El miércoles por la noche me avisaron del periódico: "Va a salir Pablo Iglesias en Telecinco
a las nueve menos cuarto". Miré el reloj y puse el televisor. Eran las
20.44 y aún sigo sin creer lo que vi y escuché. Había un señor con
mofletes vivarachos, de aspecto desaliñado, con gafas e incipiente barba
blanca, preguntándole a una señora flaca de mediana edad: "¿Te gusta
tirarte pedos?". Ella le contestó que no y él repitió varias veces la
palabra y dejó una nueva pregunta, flotando ante millones de
espectadores: "¿Y entonces por dónde sacas los gases?".
Sin solución de continuidad, entró la careta del informativo y Pedro Piqueras,
con traje y corbata negro, acordes a las circunstancias, informó con su
empaque y buena dicción de siempre, que ese día habían muerto en España
864 personas por el coronavirus, lo que situaba el cómputo fatídico por
encima de los 9.200. Siguió un buen reportaje sobre el veto de la Generalitat a que la UME instalara tiendas campaña en el hospital de emergencia de Sabadell,
"por su estética militar", y enseguida comenzó la perorata -a duras
penas interrumpida por alguna pregunta de Piqueras- de Pablo Iglesias,
con traje desembocado y coleta recogida, en calidad de vicepresidente de
Asuntos Sociales.
Su relato fue maniqueo y falaz donde los haya. Según
él, en 2008 "se gastó rescatando a la banca y a una minoría de
privilegiados y la gente lo pasó muy mal". Mentira podrida: a quien se
rescató fue a las Cajas de Ahorros, aberrantemente gestionadas por los
comisarios políticos de los diversos partidos -incluidos sus antecesores
de Izquierda Unida-, según los criterios clientelares que Podemos pretende extender ahora al conjunto de la economía.
La otra cara de la moneda, según su versión, es que,
gracias a su presencia en el Gobierno "se han prohibido los desahucios,
se han prohibido los cortes de suministro... se han prohibido los
despidos". Lástima que, en relación a este tercer asunto, las olas del
mar, aguantaran impávidas los latigazos de nuestro 'Jerjes de Galapagar' y, a la mañana siguiente, el paro registrado computara un aumento de más de 302.000 desempleados y la Seguridad Social
una caída de casi 900.000 afiliados. Todo un augurio de que, cuando
Pablo Iglesias "prohíba" la pobreza, andaremos en harapos; y cuando
"prohíba" el hambre, comeremos hierba.
Su intervención sirvió para perfilar el modelo
económico que tiene en la cabeza el líder de Podemos, cuando se permite
tuitear el único artículo de la Constitución que,
desvinculado de todos los demás, podría servirle de coartada para
expropiar la propiedad privada. Pablo Iglesias quiere fortalecer la
sanidad pública, a costa de aniquilar la concertada, decir a las
industrias farmacéuticas qué medicinas tienen que producir, ordenar a
las fábricas de automóviles que fabriquen respiradores y, sobre todo,
"asegurar una industria nacional que no nos haga depender de ningún
país", a la hora de conseguir determinados suministros.
¿Volvemos a la autarquía? ¿Refundamos el INI?
Oyéndole hablar de que "el Gobierno puede pedir sacrificios a algunos
particulares para que el interés de la patria funcione", o identificar a
los "grandes tenedores de viviendas" como "fondos buitre", cualquier
estudiante de Historia Contemporánea podría acordarse del famoso
discurso del Ministro Secretario General del Movimiento, José Luis Arrese, en el año 41: "Fue el capitalismo el que trajo el problema social... Debemos refundar la economía sin mentalidad capitalista".
***
Como todo había ocurrido en apenas quince minutos,
pensé que a la mañana siguiente tendríamos -en términos de atención- dos
escándalos por el precio de uno. Que las denuncias de la grosera falta
de respeto a los difuntos y la burda amenaza al patrimonio de los vivos
desbordarían los espacios mediáticos y golpearían las puertas del
cerrado Parlamento. Sin embargo, ni el elogio de los
flatos, como primer movimiento de aquel adagio fúnebre en prime time, ni
las pretensiones colectivistas de un inconcebible vicepresidente en un
gobierno de la Unión Europea merecieron glosa alguna en los principales foros de opinión de la España confinada.
Pregunté en el periódico y me dijeron que tanto el
hombre vivaracho de la barba blanca como la señora flaca, a la que
interpelaba sobre los "pedos", estaban haciendo una "autopromo" del
programa de más audiencia de la cadena que acababa de recibir la mayor
subvención del Gobierno, por su mayor contribución al interés público.
Caramba.
