Leo un artículo de Joan Tardá en El siglo titulado Otra oportunidad perdida para el PSOE.
Es una pieza digna de comentario y reflexión. Este hombre no solamente
es un brillante tribuno, con esa pinta mezcla de león desaforado y
maestro de corazón de oro. También es un analista de calado. Su artículo
no es una lluvia de consignas o interpretaciones partidistas sobre
asuntos tácticos de poca monta, sino que tiene fondo y alcance e hila
cuestiones graves, paradójicamente ausentes del debate público. En
realidad, ni el mismo Tardá las hace explícitas. Pero permite que otro,
por ejemplo Palinuro, lo haga. De esa forma ya se adelantan los acuerdos
y desacuerdos con el autor.
A
vista de pájaro, la visión de Tardá es correcta y se articula en tres
momentos: 1) un primer entendimiento entre el PSOE y el nacionalismo de
izquierda abrió paso a la renovación estatutaria y, quién sabe, una
nueva articulación territorial del Estado; 2) el periodo intermedio en
el que el PSOE viró, se entendió con el nacionalismo burgués, el
estatuto sufrió el deterioro conocido, el PP sustituyó al PSOE y,
literalmente, dinamitó los puentes con Cataluña; 3) la etapa final
actual: en España no hay gobierno en medio de una crisis constitucional
mientras que Cataluña dispone de él y de los medios para seguir con su
hoja de ruta hacia la independencia republicana.
El
relato es correcto, aunque yo no emplearía el término "oportunidad". No
me parece que sea una cuestión de aprovechar o no las oportunidades,
sino de atender a actitudes y asuntos de mayor envergadura. Ignorarlos
no sirve de nada. El relato es correcto porque lo es de los hechos. Pero
falta su interpretación, la respuesta a la pregunta del por qué de esos
hechos. Por mencionar una que, estando muy presente, está en realidad
oculta: la pregunta por la nación. Es obvio: la idea de nación catalana
excluye la española; la española, a su vez, incluye a la catalana a base
de negarle su condición nacional. El nacionalismo catalán es unitario;
el español, no. El nacionalismo catalán lleva la iniciativa; el
nacionalismo español trata de defenderse de modo pobre, desorientado,
sin proyecto alguno, fuera de la continuación de un estado en el que hay
mucha gente a disgusto.
Si
se quiere una prueba de lo anterior, considérese la explicación de
Tardá de que la emasculación del Estatuto comenzó cuando el PSOE pactó
con el nacionalismo burgués de CiU. Aceptado. El mismo nacionalismo
burgués con el que ERC pactó después para crear JxS. ¿Entonces? No es lo
mismo, nos dirá el autor: en el pacto PSOE-CiU, fue el PSOE quien cedió
mientras que en el caso de CiU (luego solo Conv.) y ERC, la que cedió
fue CiU. También correcto. Pero eso ¿qué quiere decir? Que el
nacionalismo catalán es transversal y su idea de nación catalana una,
compartida por la izquierda, la derecha y hasta por una fuerza
"antisistema" como la CUP. Eso es mucho más de lo que el nacionalismo
español puede soñar. El nacionalismo español está fragmentado y es muy
incierto. Tanto que muchos nacionalistas españoles dicen que no son
nacionalistas españoles. Tanto que no siquiera está cierto de su idea de
nación ni de su origen o nacimiento. Ahí andan discutiendo sobre el
siglo XIX, pero ni en eso hay acuerdo. La historiografía española es la
consideración de un ente problemático, vivido a veces agudamente como
una lucha o agonía, la nación española.
Y
ese es un elemento esencial subyacente a la actual situación de
parálisis y como marasmo: no hay una defensa de la nación española en
términos positivos sino puramente negativos: no hay proyecto, pero
Cataluña no puede intentarlo. Por eso, entiendo, el ataque al PSOE por
la vía de la cobardía, la falta de audacia de su dirección en su
política de alianzas ignora que el asunto es más profundo que una mera
cuestión táctica de conveniencia para la formación de un gobierno. Se
refiere a la idea de nación española que el PSOE tenga y es cierto que,
en el fondo, no se distingue sustancialmente de la del PP: España es una
sola nación y la Constitución vigente, su hipóstasis. Puede reformarse,
sí, pero dentro de unos límites.
Conducir
al PSOE a una visión plurinacional del Estado ya sería una hazaña.
Llevarlo a aceptar una solución más allá de lo federal al uso,
confederal, algo imposible. Pero quizá quepa suscitar en su seno un
apoyo al referéndum catalán, aunque tampoco eso es seguro. Que junto al
PSOE esté Podemos no facilita nada las cosas. Los morados son, en
efecto, partidarios del referéndum catalán, pero en términos nebulosos,
pues cuentan celebrarlo con acuerdo del Estado. Es decir, como ejemplo,
su utilidad, dada su afición a la casuística, es nula.
Así
que lo lógico sería seguir ofreciendo al PSOE una alianza de izquierda
con los independentistas y darle tiempo a que reflexione sobre la
situación. Alguien, seguro, se maliciará que la propuesta, al final, es
pedir de nuevo a los catalanes que esperen. En absoluto. Muy bien señala
Tardá que cuentan con los medios institucionales y procedimentales para
seguir avanzando en la hoja de ruta. Háganlo a su modo, a su ritmo. Al
fin y al cabo, desde un punto de vista material, la desconexión ha
comenzado ya. En ese periodo quizá el PSOE pudiera reconsiderar su
negativa al referéndum. No porque entienda que es preciso replantearse
su concepción de España, sino porque quizá sea el único modo de evitar
que la continuación del gobierno del PP lleve la confrontación con
Cataluña al extremo de criminalizar a sus autoridades democráticamente
elegidas.
Ya
se sabe que, para la derecha la opción es clara: entre el orden (su
idea del orden) y la democracia, elige el orden. Para la izquierda, sin
demérito del orden, la democracia es primordial porque su ausencia es el
verdadero desorden. Por eso la izquierda lo tiene siempre más difícil y
hay que darle tiempo.
En
todo caso, lo que está claro es que el objetivo prioritario hoy es
desplazar a Rajoy y el PP porque su mantenimiento agrava el riesgo de
escalada del conflicto catalán a extremos preocupantes. Y más si se
tiene en cuenta que el régimen autocrático del PP ha colonizado todas
las instituciones del Estado. A Rajoy personalmente obedecen hoy los
medios de comunicación del Estado, la presidencia del Congreso, el
Tribunal Constitucional en la persona de su presidente, antiguo
militante del PP. La Fiscalía del Estado ya ha soltado su soflama
anticatalana y el Rey parece tomar la conveniencia del partido del
gobierno como norte de su inacción. Es decir, la derecha ha formado un
gigantesco frente contra el independentismo cuyo punto débil esencial es
su falta de legitimidad.
Puede
haber un gobierno de izquierda que no apriete al PSOE en la cuestión
del referéndum y garantice la lealtad de los de Podemos, si tal cosa es
posible con gente que sigue en actitud de abierta hostilidad al partido
con el que quiere unir esfuerzos. No solo puede: debe. Porque el freno a
la descomposición institucional, a la omnipresencia de la corrupción, a
la frustración generalizada y la fractura territorial conflictiva nos
interesa a todos. Y a todas.
Y no se olvide que no es preciso
demonizar la idea de unas terceras elecciones. ¿Por qué despiertan tanta
animadversión? ¿Que es demasiado votar? Votar nunca es demasiado;
demasiado es no votar.
El tramo final
Cuando
las historias se acercan a su desenlace las crisis se agudizan, las
posiciones se hacen más radicales, los personajes abandonan las medias
tintas, las cuestiones se aclaran y cada cual aparece en el lugar que le
corresponde. La Diada de este año tiene mucho de desenlace o, si se
quiere, comienzo de desenlace. Será el inicio de un curso que, según
como se desarrollen los acontecimientos, dilucidará el destino inmediato
de Cataluña: independencia o conservación del autonomismo en alguna de
sus ya casi infinitas variantes.
En
el campo independentista y en la rampa a la convocatoria del 11 de
septiembre próximo pareció cundir cierto desaliento y cansancio. Aunque
se repitiera el acto simbólico año tras año y por mucho que fuera el
entusiasmo de la gente, el armatoste del conjunto no parecía cambiar y
las esperanzas de asistir al nacimiento de un Estado catalán disminuían.
