente primero del Gobierno, Pablo Iglesias, celebró el aniversario de la II República pidiendo de nuevo el cambio de régimen, pero ahora con un matiz trascendental en términos constitucionales. Criticó que el Ejército dependa del Rey. Felipe VI ha aparecido vestido de militar en una visita a una base militar durante la crisis del coronavirus.
El andamiaje de la Constitución se basa, en gran
medida, en el papel reglado del Rey dentro de una Monarquía
parlamentaria como forma política del Estado español, como recoge el
artículo 1. Entre los poderes del Rey “Jefe del Estado, símbolo de la su
unidad y permanencia” (artículo 56), figura “el mando supremo de las Fuerzas Armadas”
(artículo 62), unas Fuerzas Armadas a las que la Constitución asigna la
misión de garantizar la soberanía e independencia de España, además de
defender su integridad territorial y ordenamiento constitucional.
Por tanto, el deseo del líder de Unidas Podemos y
vicepresidente del Gobierno de desposeer a Felipe VI del mando de las
Fuerzas Armadas tiene calado político y no es una nimiedad. Y, entre
diferentes políticos consultados, partidarios de mantener el actual
orden constitucional, es una carga de profundidad de Iglesias.
Aunque abrir en canal la Constitución es una tarea
legalmente complicada, sí que tal propósito serviría de maniobra de
distracción en la fase de depresión económica en la que ya está metida
España. A grandes males, remedios populares.
Pedro Sánchez durante sus años como presidente del
Gobierno ha demostrado, incluso exhibido, una indiferencia rayana con el
desprecio respecto a Zarzuela. Recuérdese que tras el 10 de noviembre
de 2019, fecha de celebración de las últimas elecciones, Sánchez anunció
dos días después su acuerdo de Gobierno con Unidas Podemos
justo cuando el Rey se encontraba de viaje en Cuba,
visita que Felipe VI no quería hacer para no estar ausente de España en
los días posteriores a unas elecciones inciertas. Un viaje al que fue
obligado por Moncloa.
Dentro de este clima de desafecto con el papel
institucional del monarca, Pedro Sánchez ha suprimido las visitas
semanales a la Zarzuela, que se mantuvieron inalterables durante las
presidencias de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.
“Pedro Sánchez tiene un ombligo mayor que los
palacios de la Moncloa y la Zarzuela juntos. Su ego y autoestima solo es
comparable con su frialdad”, dice a este periodista una persona que le
ayudó a dar el salto a la política nacional, presentándole personajes
políticos y periodistas importantes. El cicerone fue dejado
luego en la cuneta. No ha sido el único. “Si a Pedro Sánchez hubiera que
operarle del corazón, como le sucedió al emérito Juan Carlos el verano
pasado, se descubriría que en su pecho tiene algo tan gélido como el hielo”, añade gráficamente esta misma fuente.
El futuro de la Monarquía
Entre quienes afirman que la devaluación del Rey
forma parte de una estrategia de Moncloa –Pedro Sánchez ha ocupado
espacios del Jefe del Estado en foros y viajes internacionales durante
estos últimos años- temen que con la crisis se acentúe el
arrinconamiento de Felipe VI e, incluso, que el futuro de la monarquía
pueda ser utilizado como maniobra de distracción popular y populista.
El caldo de cultivo jamás sería tan favorable: se disparará el paro –se calcula que hasta un 19% de la población activa-, aumentará la deuda pública –seguramente hasta un 115,5%
el PIB, es decir, más de 1,1 billón de euros en préstamos-, habrá más
de un 7 millones de personas que dependerán de la protección del Estado,
no se podrán bajar las pensiones ni los sueldos de los funcionarios –al
menos, en principio-, incluso es probable que se llegue a una situación de rescate económico del país.
La tentación, pues, en determinadas instancias
gubernamentales sería amplificar cualquier trapisonda cometida por Juan
Carlos y conocida ahora, avivar el debate acerca de la impunidad
constitucional del rey, para sentarlo en el banquillo, todo en un clima social depresivo y contrario al inquilino que habita en el Palacio de la Zarzuela.
Recuérdese que buena parte de los esfuerzos de Moncloa en la legislatura anterior estuvieron dedicados a sacar a Franco del Valle de los Caídos, para trasladarlo a un cementerio. Como así sucedió: el dictador acabó en el camposanto de Mingorrubio.
La colonia de Mingorrubio, en el Pardo, de Madrid, está relativamente
cerca del Palacio de la Zarzuela y de un área conocida como La Angorrilla.
La casa que hay en La Angorrilla fue arreglada por
Juan Carlos en 2006, cuando era una rey que hacía y deshacía a su
antojo, para instalar a su amante, Corinna zu Sayn-Wittgenstein,
la gran desencadenante de la caída a los infiernos del emérito. Y, con
él, buena parte del prestigio de la Corona. Del lema de sacar a Franco
del Valle de los Caídos, a Juan Carlos, al menos, del Palacio de la
Zarzuela. Vecinos son.