En cuanto a lo del vicepresidente para Asuntos
Sociales, bueno, pues debía considerarlo una expresión más de las dos
almas del Gobierno que ya actúan, en realidad, como dos gobiernos
superpuestos o más bien enfrentados. Nada de lo que extrañarse.
Ni siquiera cuando la parte contratante de la
segunda parte se arroga en exclusiva, bajo los rótulos de sus cinco
ministerios, la "ampliación del escudo social para no dejar a nadie
atrás", vulnerando lo pactado con la parte contratante de la primera
parte. O cuando, a través de los heterónimos con que infecta las redes
sociales, endosa estos "asesinatos" a la derecha política y económica.
Es obvio que, desdeñando la advertencia de León Felipe,
en España ya "han hecho callo las cosas, en el alma y en el cuerpo".
Porque lo que vimos y escuchamos el miércoles en esa cadena de
televisión a las 20.44 es la clave profunda de lo que vimos y escuchamos
a las 20.54; y ni siquiera nos damos cuenta.
Sólo la zafiedad, la incultura, la ignorancia, la
banalidad, el maniqueísmo, el resentimiento inoculados durante décadas
desde muy concretos medios de comunicación de ideologías distintas -en
paralelo al colapso de un sistema educativo, destruido por la chapucera
ingeniería social de los políticos, y a la emergencia del vomitorio de
las redes sociales-, explican que nuestra vida pública, nuestra armónica
convivencia, orientada hacia el consenso en los años de la Transición, esté descuartizada por tres populismos que corroen a diario la verdad y la razón.
Uno de ellos bloquea o, al menos condiciona, la capacidad del centro derecha de erigirse en alternativa. El segundo empuja a Cataluña
hacia el tribalismo regresivo y la catástrofe del enfrentamiento civil.
El tercero, el más peligroso, en el contexto de una calamidad
colectiva, como la que estamos viviendo, maneja desde el Gobierno
-gracias también a la estupidez política de la que Albert Rivera
no podrá ser nunca exonerado, aunque escriba una enciclopedia entera-
los resortes del poder, para intentar subvertir el orden social en
detrimento de la libertad personal.
Peor, imposible. Todos los ingredientes para
convertir la España democrática y próspera, de la que tan orgullosos
estábamos, en un infierno distópico han ido surgiendo en derredor y
acaban de activarse simultáneamente. Y es obvio que los mismos
mecanismos que han desembocado en que seamos uno de los países del mundo
con más muertos e infectados por coronavirus, desembocarán en que
seamos uno de los países del mundo con más parados y arruinados por la
nueva crisis, si no se introduce pronto algún elemento corrector.
***
Semana tras semana, vengo pidiendo un Gobierno de Concentración o, al menos una política de concertación entre el PSOE y el PP,
como grandes partidos nacionales. Hoy quiero añadir que, en medio de la
pesadilla en la que estamos inmersos, hay un salvavidas al que podemos
aferrarnos porque, de forma simultánea a ese proceso de degradación de
tantas cosas, hemos visto brotar entre nosotros una élite empresarial,
profesional y científica, con enorme proyección internacional, que, de
espaldas a la política, viene sirviendo de cauce meritocrático a lo
mejor de nuestro ADN.
Lo dije en la presentación de Invertia,
el 24 de febrero, sin poder imaginar que en cuestión de pocos días el
aserto se iba a poner a prueba: España tiene un arma secreta, un
elemento estructural inédito, un activo intelectual formidable, un
poderoso músculo financiero, una caja de resistencia inesperada, una
super ONG de alta gama, en sus grandes empresas, implantadas en todo el
orbe. Es el fruto de la globalización, combinada con nuestro
privilegiado gen emprendedor.
Amancio Ortega, es el símbolo de
todo ello: el hombre humilde que, desde el más modesto de los entornos,
tuvo una idea, la desarrolló con tenacidad indesmayable, se rodeó de los
mejores profesionales a su alcance, construyó un imperio comercial que
abarca los cinco continentes, generando miles y miles y miles de empleos
directos e indirectos en España, se convirtió en el primer
contribuyente del país y, con toda la discreción y el pudor imaginables,
dedica una parte sustantiva de su patrimonio a ayudar a los demás,
mediante donaciones que salvan vidas y ahorran sufrimiento. Amancio
Ortega es un Grande de España y quienes le colocan en el punto de mira
de la envidia, pigmeos despreciables que emergen como los detritos,
cuando la tormenta hace rezumar la alcantarilla.
Pero tras su estela hay muchos más y no ha hecho falta ningún Consejo de la Competitividad,
como aquel de infausto recuerdo que ejerció de poder fáctico, al
servicio de la corrupción en las más altas esferas, para coordinar sus
esfuerzos. Junto al testimonio humano, la entrega y la solidaridad de
los sanitarios, militares o policías, lo mejor que nos han traído estas
semanas nefastas ha sido el empeño altruista de esas grandes empresas
que han hecho una primera aportación de 25 millones por cabeza para
comprar material sanitario urgente, aprovechando sus conexiones
internacionales.