O quizá no fuera un ánimo (o desánimo) colectivo original, sino el
resultado de una campaña de propaganda de los adversarios, interesados
en que el desaliento prendiera a base de sembrarlo desde sus numerosos
medios. O ambas cosas.
Por
eso es tan importante la reciente decisión de la CUP de clarificar
posiciones y adelantar su sí a la cuestión de confianza de Puigdemont
sin condicionarlo a ninguna exigencia presupuestaria o referendaria. Es
lo más eficaz y rotundo que ha hecho la CUP en mucho tiempo y una
aportación substancial a la unidad y fuerza del independentismo. La ANC
puede seguir adelante en la preparación de la Diada en el entendimiento
de que será el prefacio a la confirmación de la hoja de ruta del
gobierno de la Generalitat y el preparativo a una DUI o un RUI en el
orden que las circunstancias demanden.
Frente
a esta decisión las otras fuerzas políticas no independentistas también
han tomado sus decisiones teniendo en cuenta sobre todo la Diada y su
importancia movilizadora. Las organizaciones llamadas
“constitucionalistas” o unionistas más o menos reciamente españolas, PP,
C’s y PSC, no acompañarán a la melodía de los independientes. Eso es
sabido. Lo interesante este año es la posición de las fuerzas
intermedias, del “tercer género” o tercera vía, las “nuevas
izquierdas”, en Comú-Podem, EUiA y la señora Colau, una fuerza en sí
misma. Su posición en el tablero político catalán, hasta ahora ambigua,
confusa y tan repleta de matices que era casi incomprensible, se aclara
por momentos. Si hasta la fecha pasaban por ser la versión catalana de
la izquierda española y la versión española de la izquierda catalana,
han acabado revelándose como la marrullería tradicional de la
“verdadera” izquierda en España y Cataluña.
La
palma en el concurso para iniciados y avisados se la lleva el señor
Pisarello. Para justificar que En Comú-Podemos haya contraprogramado una
manifestación el 11 de diciembre para hacer sombra a la Diada
independentista, arguye y recontraarguye las similitudes y diferencias
entre el independentismo nacionalista y el sano internacionalismo
independiente. Nada de independencia en el vacío y la soledad del
corredor de fondo sino una confluencia entre el alzado pueblo catalán y
sus hermanos españoles que solo están esperando una razón para apoyar
con su gobierno al frente el derecho a decidir de los catalanes. Es
incomprensible cómo la realidad se obstina en ignorar el refinamiento de
los distingos del regidor barcelonés.
Por
descontado, la señora Colau, teniendo su alma municipalmente dividida
entre sus seguidores y sus críticos ha decidido complacer a ambos, yendo
a los dos actos, no al mismo tiempo –que para la ubicuidad aún le falta
algún tiempo- sino consecutivamente, como una humilde mortal. La
ciudadanía en pleno entenderá lo generoso de su posición y tomará buena
nota cuando lo que haya en juego sean destinos d mayor prosapia, como la
presidencia de la Generalitat.
A
su vez, EUiA, fiel al espíritu bolchevique del que templó el acero con
un discurso directo, sin ceremonias ni perifollos, irá a su propia
celebración. De lo que se trata es de no contribuir a la habitual
amalgama nacionalista que, ya se sabe, siendo nacionalista no puede ser
buena salvo que la hayamos cocinado nosotros.
Queda
así claro que la Diada de este año tiene el valor de una prueba de
fuego y una importancia que supera las de los años anteriores. El avance
del proceso independentista, liderado por un presidente de la
Generalitat cuya determinación nadie barruntaba hace unos meses no
solamente ha sembrado la inquietud en las filas del nacionalismo
español, a su vez, enfangado en peleas cuyo simple relato avergüenza a
un habitante del siglo XXI. También ha suscitado temores y reservas en
sus primas hermanas las izquierdas catalanas que tienen que batirse el
cobre en un territorio muy hostil, compuesto por adversarios de clase y
de nación. De ahí el ataque concertado en las últimas fechas de esta
convocatoria.
Como suele suceder en los juegos de azar, el monto de la última apuesta es el más alto de todos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED