Podemos e IU son como Richard Burton y
Elizabeth Taylor: ni contigo ni sin ti; contigo porque me matas y sin ti
porque me muero. La atracción es irresistible, pero la convivencia,
imposible.
La teoría es
elemental: la unidad de la izquierda refuerza la alternativa y evita una
disgregación inútil a efectos electorales. Pero la práctica ofrece
continuados ejemplos de que la suma de siglas resta. Hitos: Podemos no
necesitó de IU para emerger en las últimas elecciones europeas con cinco
diputados; el 'pacto de los botellines' (Iglesias y Garzón) restó un
millón de votos a Unidos Podemos respecto al resultado de los morados,
un año antes, en solitario.
Y, finalmente, Andalucía ha vuelto a
refrendar esa cansina tendencia. Hay un antecedente antes de todo esto,
en la era del bipartidismo: el preacuerdo electoral en su día entre
Joaquín Almunia (PSOE) y Francisco Frutos (IU) se tradujo en catástrofe
ante las urnas. Las izquierdas no pegan; se pegan, es decir, se
rechazan.
El
problema es más grave si atendemos a la experiencia local. Podemos e IU
son incapaces de entenderse no sólo para la coalición electoral, sino
tampoco después, cuando cada opción recuenta sus acopios en las urnas.
Véase el ayuntamiento de Murcia. Concurrieron por separado con marcas
superpuestas (Ahora y Cambiemos) y obtuvieron una representación
equivalente (tres y tres concejales), pero a lo largo del mandato
municipal presidido por el PP no han sido capaces de colaborar en las
labores de oposición, dando como resultado que al alcalde, José
Ballesta, se lo han puesto involuntariamente fácil en la práctica.
Nunca
han existido seis concejales de la izquierda neta, sino tres y tres, y
cada tres por un lado. Hasta el punto de que ni siquiera han creado las
condiciones para que las dos opciones desemboquen, con otros
protagonistas, en una candidatura única. La noche y el día. Hay una
excepción: Santomera, en la que participa el PSOE como elemento de
equilibrio, pero en el conjunto general la experiencia es irrelevante.
Es
cuestión de química. Sobre el deseo de los bienintencionados que
quisieran ver una izquierda realmente unida frente a la resistencia de
una derecha que no termina de desestimar sus expectativas de
recuperación (ahora con la fórmula de trocearse electoralmente para
converger después, apurando en las urnas las distintas 'sensibilidades'
que antes convivían bajo el vuelo de la gaviota) se constata la realidad
de una incompatibilidad estructural.
Algunos activistas de Podemos en
la Región describen la clave del desencuentro: «Si nunca militamos en IU
porque no nos convencía su modelo, ¿por qué ahora, que hemos dado el
paso adelante para promover una opción que nos convence, deberíamos
recuperar a quienes no supieron organizar más que un partido
testimonial?».
En Podemos, al
menos en la organización regional, de corte errejonista, se muestra un
indisimulado rechazo a la estética IU, que de un tiempo a esta parte
aporta en los actos públicos banderas con la hoz y el martillo y enseñas
republicanas: «La exhibición de la ferralla no nos hace ningún bien»,
dicen.
En IU, que tras el periodo en que sus líderes referenciales no
eran comunistas ni hacían especial reparo al modelo de Estado por
considerarlo cuestión secundaria, han vuelto a tomar posición los
genuinos representantes del PCE, impulsor original de la coalición,
radicalmente opuestos también por su parte a la convergencia con
Podemos, algo que tiene que ver con el resquemor de que IU fuera en su
momento desplazada por los morados como tercera fuerza política.
Si
Podemos apela al 15M como germen original de su opción, bastará recordar
que en aquellas asambleas populares IU fue rechazada como tal, pues se
la consideró una más de 'las fuerzas del sistema'.
Sin
embargo, aunque los respectivos aparatos no mantengan empatía, ciertos
sectores de las bases militantes o simpatizantes de una y de otra fuerza
abogan por la unidad electoral de ambos grupos en el imaginario de que
la concentración de esfuerzos y programas podría ser más productiva que
forzar una competitividad que se basaría en matices o cuestiones
identitarias de grupo ajenas a una pulsión general de los respectos
afectos.
Esta es la razón por la que todavía se escenifican amagos de
negociación que invitablemente fracasan, como todos los que todavía
podrían seguir.
Todos saben que, en el fondo, no hay condiciones ni
voluntad. En IU desconfían de Pablo Iglesias, quien a pesar de su pacto
con Alberto Garzón acumula una amplia hemeroteca de humillaciones al que
fuera su partido, y también de Íñigo Errejón, más discreto verbalmente,
pero implacable en la práctica: su política de la transversalidad acoge
antes al PSOE que a IU, a la que no contempla más que como problema
para avanzar por espacios fronterizos a la izquierda.
El desencuentro en las actuales
negociaciones de convergencia se produce por encima de las imposiciones
de la actual dirección nacional de Podemos, en la que Iglesias jugó la
carta de la convergencia con Garzón y trató y sigue tratando de que se
extienda a los territorios que todavía se atienen a la disciplina de un
partido fragilizado por las llamadas 'confluencias' y la tendencia a la
atomización territorial.
En la
Región de Murcia, Óscar Urralburu puede haber sido pillado con el paso
cambiado precisamente cuando su referente nacional, Errejón, ha decidido
al fin ejercer un liderazgo alternativo de acuerdo a sus convicciones,
de las que nunca se ha apeado. Urralburu apoyó a Errejón en Vistalegre
2, a pesar del desquicie de aquella posición, que consistía en intentar
ganar un proyecto programático contrario al de Iglesias para que
Iglesias lo pusiera en práctica.
