Dice el exministro José Manuel García-Margallo que el Estado español no entregará sus dependencias en Catalunya ni arriará la bandera y que, en cualquier caso, no se retirará pacíficamente. 

Casi a la misma hora, el empresario Oriol Soler, que tuvo un papel fundamental en la celebración del 1-O en lo que se puede denominar el comité civil y que algunos han tildado de "estado mayor", explicaba que en los días y horas previas a la declaración de independencia del 27-O, cuyo primer aniversario se cumple este sábado, la palabra "violencia" en su grado máximo era la que más circulaba por el Palau de la Generalitat.

 "A partir del 1 de octubre el Estado español nos enseña que, como continuemos, nos matarán; también nos llegaban informes que iban a por nosotros", ha confesado a Jordi Basté.

Hoy ni Margallo ni el PP mandan en España. Oriol Soler ha vuelto a su actividad profesional superando no pocos obstáculos ya que El País y los servicios policiales le pusieron en la diana después de que se reuniera con Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres y eso nunca es bueno para un empresario. Por eso, sus declaraciones, pasado un año, son muy significativas de los entresijos de aquellos días. 

Doce meses después sabemos que muchas cosas ni se hicieron, ni se prepararon bien. Que lo que el president Torra denomina, pensando en un futuro, encontrar el momentum fue hace un año entre el 1 y el 3 de octubre y que a medida que se alejaba el envite de aquellos días el independentismo tenía muchas menos posibilidades de ganar la partida.

Pero también sabemos que el Estado español no se iba a retirar pacíficamente y que estaba dispuesto a derramar sangre para cumplir sus objetivos. La violencia policial del 1 de octubre ante los colegios electorales fue una palanca internacional muy importante para que la opinión pública mundial viera cómo se comportaba el Estado español contra una parte de sus ciudadanos, que simplemente querían votar. 

Pero mientras los ciudadanos aguantaban con sus cuerpos la violencia de los policías desplazados especialmente a Catalunya por el Ministerio del Interior, en los despachos se cobraba conciencia que el nivel de violencia solo haría que crecer. 

Y el 27, coincidiendo con la declaración de independencia, nadie quiso asumir la responsabilidad de que se desencadenara una violencia incontrolada.

Y, ha pasado un año, y muchas verdades se han esquivado, los recelos se han hecho más grandes y no hay una estrategia compartida en el mundo independentista. Pero también es verdad que la partida no se ha acabado.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia