Leo que Pedro Sánchez cambia de discurso, estrategia y asesores. Hace
muy bien porque los anteriores, quienes fueran, lo estaban llevando al
desastre. Los nuevos parece que traen ideas nuevas.
Pero no lo suficiente. Si rompe, que rompa de verdad.
Sánchez
concentra su discurso en criticar el de Rajoy. Y lo hace a distancia,
al estilo tradicional de esta política de hipócritas, mequetrefes y
cobardes instaurada por el presidente del gobierno que, como no sabe
hablar, ni leer, ni decir nada con un mínimo de dignidad que no sea
mentira, prefiere el plasma, el monólogo, el silencio o las alusiones a
otros a distancia, durante las inauguraciones de la fiesta del pepino.
Pero
si Sánchez quiere cambiar realmente, además de atender a las alusiones
de corrala, debe escenificar su ruptura. Ese nuevo pacto, firma, acuerdo
o chanchullo es un disparate suicida. Rompa ya con la
corrupción. Presente una moción de censura de una vez y ponga fin a esta
farsa de un gobierno que no gobierna y un legislativo que no legisla
porque están todos concentrados en ver cómo salvan al sobresueldos de su
horizonte judicial. Lo único que Rajoy tiene ya que decir es cuándo se
va. Y, aunque parezca imposible, sin mentir.
Sánchez
no puede ignorar a Podemos. Simularlo luego de haberle copiado con el
mismo descaro con que Podemos ha copiado a otros, demuestra debilidad y
atolondramiento. Ignorar a quien te interpela directa a indirectamente
es tan perjudicial como pasarse el día hablando pestes de Pablo
Iglesias.
Ni
pestes ni rosas. Quede con él en un debate abierto en la televisión.
Vayan los dos a un programa sin más condiciones previas que las de la
buena educación y el juego limpio. ¿No son ustedes políticos de la nueva
generación, cercanos a la gente? ¿No abominan ambos de la falsedad, el
acartonamiento, la mentira institucionalizada que representa Rajoy y
toda la vieja política? ¿No piensan que la política debe ser intercambio
civilizado de propuestas por el bien común, defendidas públicamente
para que un electorado mayor de edad y crítico pueda optar
informadamente?
Si
ese debate televisado Iglesias - Sánchez se produjera alcanzaría una
audiencia sin precedentes y tendría una importancia inmensa. Algo
parecido al famoso debate Kennedy/Nixon aunque en otra escala. Abriría
una época y dejaría a Rajoy descolocado en el rincón de las antiguallas
porque, aunque quisiera, no podría hacer lo mismo por falta de
categoría. Ese sería el signo obvio de cambio de época y de que el PSOE
tiene algo que pintar en ella.
Atrévase a debatir, hombre. No pasa nada. Ambos saldrán fortalecidos y quién sabe si amigos.
Gestas y gestos
Acabar con el terrorismo etarra fue una gesta de la sociedad española,
que lo había heredado del franquismo. Costó treinta y cinco años y
muchos muertos pero, al final, las instituciones democráticas, con todos
sus defectos, y duramente puestas a prueba, lo consiguieron. Fue una
gesta colectiva en la cual la sociedad tuvo que madurar. También de los
políticos. Aunque, como siempre, no de todos por igual.
Los socialistas
entendieron siempre que lo básico era la unidad de las fuerzas
democráticas y por eso propusieron, lo hizo Zapatero, el primer pacto
antiterrorista, el Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo en 2000. Los populares no lo querían y, con su habitual inteligencia, el señor Rajoy lo calificó de conejo que se saca de la chistera
Zapatero. A pesar de todo, firmaron porque estaban en el gobierno y
podían rentabilizarlo. Con protestas y abstenciones de otros grupos (a
veces muy puestas en razón), pero firmaron.
Lo
cual no impidió que, cuando la derecha pasó a la oposición, utilizara
siempre la lucha antiterrorista como arma para desgastar al gobierno. El
mismo señor Rajoy llegó a acusar a Zapatero de traicionar a los muertos y revigorizar a ETA moribunda
a cuenta de su política antiterrorista, exclusiva competencia suya que
los demás debían respetar. A pesar de la falta de colaboración e incluso
el boicoteo de la derecha, el terrorismo etarra acabó durante el
gobierno de Zapatero, quien tuvo el buen gusto de no reclamar para sí
solo el mérito. Lo hizo gracias al tesón del ministro del Interior,
Rubalcaba, quizá el mejor del ramo que haya habido en España.
Fue una gesta y fue obra de tod@s.
Lo de ayer fue un gesto y fue obra de dos.
Exactamente,
¿qué han firmado estos dos? Nadie lo tiene muy claro. Algunos dicen que
un nuevo pacto antiterrorista. ¿Para qué, si ya hay uno? Otros que una
renovación del existente o, incluso, uno nuevo en contra del nuevo
terrorismo yihadista. Y ¿en qué consiste? En endurecer las
penas por terrorismo y en reintroducir la cadena perpetua con un
subterfugio lingüístico al estilo de la neohabla gallardoniana.
Como
los socialistas están en contra de la figura, dicen que firman pero
recurren la perpetua al Tribunal Constitucional. Al tiempo han obtenido
la promesa del PP (por lo que pueda valer) de no oponerse si en el
futuro la condena revisable es derogada. Subterfugio sobre subterfugio para justificar un gesto de contenido simbólico: estamos unidos frente al terrorismo. Lo dijo Rajoy, el mismo que llamaba al pacto antiterrorista por el que ahora daría la vida, el conejo de la chistera de Zapatero.
Estamos unidos frente al terrorismo. Pero si no hay terrorismo y el llamado yihadista
aun no se ha materializado. Es igual, razonan los socialistas, tenemos
que dar imagen de ser partido con sentido del Estado. Tenemos que firmar
pactos de Estado para demostrar que somos estadistas y no perroflautas
acampados en Sol. Aunque sea a costa de hacerle el juego a la derecha,
sabiendo que el sentido del Estado de esta es inexistente ya que solo
mira por sus intereses de partido y en los bolsillos. Es un gesto, desde
luego. Absolutamente estúpido.
Su explicación está en la herencia de Rubalcaba quien, preso del síndrome del Coronel Nicholson en el Puente sobre el río Kwai,
está dispuesto a sacrificar su objetivo estratégico por conservar su
obra, aunque esta, como es el caso ahora, ya no sirva para nada salvo
para legitimar un gobierno que ha perdido todo justo título a seguir
gobernando.
El
PSOE debiera haberse librado de esa tutela paralizante. No hay nada que
pactar con un gobierno que ha roto todos los consensos, faltado a todas
las promesas, dinamitado todos los puentes, ignorado la institución
parlamentaria, manipulado los medios de comunicación, interferido en la
acción de la justicia, legislado en contra de la ciudadanía, recortado o
suprimido sus derechos, amparado, encubierto la corrupción y provocado
un conflicto territorial de consecuencias imprevisibles.
Al
contrario. Hay que marcar las distancias. El domingo, Sánchez daba
pruebas de una nueva resolución, un nuevo estilo que todos detectaron:
somos socialdemócratas, somos de izquierda, no hablamos de Podemos,
nuestro adversario es el PP. Y lo primero que hace al día siguiente es
firmar un pacto con su adversario. Bueno, pero hay "líneas rojas". Los
socialistas llevan días hablando de líneas rojas, pero solo para
saltárselas. Como los enfermos de alguna adicción, que se ponen plazos y
límites para no respetarlos. Y ahora vienen con un harapiento gesto de
estadistas cuando en realidad son comparsas de la escenificación gestual
de la derecha. Si de verdad quieren trazar una línea roja presenten ya
una moción de censura. Es insólito que no lo hayan hecho. Pero no lo
harán. ¿Por qué?
Porque el mensaje no es estamos unidos contra el terrorismo, sino estamos unidos. Punto.
Gesto
eres y en gesto te quedarás. En nuestra época la imagen cuenta mucho.
El Sánchez que anunciaba el cambio de actitud e identificaba al
adversario no llevaba corbata, al estilo de los nuevos políticos, los de
Podemos o los griegos de Syriza. El Sánchez que firmó el pacto con
Rajoy llevaba corbata. España no es Grecia. En España, los estadistas
llevan corbata cuando hacen gestos.
Luego, al mezclarse con la gente de la calle, a la que se puede decir cualquier cosa, ya no hace falta.
Luego, ya tal.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED