Ojos que no ven, corazón que no siente. Sin peces muertos, el Mar Menor
va bien. Su degradación estructural solo es gráficamente perceptible en
fotos desde satélites que retratan la sopa verde, pero el personal se
acerca a algunas de sus playitas y lo que observa es la claridad de sus
aguas en la zona perimetral de baño y un horizonte azul en la superficie
calma que a nadie puede inquietar. Y si lo cruzamos de lado a lado en
el ferry o en algún barco privado podremos disfrutar la mayoría de las
veces, según la altura de la luz solar, de un manto plateado de belleza
excepcional, y al atardecer, de unas puestas de sol en las que vemos al
gran disco de fuego caer como a cámara lenta en una hucha abierta tras
unas montañas cercanas. Hay momentos en el Mar Menor en que es posible
tocar la felicidad.
Esto es disfrutable todavía ahora, porque su fachada resiste a la activa
y permanente acción química de los nitratos agrícolas, de los fangos de
arrastre propiciados por la agricultura vertical cuando las lluvias, de
los residuos mineros naturalmente tóxicos y del chorro de pestilente
lava procedente de la desordenada colmatación urbanística que contempla
la laguna como una poza séptica. El Mar Menor resiste, pero es solo una
ilusión visual.
El monstruo del lago Ness se ha trasladado a sus
profundidades y basta una Dana o una ola de calor para que la laboriosa
descomposición que germina dentro aflore a la superficie en forma de
toneladas de peces muertos. Y es entonces cuando se constata que tras el
decorado habita el horror.
El horror. El horror no
es un buen ingrediente para el lucimiento político, de modo que es
necesario seguir ocultándolo. Hay que mantener la dulce fachada a costa
de lo que sea. Antes de la primera anoxia, el 12 de octubre de 2019, el
presidente de la Comunidad, Fernando López Miras, se aventuró a un paseo
en barca por el Mar Menor, una expedición científica al modo de la de
Darwin en el Beagle, solo que en su caso rápida y a media tarde, para
comprobar personalmente lo que ya tenía decidido de antemano, y es que
todo estaba en orden, de tal manera que el líder nacional de su partido,
Pablo Casado, no tendría inconveniente en acudir pronto a la zona para
disfrutar de un baño a lo Fraga en Palomares. Casado ha visitado el Mar
Menor en varias veces, aunque en ninguna lo hemos visto en bañador, lo
que indica que confía en López Miras, pero solo hasta cierto punto.
Negacionistas. Hasta
aquella primera anoxia y todavía después, el negacionismo del Gobierno
regional respecto a la situación real del Mar Menor equivalía,
hemeroteca mediante, al de Bosé con las vacunas. Todo eran problemas
circunstanciales, nada estructural. Hacer alguna alusión al problema era
«hablar mal del Mar Menor», literalmente, y por tanto, acometer contra
los intereses turísticos de la Región o lanzar prejuicios sobre uno de
los agentes de la economía básica regional, la agricultura. Hablar
abiertamente de lo que pasaba en el Mar Menor era ‘hablar mal de la
Región’ y convertía automáticamente a quien lo hiciera en un ‘mal
murciano’.
Un Gobierno cortoplacista, sin programa de alcance (o, mejor, sin
programa) no estaba dispuesto a aceptar, no solo que el problema no era
de ahora mismo, sino que tampoco exigía medidas radicales, impopulares
para los sectores que lo venían apoyando tradicionalmente, y de
reordenación total del sistema económico en la zona. Sin embargo, por el
impacto de la anoxia en el conjunto de la población, incluidas franjas
ciudadanas proclives al PP, López Miras se prestó a redactar una Ley de
Protección del Mar Menor, tan insulsa y retórica que pocas semanas
después fue derogada en la práctica por las decisiones que su propio
Gobierno se vio obligado tímidamente a adoptar tras la segunda anoxia.
Lo grave, aunque políticamente inteligente por su parte, es que para la
aprobación de esa Ley que nada venía a proteger, López Miras arrastró el
apoyo del PSOE de Diego Conesa, quien tenía tanto miedo a la reacción
electoral en los municipios del Mar Menor ante una legislación
verdaderamente proteccionista como el propio presidente, decidido a no
dejar espacio a Vox, unos ‘patriotas’ que no pueden desconocer que, a
través de multinacionales, los beneficios de la actividad contaminadora
se trasladan a otros países, pero que a pesar de esto se muestran
completamente despendolados por la posibilidad de llevarse al zurrón
todos los votos de los sectores cautivos de la agricultura intensiva y
depredadora.
La segunda anoxia. Y
en esto llegó la segunda anoxia. Esta no fue en octubre, como la otra,
cuando los espectadores directos fueron solo los lugareños. Se produjo a
mediados de agosto de este año, en pleno fulgor de una temporada
turística más nutrida que nunca por la ‘suelta’ tras las restricciones
de la pandemia, y caracterizada por el casi exclusivo turismo interior,
es decir, ante testigos con posibilidad de voto o de difusión nacional
de la vivencia del suceso. Un susto gordo. La segunda quincena de agosto
despobló absolutamente las playas del Mar Menor y esto a pesar de que,
tras la recogida de las toneladas de peces muertos, la fachada seguía
luciendo espléndida. La procesión de los nitratos, de los fangos y de
los residuos tóxicos y orgánicos iba por dentro.
Marchamalo, la solución.
Y es ahí donde el Gobierno regional ha encontrado la solución
magistral. Se trata de eso, de que no haya a la vista peces muertos. Los
peces muertos acuden a la orilla buscando el oxígeno que les falta por
la contaminación interior y en los vídeos que graban los casuales
espectadores boquean dramáticamente con una desesperación casi humana y
conmueven a la gente hasta hacerla llorar en muchos casos. Los peces
mueren envenenados, pero ese suceso también envenena políticamente al
Gobierno.
A ese Gobierno que antes de estos episodios decía que todo iba
bien; ese Gobierno sostenido por un partido que lleva veintiséis años
gobernando la Región y que, desde antes de construirse, cuando gobernaba
otro partido, ya había tomado iniciativas, es verdad que entonces sin
éxito, para desbloquear la ley regional que intentaba restringir las
agresiones. Ese Gobierno que hasta hace cinco minutos contados desdeñaba
el problema como tal y tildaba de agoreros a quienes advertían sobre su
profundidad.
Un Gobierno que hasta el mismo día en que se producía el
segundo episodio de anoxia propiciaba la emisión en Tele7Miras de unos
publirreportajes fantasiosos sobre la salud de la laguna y sus muchos
atractivos, navegando en superficie frente a la obligación deontológica
del periodismo de contar las verdades ocultas, sobre todo si se trata de
un medio público que pagamos todos los ciudadanos. Ese Gobierno que ha
tenido que admitir la existencia de la tragedia por la fuerza de los
hechos, sin haber previsto la realidad y, lo que es peor, negándola o
relativizándola incluso ante las evidencias cuando éstas eran ya
incontestables.
Y un Gobierno que pese a haber defendido a ultranza las
políticas y a los sectores que han propiciado el desastre, cuando
observa que todo se le ha ido de las manos apela al Gobierno central,
como si la cosa no tuviera que ver con su campo competencial, claramente
expresado en el Estatuto de Autonomía y en la descripción de las
funciones de sus propios departamentos ejecutivos expuestas en la web de
la Comunidad.
Pero ya han dado con la solución. Está en Marchamalo. Si se abre esa
gola, el agua del Mediterráneo oxigenará el Mar Menor, eliminará la
fragilidad en que sobreviven sus especies autóctonas, y todo volverá a
ser azul y cristalino. Salvo que el Mar Menor ya no sería el Mar Menor
sino una extensión del Mediterráneo, el ecosistema propio perecería y la
flora y fauna serían indistinguibles de las del hermano mayor.
Y así,
una vez que ya no asistamos a esos sarpullidos alarmantes de peces
muertos, la gente seguirá disfrutando del paisaje marítimo, y toda la
actividad contaminante podrá seguir su curso, ya que el Mediterráneo se
lo traga todo. Aquí paz, y después gloria.
La leyenda sería: López Miras ha salvado el Mar Menor, pero ese Mar
Menor ya sería otro. Dudo mucho que las 70.000 personas que acudieron el
pasado jueves a la manifestación que reivindicaba un Mar Menor vivo
entendieran que se les pueda dar gato por liebre. Los murcianos quieren
el Mar Menor que es, su tradicional ecosistema singular, no el que con
ese nombre se convertiría en otra cosa.
El Gobierno teme que la realidad se visualice. Es decir, los peces
muertos. Apela a la rambla del Albujón porque es el caudal visible, pero
debajo de ella se filtran los nitratos a traves del acuífero
cuaternario, y ahí no hay tapón ni desvío posible. Quiere esto decir que
el consentimiento y el aliento a la agricultura intensiva y a la
permisividad evidente de los regadíos ilegales ha degradado no solo el
mar sino también la tierra cultivada, y de esto último se habla poco.
Los ilegales. El
hecho mismo de que desde el Gobierno se hable ahora con toda naturalidad
de ‘regadíos ilegales’ es una prueba de complicidad. ¿Cómo es posible
que un Gobierno tolere durante décadas regadíos ilegales, y se acuerde
ahora de sus efectos? ¿Cómo es que, a la vista de los datos, ya
ampliamente publicados, haya venido mostrando tan escasa diligencia en
la tramitación de las denuncias?
Nunca antes el Gobierno del PP había
admitido la existencia de ampliaciones ilegales de cultivo, incluso
cuando las Comunidades de Castilla-La Mancha y de Aragón aportaban
pruebas a vista de pájaro en la época del debate sobre el trasvase del
Ebro.
Pues bien, ahora es el propio Ejecutivo regional el que habla de
regadíos ilegales en nuestra Región, hasta el punto de que su
eliminación sería un paso para evitar la contaminación del Mar Menor. Ya
no somos, por lo visto, tan excelentes administradores del agua como en
otro tiempo se presumía. El truco que esconde este reconocimiento es
fácil de descifrar: se alude a los ilegales para proteger a los legales
que también contaminan. Se trata de no admitir que el sistema en sí
mismo es contaminante (de la tierra primero y de la tierra al mar).
El Gobierno regional ni siquiera teme a las manifestaciones como la
del jueves. Desde su burbuja las observa como movimientos de la
oposición sin fruto en las urnas. Lo que verdaderamente teme es que su
propio electorado se sienta conmovido por los pececitos muertos. Y por
eso propone soluciones como la de abrir las golas. Es una manera de
acabar con el Mar Menor como siempre ha sido, pero evitando una imagen
impactante que traduce a la perfección los intereses en que se ha
sostenido la hegemonía del PP en la Región durante décadas.
El lema es, pues, ojos que no ven, corazón que no siente. Y a seguir depredando.
(*) Columnista
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2021/10/10/seguira-pececitos-muertos-58204311.amp.html