Errejón, tras el previsible fracaso,
dejó de pugnar en el partido, y quienes lo apoyaban, como en el caso del
murciano, tuvieron que ingeniar sus propias estrategias. Urralburu se
aplicó a integrar las corrientes internas de Podemos, y lo ha
conseguido, de manera que ha sido reelegido cómodamente candidato a las
autonómicas en las primarias. Pero ahora no puede declarase errejonista,
porque la convergencia interna se desharía, de ahí que muestre un
prudente distanciamiento del gesto de Errejón.
En el fondo, el cantado
fracaso de las negociaciones para la colaboración electoral en Murcia
entre Podemos e IU lo va a situar en la misma situación que al
madrileño. La 'espantada' de Errejón se produce, en parte, por su nula
disposición a aceptar a esos compañeros de viaje, y en Murcia, en la
práctica, Urralburu también comparecerá sin IU.
A efectos de imagen,
Murcia aparecerá en línea con Madrid, aunque sin que aquí Podemos se
rompa, dado el proceso de integración que Urralburu ha ido tejiendo. Por
ejemplo, Javier Sánchez Serna, pablista de pro, tiene asegurada la
repetición de su candidatura al Congreso de los Diputados, a pesar de la
mayoría errejonista de Podemos en Murcia.
Aunque
Urralburu pueda sentirse incomodado por el arrojo supuestamente
sorpresivo de Errejón, lo cierto es que su entorno más directo no deja
de mostrar, sobre todo en redes sociales, su satisfacción por la
perspectiva de superar el impasse de Iglesias, y es muy probable que el
líder regional tenga que 'mojarse' pronto, más allá de sus iniciales
declaraciones conciliatorias o, más precisamente, dilatorias.
Es
imposible que no prevea de antemano que si Errejón se coaliga en Más
Madrid con la alcaldesa Carmena, el Podemos 'oficial' no podría explicar
su espontánea reacción de que apoyará a ésta para el Ayuntamiento y no
para la Comunidad.
Se supone que la razón llevará a una negociación
interna entre errejonistas y pablistas para superar ese contradiós, pero
vistas las líneas rojas que ha trazado el núcleo duro de Podemos
también es probable que Iglesias sea capaz de atreverse a crear una
candidatura para competir con la de Errejón. Y en tal caso, Urralburu no
podrá permenecer neutral, por mucho que lamente que Errejón haya
actuado por su cuenta, si es que así fuera.
Pero,
como digo, a pesar de que Podemos pueda alegar en Murcia que no hay
pacto con IU porque los exigencias de ésta son inaceptables, el
resultado será que no habrá convergencia, de modo que contradirá la
estrategia que pretende Iglesias frente a Errejón. Urralburu no aprobará
a éste, pero en el fondo hará lo mismo, si bien en su caso desde la
marca Podemos.
Aunque los acontecimientos pueden evolucionar de manera
incontrolada si desde otros territorios se empiezan a producir
desplazamientos en favor de Errejón. Incluso el propio Urralburu, para
evitar que sea Murcia la que dé el primer paso, tendrá que empeñarse muy
probablemente en embridar a muchos de los dirigentes de su mayor
confianza.
Enmedio de estas
implosiones en la izquiera, tanto en el interior de Podemos como en la
relación de éste con IU, en lo que se refiere a ésta todavía nadie da por
definitivamente cerrada la posibilidad del pacto electoral, aunque esto
pertenezca al capítulo de la retórica. A efectos prácticos, las
negociaciones, forzadas una y otra vez desde los respectivos aparatos de
Madrid cuando los de Murcia las declaraban definitivamente rotas, han
encallado en el último tramo por la exigencia de IU de tener el máximo
protagonismo en las candidaturas municipales, algo relativamente
razonable, dado que Podemos, recién estrenado en 2015 y sin demasiada
estructura en los municipios, no puso su mayor interés en las
candidaturas locales, mientras IU suma más de sesenta concejales a lo
largo de la Región.
En compensación, Podemos sólo habría tenido que
incluir en la lista autonómica a José Luis Álvarez Castellanos, actual
líder de IU. También parece que había una aproximación más o menos
cerrada para el ayuntamiento de Cartagena, mientras en Murcia capital la
convergencia es imposible.
Tres
'izquierdas' frente a tres 'derechas'. Al día de hoy, hasta los mínimos
acuerdos que hubieran podido alcanzarse son papel mojado, y las
conversaciones no sólo han servido para animar el acercamiento sino que
por el contrario han extremado los desencuentros. Ni siquiera la
mediación, en algún momento, del Foro Ciudadano (impulsor del
«manifiesto de los intelectuales por la unidad de la izquierda») ha
servido para algo.
La
perspectiva más o menos inmediata, si descartamos al PSOE, es que la
izquierda entra en un proceso de mimitismo con la derecha, es decir, se
hace tripartita. A medio plazo tendremos dos Podemos, uno de ellos sin
ese nombre, más IU. Con la posibilidad de que la emergencia más potente,
si resiste los primeros embates, sea la protagonizada por Errejón, ya
que es la novedosa y la que establece un giro en un guion podemita hasta
ahora languideciente.
En ese juego, la organización murciana de Podemos
se enfrenta a un reto de adaptación que no podrá resolver con la mera
expresión de la prudencia. Y quién sabe si de todo esto pudiera renacer
IU, que resiste apagada, pero resiste mientras Podemos sufre su gran
crisis retardada. Barton y Taylor, al final, se casaban. ¿O era que se
divorciaban?
(*) Columnista
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2019/01/20/izquierda-tripartita/990012.htm