La iniciativa partió de la propia Inditex, como empresa mejor implantada en China, pero prácticamente al unísono José María Alvárez Pallete, Ana Botín y Carlos Torres -al fin en primer plano, cuando más falta hacía- incorporaron a Telefónica, Santander y BBVA al inteligente planteamiento de Pablo Isla. Y los cuatro pronto fueron siete porque Florentino Pérez, Sánchez Galán y Pepe Bogas sumaron enseguida a ACS, Iberdrola y Endesa.
Y, entre tanto, Fainé (Caixa), Reynés (Naturgy), Marta Alvárez (El Corte Inglés), Luis Gallego (Iberia), Josep Oliú (Sabadell), Juan Roig (Mercadona), Brufau (Repsol), Huertas (Mapfre), Garralda (Mutua), Ereño (Sanitas), Goirigolzarri (Bankia), Entrecanales (Acciona), Del Pino (Ferrovial), Aljaro (Abertis), Manrique (Sacyr) y tantos otros, laureados diariamente en la sección "Como Leones"
de Invertia, empezaron a arrimar el hombro, y el bolsillo, cada uno con
su estilo propio. Algo está cambiando, para bien, en la percepción de
nuestro gotha empresarial, durante estas semanas tremendas.
Especialmente relevante está siendo el papel de
Pallete, en su gran prueba de fuego como líder de la multinacional
española en la vanguardia tecnológica. No sólo está aprovechando su
relación con China Unicom y las autoridades de Beijing
para agilizar envíos de cientos de respiradores invasivos -o sea de los
que salvarán entre cuatro y cinco vidas por unidad-, sorteando trabas
burocráticas y competencia norteamericana, ora en comandita con Endesa,
ora en asociación con ACS -también la Fundación Real Madrid ha movilizado sus resortes-, sino que el presidente de Telefónica, a través de su filial Luca,
es el gran impulsor de la app de geolocalización que ya da información
sofisticada al Gobierno, cada 24 horas, sobre los niveles de movilidad y
que será decisiva, combinada con los test, para reducir paulatina y
discriminadamente el confinamiento.
Y pongamos también como ejemplo el modus operandi
del Santander. Siendo una de las personas mejor informadas del mundo,
Ana Botín fue también una de las primeras en reaccionar en España. Se
dio cuenta de que el BCE le instaría a congelar el
dividendo de los accionistas, se dio cuenta de que no tendría más
remedio que anticipar pagos e incluso sufragar salarios de sus
proveedores y se dio cuenta de que su división de Banca Privada pasaría por la peor coyuntura imaginable.
Pero también se dio cuenta de que debía aprovechar
todos los resortes de un grupo que gasta diez mil millones al año en
suministros para contribuir a mantener a flote a la sociedad española y
proteger a los países clave de América Latina, en los
que también opera. Por eso generalizó el teletrabajo en todo el mundo,
decidió no despedir a uno sólo de los 21.000 empleados del grupo en
España, recortó su sueldo a la mitad y se puso a disposición del
ministro de Sanidad, a quien no conocía. Esa red de proveedores del Santander está teniendo un papel clave en el operativo coordinado por Víctor Matarranz,
uno de los ejecutivos más capaces y avezados del grupo. En un abrir y
cerrar de ojos, suministró dos mil camas y cien ventiladores a la Comunidad de Madrid y doscientas mil mascarillas a la de Cantabria. Y era sólo el principio.
El mensaje de Ana Botín de este viernes, ante el
auditorio vacío de su Junta General virtual, ha estado altura de la
ocasión. Ha sonado como ese "come what may" de los buenos contratos
matrimoniales: "Nuestra misión es contribuir al progreso de las personas
y las empresas, tanto en los buenos como en los malos momentos, para
crecer y crear empleo lo antes posible". Y como prueba de que, además de
predicar, toca dar trigo, a las duras y a las maduras, anunció que la
disponibilidad de crédito del Santander llegará este año a los 90.000
millones, en gran medida a costa del sacrificio de los accionistas, al
quedarse sin dividendo.
***
Al cabo de tantos años en la brecha, conozco igual
de bien a nuestros dirigentes políticos y a nuestros líderes
empresariales. En los dos ámbitos hay de todo pero, al margen de que la
endogamia de los partidos genera una selección a la inversa, mientras en
la política se vive sobre el terreno, respondiendo a las sorpresas de
cada día, sin otro horizonte que las elecciones de dentro de unos meses,
la propia naturaleza de la actividad empresarial requiere visión
estratégica, planificación a largo plazo, ejecución eficiente,
adaptación inmediata a las crisis y rendición de cuentas en forma de
resultados. Eso es lo que necesitamos ahora.