En el fundamento de las peticiones de Pablo
Iglesias, tan influyente como necesario para Pedro Sánchez, hay un
detalle importante al cuestionar el papel del Rey como jefe de las
Fuerzas Armadas. La mano derecha de Iglesias es Julio Rodríguez,
ex jefe del Estado Mayor de la Defensa, ex piloto y antiguo general del
Aire. Rodríguez, secretario general de Podemos en Madrid, se ha
incorporado al nuevo Gobierno de facto de Pedro Sánchez, del que han
quedado excluidos al menos 10 ministros.
Los líos del 'pito'
Hace años, un ministro socialista de gran
influencia en el PSOE en las dos últimas décadas, fue muy gráfico con
Juan Carlos I. Ambos son conocidos por su campechanía. “Don Juan Carlos,
los españoles perdonan los líos del pito, pero no los líos
relacionados con el bolsillo”, le dijo. El Jefe del Estado entonces
vivía intensamente su relación con Corinna, sin apenas esconderla: el 7
de julio de 2006, Juan Carlos se atrevió a montar en el mismo avión a la
reina Sofía y a su nueva amiga Corinna en un viaje a un país árabe. Y
en la urgencias para hacer caja empezó a recibir dinero de sus hermanos
reyes árabes. Es el dinero ilegal que en los últimos años ha venido apareciendo.
El equivalente a 64,8 millones de euros
fue transferido en 2012 a otra cuenta, esta de la famosa Corinna,
precisamente el año en que se precipitó la desgracia de Juan Carlos. El
pastel de amantes y dineros empezó a descubrirse al romperse una cadera
en la famosa cacería en Botsuana, acompañado por la alemana. Ese día de
abril cayeron dos paquidermos: el elefante que murió de un balazo de Juan Carlos y quien lo mató, el entonces Rey. Unos días más tarde, ya en Madrid, pediría perdón desde la clínica San José, “no volverá a ocurrir”,
y meses después lloraría a un amigo en los siguientes términos, según
ha sabido este periodista: “me ha dejado sin nada”, refiriéndose a
Corinna como si fuera Jezabel.
Un documento sin firma
Las piezas van cayendo una a una. Juan Carlos está tumbado.
Y el dominó se puede llevar por delante a Felipe VI, el Borbón más
preparado desde que la dinastía llegó a España con Felipe V en 1701. El
actual Rey es, sin duda, el más preparado y honorable de todos ellos.
Pilar Urbano, biógrafa de la reina Sofía y de Juan
Carlos, cree que Felipe VI está mostrando su talla en la actual
situación de crisis de la corona y de España misma con el coronavirus y
con Pedro Sánchez como presidente. “Está manteniendo el perfil que debe
tener un Rey cuando hay un Gobierno. De respeto constitucional.
Él, además, es un experto en separarse, en crear distancia. Lo hizo con
Urdangarin, con su heremana Cristina, con Marichalar, con su padre y,
ahora, con Pedro Sánchez. Lo que no puede hacer Felipe VI es nombrar
ministros, pero sí no recibirlos o negarse a firmar varios reales
decretos…”, afirma la experta en cuestiones reales.
Urbano considera que Felipe VI es inteligente,
lector, intelectual, menos lúdico y más mecánico, familiar, de pocas
palabras pero siempre intencionadas, “es más como su abuelo el rey
Pablo, aunque menos bondadoso que su madre Sofía”, dice, “un buen Rey,
protegido, además, por la Constitución ante la complejidad de cambiar de
régimen, como sería suprimir la monarquía para establecer la
República”.
Existe un documento inédito, sin firma, elaborado en 1983 seguramente por el ex jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, titulado Somero estudio sobre la situación política y presente y las previsiones de Futuro en España. En el documento, en poder de este periodista, remedando a Maquiavelo, Sabino advierte a Juan Carlos de que el PSOE de Felipe González, recién llegado al poder, le pondrá la manzana para que muerda de la fruta prohibida. Y le dejará hacer cuanta quiera para que se desprestigie. Como ha sucedido. Y con él, la Corona.
Treinta y siete años después, Pedro Sánchez no sólo
tiende a ser Jefe de Estado, sino que ocupa todos los espacios a su
alcance y aparca al titular cuanto puede. Así está sucediendo en la gran
crisis del coronavirus, en la que el Rey solo se ha dirigido a la
nación en una breve intervención televisiva de 7 minutos.
Pablo Iglesias, el vicepresidente, es aparentemente
más radical. Para el líder de Podemos, la figura del Rey es una
reliquia lista para una vitrina en el Palacio de la Zarzuela. Pero
abierto a la ciudadanía, con sus 14 hectáreas, sus jardines y sus
ciervos. Como el de Versalles.
(*) Periodista