Tampoco es casualidad que gran parte del apoyo a la
ciencia y la investigación en España proceda de fundaciones vinculadas a
las empresas privadas. Especialmente notable es el caso de la del BBVA.
Tanto si se trataba de buscar a la investigadora especializada en la
benéfica hidroxicloroquina, al mayor estudioso de la zoonosis o
"ecología de la enfermedad" o al experto en la generación de fake news
asociadas a la pandemia, los medios hemos encontrado a personas becadas,
premiadas o asociadas, por una razón u otra, a la Fundación BBVA.
Y qué decir de lo que aportan también en ese ámbito
los hospitales privados, las tan injustamente denostadas empresas
farmacéuticas, las distribuidoras de medicamentos, las propias oficinas
de farmacia que podrían ofrecer una red única para realizar test en toda
España o empresas tecnológicas como Medtronic que ha
abierto la caja de sus secretos industriales, para poner a disposición
de cualquier fabricante los planos de su respirador de probada eficacia.
El interés público no es, no puede ser, sino la
suma de los intereses privados de los individuos que componen una
sociedad. Ese es el contrato social que incluye, naturalmente,
mecanismos de solidaridad y protección a los más necesitados. Algo que
corresponde al Estado pero también a la sociedad civil. En lo que atañe a
las grandes compañías, no es ya filantropía, sino responsabilidad
social corporativa.
La Historia se repite. Cuando se contrapone
demagógicamente lo público a lo privado, hasta el extremo de demonizar a
personas como Amancio Ortega y despreciar sus donaciones, siempre hay
alguien -Robespierre, Lenin, Mussolini o Iglesias- que se autoproclama defensor y portavoz del "pueblo" con el propósito de erigirse en dictador.
Las elecciones adjudican la gestión ordinaria de
los asuntos públicos dentro de la legalidad a una u otra fuerza
política. Si los dados rodaron mal y nos abocaron a este gobierno, fruto
de esta composición parlamentaria, a resignarse tocan. Nadie va a
derribarlo a base de insultos tras las señales horarias. Pero las
situaciones de excepción requieren soluciones excepcionales.
Por eso, esta semana, tantas evocaciones y esperanzas se centran en los Pactos de la Moncloa. Un Sánchez desbordado
y aplastado por el número de muertos, empeñado en reiterar como gran
logro que "los niños se lavan más las manos que hace tres semanas",
sometido al mayor desgaste de exceso de exposición de la historia de la
televisión, se aferró al fin este sábado a ese clavo ardiendo, sin dar
el menor detalle de cómo pretende reeditarlos.
Si Sánchez no quiere compartir el poder con el
centro derecha, mientras Iglesias continúa segándole la hierba bajo los
pies, al menos que imite el sentido del Estado de Adolfo Suárez,
en una coyuntura también desesperada. Llamó a la oposición política,
llamó a los agentes sociales y cedió el protagonismo a una figura
respetada en el mundo económico como el profesor Fuentes Quintana.
Nadia Calviño no tiene su altura
intelectual pero sí la suficiente capacidad de interlocución como para
ensamblar una convocatoria así, en la que ni Casado, ni Arrimadas fallarían y en la que la probada capacidad de acuerdos entre la CEOE de Garamendi y los líderes sindicales facilitaría mucho las cosas. Cuanto menos aparezcan Sánchez y, por supuesto, Iglesias, mejor.
El llamamiento desde esa mesa, anhelada por todos
los españoles, representativa de todos los españoles, a Amancio Ortega y
a todos sus émulos a los que he mencionado o aludido, no caería en saco
roto. La voz de cada ciudadano sonaría en sus oídos y apelaría a su
sentido patriótico del deber.
Todos ellos aportarían los mejores carpinteros del reino con "las sierras, las azuelas, los escoplos, cepillos y escofinas" que Terencio
atribuye a la "carpintería de los Dioses" y, una vez cincelado el plan
por técnicos capaces -no por cantamañanas de asamblea de facultad-,
unirían sus importantes recursos a los procedentes de las arcas
públicas, generando una dinámica de sacrificio, recuperación y victoria.
Con ellos sí podríamos.
Amancio Ortega nunca sale en la televisión. La
mayoría de los miembros de esa meritocracia española tampoco. Pero esta
vez o tiramos por elevación y tendemos la mano a quien sabe cómo
dárnosla o nos hundiremos sin remisión y caeremos muy hondo. En
definitiva, se trata de elegir entre lo que deberíamos ser y lo que, por
desgracia, somos. Entre la España de Amancio Ortega y la de los "pedos"
en prime time.
(*) Periodista